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domingo, 26 de marzo de 2017

Alvaras (8)



El día no había ni empezado cuando Alvaras se despertó con un sobresalto. Estaba empapado de sudor por todo el cuerpo. Había soñado con una guerra interminable, miles de cuervos negros le atacaban en inmensas bandadas. Él se protegía con su escudo, sentía como los pájaros golpeaban contra su defensa. Lanzaba estocadas contra la vorágine de picos y plumas negras, notaba la sangre, de un negro azabache, fría, posándose en su armadura y en su cara. Los graznidos le ensordecían, mientras que sus ojos no dejaban de ver cadáveres ultrajados por la voracidad de las aves. Sus botas casi no conseguían mantenerse sobre los cráneos de cientos de víctimas de los cuervos. No conseguía recordar ni una sola de las caras que lo observaban desde el suelo, pero sentía que los conocía a todos.


Alvaras intentó dejar atrás ese terrible sueño, pues bien sabía que no eran otra cosa que las maldades de Lorhk, siempre intentando volver locos a los humanos, haciéndoles caer en sus siniestros juegos, donde nunca podrían ganar. Se sentó en su catre, tomó un balde de madera y vertió un poco de agua en una palangana de madera. Metió ambas y elevó una cantidad del líquido fresco hasta que golpeó su cara. El frescor le liberó de las últimas tentaciones de Lorhk.


Un par de criados ayudaron a Alvaras a recolocarse parte de los accesorios de su armadura. Mientras se terminaba de preparar pudo ver que Jhan ya estaba listo para empezar mientras que sus cuatro guerreros aún dormitaban en los lechos improvisados. Alvaras pidió que le trajeran unos cuantos baldes llenos de agua y cuando los criados los tuvieron listos, les ordenó que lanzaran su contenido sobre sus cuatro guerreros. La estancia se llenó de protestas y gruñidos, que al recuperar su vista se silenciaron ante el semblante adusto de Alvaras.

   -   Pronto nos pondremos en camino -les indicó Alvaras-. Os quiero listos para partir. Almorzar algo y id hacia el patio en busca de nuestras monturas.


Alvaras abandonó la estancia y empezó a recorrer los pasillos del cuartel anexo a la torre del tharn, donde los habían alojado la tarde anterior. Ya no se acordaba bien del camino hacia los comedores, y eso que había vivido en ese cuartel durante varios años, desde que su padre le alistó en la guardia del tharn. Por el camino que recorrió se encontró con algunos siervos pero ningún guerrero. Por fin encontró el comedor, un largo salón con mesas corridas. Las antorchas estaban encendidas y pudo ver que Ballur, ataviado con una armadura pesada, estaba sentado en una de las mesas. El viejo guerrero le hizo una seña para que se acercase.

   -   Buenos días, Alvaras, siéntate conmigo -saludó Ballur, que se giró a los criados-. Traed algo caliente para el therk.
   -   Buenos días, Ballur -devolvió Alvaras, dejándose caer sobre el banco.


Un criado llegó con un cuenco con un trozo de carne, rodeado de una salsa informe y espesa, una cuchara, un cuchillo corto y una jarra llena de cerveza. Lo dejó todo ante Alvaras.

   -   Va a ser un viaje rápido hasta Yhakka, ya que no debemos esperar a los suministros -comentó Ballur, mientras comía-. Tú sólo tardaste dos jornadas, espero que lo podamos igualar.
   -   Yo me desvíe cada vez que nos acercábamos a una hacienda -indicó Alvaras-. No seguiríamos el camino directo, pero ahorramos mucho tiempo al no tener que participar en las ceremonias de bienvenida.
   -   ¡Pero qué sacrilegio, por Ordhin! -ironizó Ballur-. Los dioses no van a estar muy contentos por faltar a esas ancestrales ceremonias. Si te digo la verdad, hiciste bien. Tanta ceremonia puede ser contraproducente. Desgraciadamente, nosotros sí que tendremos que hacer alguna, una columna de cuarenta guerreros no pasa tan desapercibida como seis hombres.


Alvaras se quedó pensativo, pero Ballur tenía razón. Los guerreros irían a caballo, pero los casi cien arqueros irían andando, por lo que tardarían más de tres jornadas en recorrer la distancia que les separaba de Yhakka. Tendrían que depender de la amabilidad de las aldeas para alimentar a todos, ya que no iban a esperar al tren de carros.

