El día no había ni empezado cuando Alvaras
se despertó con un sobresalto. Estaba empapado de sudor por todo el cuerpo.
Había soñado con una guerra interminable, miles de cuervos negros le atacaban
en inmensas bandadas. Él se protegía con su escudo, sentía como los pájaros
golpeaban contra su defensa. Lanzaba estocadas contra la vorágine de picos y
plumas negras, notaba la sangre, de un negro azabache, fría, posándose en su
armadura y en su cara. Los graznidos le ensordecían, mientras que sus ojos no
dejaban de ver cadáveres ultrajados por la voracidad de las aves. Sus botas
casi no conseguían mantenerse sobre los cráneos de cientos de víctimas de los
cuervos. No conseguía recordar ni una sola de las caras que lo observaban desde
el suelo, pero sentía que los conocía a todos.
Alvaras intentó dejar atrás ese terrible
sueño, pues bien sabía que no eran otra cosa que las maldades de Lorhk, siempre
intentando volver locos a los humanos, haciéndoles caer en sus siniestros
juegos, donde nunca podrían ganar. Se sentó en su catre, tomó un balde de
madera y vertió un poco de agua en una palangana de madera. Metió ambas y elevó
una cantidad del líquido fresco hasta que golpeó su cara. El frescor le liberó
de las últimas tentaciones de Lorhk.
Un par de criados ayudaron a Alvaras a
recolocarse parte de los accesorios de su armadura. Mientras se terminaba de
preparar pudo ver que Jhan ya estaba listo para empezar mientras que sus cuatro
guerreros aún dormitaban en los lechos improvisados. Alvaras pidió que le
trajeran unos cuantos baldes llenos de agua y cuando los criados los tuvieron
listos, les ordenó que lanzaran su contenido sobre sus cuatro guerreros. La
estancia se llenó de protestas y gruñidos, que al recuperar su vista se
silenciaron ante el semblante adusto de Alvaras.
- Pronto nos pondremos en camino -les
indicó Alvaras-. Os quiero listos para partir. Almorzar algo y id hacia el
patio en busca de nuestras monturas.
Alvaras abandonó la estancia y empezó a
recorrer los pasillos del cuartel anexo a la torre del tharn, donde los habían
alojado la tarde anterior. Ya no se acordaba bien del camino hacia los
comedores, y eso que había vivido en ese cuartel durante varios años, desde que
su padre le alistó en la guardia del tharn. Por el camino que recorrió se
encontró con algunos siervos pero ningún guerrero. Por fin encontró el comedor,
un largo salón con mesas corridas. Las antorchas estaban encendidas y pudo ver
que Ballur, ataviado con una armadura pesada, estaba sentado en una de las
mesas. El viejo guerrero le hizo una seña para que se acercase.
- Buenos días, Alvaras, siéntate conmigo -saludó Ballur, que se giró a los criados-. Traed algo caliente para el therk.
- Buenos días, Ballur -devolvió Alvaras,
dejándose caer sobre el banco.
Un criado llegó con un cuenco con un trozo
de carne, rodeado de una salsa informe y espesa, una cuchara, un cuchillo corto
y una jarra llena de cerveza. Lo dejó todo ante Alvaras.
- Va a ser un viaje rápido hasta Yhakka, ya
que no debemos esperar a los suministros -comentó Ballur, mientras comía-. Tú
sólo tardaste dos jornadas, espero que lo podamos igualar.
- Yo me desvíe cada vez que nos acercábamos
a una hacienda -indicó Alvaras-. No seguiríamos el camino directo, pero
ahorramos mucho tiempo al no tener que participar en las ceremonias de
bienvenida.
- ¡Pero qué sacrilegio, por Ordhin! -ironizó
Ballur-. Los dioses no van a estar muy contentos por faltar a esas ancestrales
ceremonias. Si te digo la verdad, hiciste bien. Tanta ceremonia puede ser
contraproducente. Desgraciadamente, nosotros sí que tendremos que hacer alguna,
una columna de cuarenta guerreros no pasa tan desapercibida como seis hombres.
Alvaras se quedó pensativo, pero Ballur
tenía razón. Los guerreros irían a caballo, pero los casi cien arqueros irían
andando, por lo que tardarían más de tres jornadas en recorrer la distancia que
les separaba de Yhakka. Tendrían que depender de la amabilidad de las aldeas
para alimentar a todos, ya que no iban a esperar al tren de carros.