   -   No te preocupes, Alvaras, exprimiré a los arqueros y a los caballos, estaremos lo antes posible en Yhakka -Ballur le dio una palmada en la espalda y casi se atraganta con la comida-. Solo pararemos en las aldeas para dormir, así solo tendremos que asistir a la ceremonia de bienvenida y a la de marcha.
   -   ¿Ya estarán en condiciones de proseguir los guerreros tras la ceremonia de bienvenida? -inquirió Alvaras, simulando una cara de enfado.


Ballur le dio un par de palmadas más, asintiendo con la cabeza, mientras lanzaba unas sonoras risotadas. Claramente la pregunta de Alvaras tenía mucha lógica, ya que en las ceremonias de bienvenida el anfitrión tenía que agasajar a los dioses y a los invitados con cerveza. Y todo el mundo sabía lo que ocurría cuando caía la primera cerveza en una noche, que no era la única. Empezaba un acto para honrar a los dioses y acababas con las lunas recorriendo el cielo negro mientras tú tenías que estar entrando y saliendo del salón de festejos para orinar.

   -   Ya idearé algo para evitarlo, Alvaras -indicó Ballur, que se puso de pie-. Te espero en el patio, tengo que ultimar unas cuestiones. Almuerza despacio, no hay prisa.


Alvaras observó como el viejo therk se marchaba y cuando se quedó solo, empezó a masticar más rápido para terminar lo antes posible. Prefería esperar en el patio, sin hacer nada pero que con su sola presencia haría a los hombres prepararse más rápido. Así que cuando no quedó ni una gota de salsa en su cuenco, se puso de pie y se marchó de allí.


En el patio, estaban las cosas muy adelantadas. Los cien arqueros estaban agrupados en un cuadro perfecto, vestidos con sus armaduras ligeras de cuero, con su carcaj repleto de plumosas flechas y un arco largo en las manos, aunque por ahora solo era el asta de madera, ya que las cuerdas permanecían quitadas, para su conservación. Todos llevaban una mochila a la espalda. Todos eran hombres jóvenes y fuertes.


Frente a ellos, una multitud de siervos mantenían cuarenta caballos, listos para que sus jinetes se fueran ocupando de ellos. Eran caballos bajos, comparados con los que utilizaban los vecinos del reino del norte. Pero esas monturas eran utilizadas para la guerra y los del sur solo para llevar de un lado al otro a los guerreros. Alvaras había oído que el señor de las cascadas estaba entrenando un grupo de jóvenes de su clan al estilo de los norteños. Si era verdad, el señor de las cascadas y su clan se iban a convertir en algo muy poderoso en aquellas tierras, pues su padre aun recordaba la famosa batalla de Thverlin, en el territorio del clan de los mares, cuando una masa de jinetes a las órdenes de Ivort, cabeza de grifo apareció por el costado del ejército leal al señor de los mares y arrolló con todo, ni el muro de escudos posterior pudo hacer mucho más que recular hasta ponerse a salvo tras los muros de Thverlin.

Había ya algunos guerreros montados, que no eran otros que sus cuatro hombres de armas y Jhan. Alvaras les saludó con la cabeza y se dirigió con paso firme hacia donde se encontraba Ballur con Fhadet y dos sargentos. Reconoció inmediatamente a uno, Phett, quien había sido tan impertinente el día anterior. El otro creía conocerlo, pero desconocía su nombre.

   -   ¡Ah, Alvaras! -Ballur simuló como si no se hubiera dado cuenta de su llegada-. Ya conoces a Fhadet, que es mi ayudante. Estos son los sargentos Obbur, que se encargará de dirigir a veinte guerreros y Phett, que está al mando de los arqueros.


Los dos sargentos inclinaron la cabeza en señal de saludo. Phett no parecía muy contento y Alvaras suponía que era porque le habían asignado el mando de los arqueros, que al final no eran guerreros experimentados sino siervos auxiliares. Lo cual quería decir que era un castigo por su comportamiento en el día anterior.

   -   Es un honor servir con vos -dijeron Obbur y Fhadet, mientras que Phett masculló algo que no se le llegó a escuchar.
   -   Bueno cada uno con su grupo -ordenó Ballur-. Alvaras, tú cabalgarás junto a mí, con Fhadet detrás y luego tus hombres. Después veinte de mis hombres, los arqueros y cerrando Obbur y el resto. Parece que ya llegan mis hombres.