- No te preocupes, Alvaras, exprimiré a los
arqueros y a los caballos, estaremos lo antes posible en Yhakka -Ballur le dio
una palmada en la espalda y casi se atraganta con la comida-. Solo pararemos en
las aldeas para dormir, así solo tendremos que asistir a la ceremonia de
bienvenida y a la de marcha.
- ¿Ya estarán en condiciones de proseguir
los guerreros tras la ceremonia de bienvenida? -inquirió Alvaras, simulando una
cara de enfado.
Ballur le dio un par de palmadas más,
asintiendo con la cabeza, mientras lanzaba unas sonoras risotadas. Claramente
la pregunta de Alvaras tenía mucha lógica, ya que en las ceremonias de
bienvenida el anfitrión tenía que agasajar a los dioses y a los invitados con
cerveza. Y todo el mundo sabía lo que ocurría cuando caía la primera cerveza en
una noche, que no era la única. Empezaba un acto para honrar a los dioses y
acababas con las lunas recorriendo el cielo negro mientras tú tenías que estar
entrando y saliendo del salón de festejos para orinar.
- Ya idearé algo para evitarlo, Alvaras -indicó Ballur, que se puso de pie-. Te espero en el patio, tengo que ultimar
unas cuestiones. Almuerza despacio, no hay prisa.
Alvaras observó como el viejo therk se
marchaba y cuando se quedó solo, empezó a masticar más rápido para terminar lo
antes posible. Prefería esperar en el patio, sin hacer nada pero que con su
sola presencia haría a los hombres prepararse más rápido. Así que cuando no
quedó ni una gota de salsa en su cuenco, se puso de pie y se marchó de allí.
En el patio, estaban las cosas muy
adelantadas. Los cien arqueros estaban agrupados en un cuadro perfecto,
vestidos con sus armaduras ligeras de cuero, con su carcaj repleto de plumosas
flechas y un arco largo en las manos, aunque por ahora solo era el asta de
madera, ya que las cuerdas permanecían quitadas, para su conservación. Todos
llevaban una mochila a la espalda. Todos eran hombres jóvenes y fuertes.
Frente a ellos, una multitud de siervos
mantenían cuarenta caballos, listos para que sus jinetes se fueran ocupando de
ellos. Eran caballos bajos, comparados con los que utilizaban los vecinos del
reino del norte. Pero esas monturas eran utilizadas para la guerra y los del
sur solo para llevar de un lado al otro a los guerreros. Alvaras había oído que
el señor de las cascadas estaba entrenando un grupo de jóvenes de su clan al
estilo de los norteños. Si era verdad, el señor de las cascadas y su clan se
iban a convertir en algo muy poderoso en aquellas tierras, pues su padre aun
recordaba la famosa batalla de Thverlin, en el territorio del clan de los
mares, cuando una masa de jinetes a las órdenes de Ivort, cabeza de grifo
apareció por el costado del ejército leal al señor de los mares y arrolló con
todo, ni el muro de escudos posterior pudo hacer mucho más que recular hasta
ponerse a salvo tras los muros de Thverlin.
Había ya algunos guerreros montados, que
no eran otros que sus cuatro hombres de armas y Jhan. Alvaras les saludó con la
cabeza y se dirigió con paso firme hacia donde se encontraba Ballur con Fhadet
y dos sargentos. Reconoció inmediatamente a uno, Phett, quien había sido tan
impertinente el día anterior. El otro creía conocerlo, pero desconocía su
nombre.
- ¡Ah, Alvaras! -Ballur simuló como si no se
hubiera dado cuenta de su llegada-. Ya conoces a Fhadet, que es mi ayudante.
Estos son los sargentos Obbur, que se encargará de dirigir a veinte guerreros y
Phett, que está al mando de los arqueros.
Los dos sargentos inclinaron la cabeza en
señal de saludo. Phett no parecía muy contento y Alvaras suponía que era porque
le habían asignado el mando de los arqueros, que al final no eran guerreros
experimentados sino siervos auxiliares. Lo cual quería decir que era un castigo
por su comportamiento en el día anterior.
- Es un honor servir con vos -dijeron Obbur
y Fhadet, mientras que Phett masculló algo que no se le llegó a escuchar.
- Bueno cada uno con su grupo -ordenó
Ballur-. Alvaras, tú cabalgarás junto a mí, con Fhadet detrás y luego tus
hombres. Después veinte de mis hombres, los arqueros y cerrando Obbur y el
resto. Parece que ya llegan mis hombres.
Ballur no se equivocaba, los guerreros,
armados con escudos y lanzas, espadas envainadas, cotas de malla y otras piezas
de armadura, iban saliendo de los cuarteles y se iban dirigiendo hacia los
caballos. Los criados se hacían cargo de la lanza y el escudo mientras sus
dueños se aupaban a las sillas, recuperando sus armas y las riendas.
A su vez, también apareció Dagalon junto a
un par de hombres mayores, vestidos con túnicas gruesas de color blanquecino.
Uno llevaba una bandeja pequeña de plata, y un saco de esparto. El otro
agarraba con fuerza el cuello de un pato nival, blanco como la nieve, que
aleteaba con insistencia, como si supiese el fin que iba a tener.
Mientras los tres hombres se colocaban
frente a todos los jinetes y el cuadro de arqueros, Ballur y Alvaras imitaron a
sus guerreros, subiéndose a sus respectivas monturas. Dagalon fue el primero en
hablar, mientras los druidas se detuvieron a su espalda.
- Bravos guerreros de Thepperon, soldados
del gran Davalon, leales al señor de los hielos, que en esta gesta que vais a
empezar acabéis con los malvados que han perturbado el sueño y los corazones de
mi padre y sus súbditos. ¡Por el tharn! ¡Por nuestro clan!
Los hombres golpearon con fuerza sus
escudos con el asta de las lanzas, mientras vitoreaban a Davalon y algunos a
Dagalon, lo que hizo que la cara del joven perdiese la seriedad que parecía
instalada en ella. Alvaras pensó que el discurso había sido bueno, pero aún
tenía mucho que aprender, Davalon era mucho más inspirador que su hijo. La
verdad es que ya había escuchado rumores y bromas sobre la falta de sentimiento
en las palabras y las acciones del heredero del tharn. En cambio, sí que había
una corriente más a favor de Davert, el hijo menor del tharn. Un joven valiente
y audaz, algo mujeriego e impetuoso, o que más gusta a un guerrero. Pero lo que
no tenía Davert era la inteligencia para ser una administrador como su padre o
su hermano mayor. Davert hubiera sido un gran tharn en la época en que todos
los señores y clanes guerreaban entre sí. Pero en esta época de paz, eran
mejores los administradores que los guerreros. Supongo que por ello, Davalon
envió a Davert a la guardia del señor de los hielos en la capital. Un cuerpo en
el que podría usar sus dotes de guerrero.
Dagalon se quitó de en medio, para que los
druidas pudieran actuar. El que llevaba la fuente, la puso horizontal, mientras
el otro, más mayor, con el pelo más blanco, suspendió el pato sobre la fuente.
El animal seguía aleteando frenéticamente, mientras su captor sacó un cuchillo
corto y ligeramente curvo. Le cortó con sumo cuidado desde el cuello hasta el
vientre, por lo que la sangre, roja y espesa, empezó a manar, cayendo sobre la
fuente con un ligero chapoteo. Cuando le pareció que había suficiente sangre,
el druida mayor retiró el pato, dejándolo con cuidado sobre el suelo, guardó el
cuchillo y tomó el saco de esparto. Lo abrió, metió la mano, hurgó un poco y
sacó la mano llena de tabas de jabalí que dejó caer con estrépito sobre la fuente
y la sangre. Entonces empezó a murmurar una serie de palabras sin sentido pero
que parecía que el otro druida repetía. Tras un rato, que a Alvaras le pareció
eterno, pero se abstuvo de quejarse de forma alguna, pues no era bueno meterse
en los asuntos de los druidas y los dioses, el druida mayor habló.
- ¡Ordhin, Thoin y Barghi auguran una
campaña benigna! ¡Bheler solo reclamara las almas de nuestros enemigos! ¡Los
cuervos languidecen por la fuerza del clan!
Los hombres escucharon las palabras de los
dioses en silencio, y al contrario que con las palabras del hijo del tharn, no
las vitorearon, pues a los dioses hay que tenerles respeto. El druida mayor
recogió el pato, lo limpió del polvo y se retiraron de vuelta al templo. Ahora
algún siervo del templo lo desplumaría y el druida mayor se lo podría comer, el
pato nival era muy sabroso.