Ballur no se equivocaba, los guerreros, armados con escudos y lanzas, espadas envainadas, cotas de malla y otras piezas de armadura, iban saliendo de los cuarteles y se iban dirigiendo hacia los caballos. Los criados se hacían cargo de la lanza y el escudo mientras sus dueños se aupaban a las sillas, recuperando sus armas y las riendas.


A su vez, también apareció Dagalon junto a un par de hombres mayores, vestidos con túnicas gruesas de color blanquecino. Uno llevaba una bandeja pequeña de plata, y un saco de esparto. El otro agarraba con fuerza el cuello de un pato nival, blanco como la nieve, que aleteaba con insistencia, como si supiese el fin que iba a tener.


Mientras los tres hombres se colocaban frente a todos los jinetes y el cuadro de arqueros, Ballur y Alvaras imitaron a sus guerreros, subiéndose a sus respectivas monturas. Dagalon fue el primero en hablar, mientras los druidas se detuvieron a su espalda.

   -   Bravos guerreros de Thepperon, soldados del gran Davalon, leales al señor de los hielos, que en esta gesta que vais a empezar acabéis con los malvados que han perturbado el sueño y los corazones de mi padre y sus súbditos. ¡Por el tharn! ¡Por nuestro clan!


Los hombres golpearon con fuerza sus escudos con el asta de las lanzas, mientras vitoreaban a Davalon y algunos a Dagalon, lo que hizo que la cara del joven perdiese la seriedad que parecía instalada en ella. Alvaras pensó que el discurso había sido bueno, pero aún tenía mucho que aprender, Davalon era mucho más inspirador que su hijo. La verdad es que ya había escuchado rumores y bromas sobre la falta de sentimiento en las palabras y las acciones del heredero del tharn. En cambio, sí que había una corriente más a favor de Davert, el hijo menor del tharn. Un joven valiente y audaz, algo mujeriego e impetuoso, o que más gusta a un guerrero. Pero lo que no tenía Davert era la inteligencia para ser una administrador como su padre o su hermano mayor. Davert hubiera sido un gran tharn en la época en que todos los señores y clanes guerreaban entre sí. Pero en esta época de paz, eran mejores los administradores que los guerreros. Supongo que por ello, Davalon envió a Davert a la guardia del señor de los hielos en la capital. Un cuerpo en el que podría usar sus dotes de guerrero.


Dagalon se quitó de en medio, para que los druidas pudieran actuar. El que llevaba la fuente, la puso horizontal, mientras el otro, más mayor, con el pelo más blanco, suspendió el pato sobre la fuente. El animal seguía aleteando frenéticamente, mientras su captor sacó un cuchillo corto y ligeramente curvo. Le cortó con sumo cuidado desde el cuello hasta el vientre, por lo que la sangre, roja y espesa, empezó a manar, cayendo sobre la fuente con un ligero chapoteo. Cuando le pareció que había suficiente sangre, el druida mayor retiró el pato, dejándolo con cuidado sobre el suelo, guardó el cuchillo y tomó el saco de esparto. Lo abrió, metió la mano, hurgó un poco y sacó la mano llena de tabas de jabalí que dejó caer con estrépito sobre la fuente y la sangre. Entonces empezó a murmurar una serie de palabras sin sentido pero que parecía que el otro druida repetía. Tras un rato, que a Alvaras le pareció eterno, pero se abstuvo de quejarse de forma alguna, pues no era bueno meterse en los asuntos de los druidas y los dioses, el druida mayor habló.

   -   ¡Ordhin, Thoin y Barghi auguran una campaña benigna! ¡Bheler solo reclamara las almas de nuestros enemigos! ¡Los cuervos languidecen por la fuerza del clan!


Los hombres escucharon las palabras de los dioses en silencio, y al contrario que con las palabras del hijo del tharn, no las vitorearon, pues a los dioses hay que tenerles respeto. El druida mayor recogió el pato, lo limpió del polvo y se retiraron de vuelta al templo. Ahora algún siervo del templo lo desplumaría y el druida mayor se lo podría comer, el pato nival era muy sabroso.

   -   ¡Adelante! -gritó Ballur, tras hacer una inclinación de cabeza como despedida a Dagalon.


Tal y como había indicado Ballur con anterioridad, los primeros en ponerse en camino fueron él y Alvaras, Fhadet, los hombres de Alvaras, y el primer bloque de veinte guerreros. Después Phett ante sus cien arqueros y cerrando Obbur con los otros veinte jinetes.


Como era una hora temprana, pocos lugareños observaron la marcha de la fuerza punitiva, sólo algunos madrugadores, como los herreros o los panaderos fueron testigos. Pero un hombre miraba la marcha del grupo, oculto en las sombras de una arcada, con ojos llenos de odio, que pasaban de Fhadet a Jhan, cuando estos cruzaron ante el hombre. Cuando ambos desaparecieron de su vista, Fhadon regresó al interior de su casa, cerrando la puerta tras él, armado con un cinturón pesado, murmurando maldiciones contra su hijo, contra su antiguo siervo y contra Alvaras, rogándole a Bheler y a Lorhk que le ayudarán a tener su venganza sobre sus enemigos. Esos dioses requerían sangre por su labor y él les conseguiría toda la que quisieran.


Fhadon recorrió las sombras de su lóbrega casa, hasta llegar a una sala iluminada, la única. Solo había dos personas además de él en la estancia, ambas encadenadas, mirando a una de las paredes, medio arrodilladas en el suelo, con los brazos alzados por causa de las cadenas, con sus ropas hechas jirones, destrozadas en la parte superior por unas manos dementes, con las espaldas en carne viva a causa de los golpes.

   -   Por vuestra culpa, brujas de la ciénaga, voy a caer en desgracia -espetó Fhadon-. Tú por no saber cuál era tu lugar y tú por traicionarme con mi hermano, ramera de pocilga.


Las dos mujeres eran su hija y su esposa, pero poco tenían ya de su porte y carácter de señoras de la corte. Ni los siervos habían osado defender a sus amas, se habían escondido del brutal y malévolo amo, todos recordaban a Jhan y no querían sufrir como él. Al final era una cosa entre los señores.


Fhadon levantó el cinturón, la vil correa de cuero, tomó aire y prosiguió su infame castigo, mientras lo que quedaba de su familia lanzaba horrendos lamentos, él quería sangre.




Hacia el mediodía de la primera jornada de viaje, habían dejado atrás Thepperon que ya no se distinguía en el horizonte. Ballur había accedido a ir dando pequeños zigzagueos para evitar de esa forma las granjas y las aldeas más pequeñas. Aun así tuvieron que hacer pequeñas paradas en el propio camino, ya que los arqueros tenían que descansar de cuando en cuando. Ballur y Alvaras tenían previsto llegar al burgo de Rheddin al final de la jornada, si lo conseguían casi habrían alcanzado lo que una caravana de mercaderes podría hacer en un día. Así que por la tarde siguieron su tortuoso camino, esquivando ciertas poblaciones, pero con las últimas luces del día alcanzaron la meta prevista.


Rheddin era una población pequeña, no tanto como Yhakka, pero si comparada con Thepperon. Había un alcalde, que era primo de Davalon y actuaba como gobernador de este en el burgo. El alcalde tenía preparada la cerveza de bienvenida, como lo ordenaba la tradición, así como un pequeño banquete asándose en una serie de hogueras que se habían levantado en la plaza mayor. Ballur, Alvaras y sus oficiales asistieron al banquete, porque el honor lo exigía, pero la mayoría de guerreros tenía orden de no beber demasiado y en el caso de los arqueros, solo una jarra. Todos sabían que Ballur no se cortaría ni un ápice en castigar severamente a guerrero que incumpliese sus órdenes.


La fiesta fue lo suficientemente buena para que el alcalde quedase complacido y lo suficientemente ligera para que Ballur no tuviera que castigar a ninguno de sus guerreros. A la mañana siguiente, solo el alcalde despidió al grupo al marcharse.

Las jornadas siguientes siguieron de igual forma. Por el día viajaban raudos pero sin forzar a los arqueros, mientras que por las noches hacían parada en alguna aldea grande. Lo suficiente para que pudieran descansar tras una empalizada o un muro de tierra, recibir una ceremonia de bienvenida que no acabara con los suministros de la población y que a la mañana siguiente pudieran marcharse veloces. La última parada nocturna fue necesaria, pero Yhakka solo estaba a media jornada, por lo que podían haber dilatado un poco más la cabalgada y así llegar con los primeros rayos de Jhala, pero Ballur se quejó de que era peligroso viajar con tanta nieve y por la noche, así que Alvaras tuvo que claudicar.

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