- ¡Adelante! -gritó Ballur, tras hacer una
inclinación de cabeza como despedida a Dagalon.
Tal y como había indicado Ballur con anterioridad,
los primeros en ponerse en camino fueron él y Alvaras, Fhadet, los hombres de
Alvaras, y el primer bloque de veinte guerreros. Después Phett ante sus cien
arqueros y cerrando Obbur con los otros veinte jinetes.
Como era una hora temprana, pocos
lugareños observaron la marcha de la fuerza punitiva, sólo algunos
madrugadores, como los herreros o los panaderos fueron testigos. Pero un hombre
miraba la marcha del grupo, oculto en las sombras de una arcada, con ojos
llenos de odio, que pasaban de Fhadet a Jhan, cuando estos cruzaron ante el
hombre. Cuando ambos desaparecieron de su vista, Fhadon regresó al interior de
su casa, cerrando la puerta tras él, armado con un cinturón pesado, murmurando
maldiciones contra su hijo, contra su antiguo siervo y contra Alvaras,
rogándole a Bheler y a Lorhk que le ayudarán a tener su venganza sobre sus
enemigos. Esos dioses requerían sangre por su labor y él les conseguiría toda
la que quisieran.
Fhadon recorrió las sombras de su lóbrega
casa, hasta llegar a una sala iluminada, la única. Solo había dos personas
además de él en la estancia, ambas encadenadas, mirando a una de las paredes,
medio arrodilladas en el suelo, con los brazos alzados por causa de las
cadenas, con sus ropas hechas jirones, destrozadas en la parte superior por
unas manos dementes, con las espaldas en carne viva a causa de los golpes.
- Por vuestra culpa, brujas de la ciénaga,
voy a caer en desgracia -espetó Fhadon-. Tú por no saber cuál era tu lugar y
tú por traicionarme con mi hermano, ramera de pocilga.
Las dos mujeres eran su hija y su esposa,
pero poco tenían ya de su porte y carácter de señoras de la corte. Ni los
siervos habían osado defender a sus amas, se habían escondido del brutal y
malévolo amo, todos recordaban a Jhan y no querían sufrir como él. Al final era
una cosa entre los señores.
Fhadon levantó el cinturón, la vil correa
de cuero, tomó aire y prosiguió su infame castigo, mientras lo que quedaba de
su familia lanzaba horrendos lamentos, él quería sangre.
Hacia el mediodía de la primera jornada de
viaje, habían dejado atrás Thepperon que ya no se distinguía en el horizonte.
Ballur había accedido a ir dando pequeños zigzagueos para evitar de esa forma
las granjas y las aldeas más pequeñas. Aun así tuvieron que hacer pequeñas paradas
en el propio camino, ya que los arqueros tenían que descansar de cuando en
cuando. Ballur y Alvaras tenían previsto llegar al burgo de Rheddin al final de
la jornada, si lo conseguían casi habrían alcanzado lo que una caravana de
mercaderes podría hacer en un día. Así que por la tarde siguieron su tortuoso
camino, esquivando ciertas poblaciones, pero con las últimas luces del día
alcanzaron la meta prevista.
Rheddin era una población pequeña, no
tanto como Yhakka, pero si comparada con Thepperon. Había un alcalde, que era
primo de Davalon y actuaba como gobernador de este en el burgo. El alcalde
tenía preparada la cerveza de bienvenida, como lo ordenaba la tradición, así
como un pequeño banquete asándose en una serie de hogueras que se habían
levantado en la plaza mayor. Ballur, Alvaras y sus oficiales asistieron al
banquete, porque el honor lo exigía, pero la mayoría de guerreros tenía orden
de no beber demasiado y en el caso de los arqueros, solo una jarra. Todos
sabían que Ballur no se cortaría ni un ápice en castigar severamente a guerrero
que incumpliese sus órdenes.
La fiesta fue lo suficientemente buena
para que el alcalde quedase complacido y lo suficientemente ligera para que
Ballur no tuviera que castigar a ninguno de sus guerreros. A la mañana siguiente,
solo el alcalde despidió al grupo al marcharse.
Las jornadas siguientes
siguieron de igual forma. Por el día viajaban raudos pero sin forzar a los
arqueros, mientras que por las noches hacían parada en alguna aldea grande. Lo
suficiente para que pudieran descansar tras una empalizada o un muro de tierra,
recibir una ceremonia de bienvenida que no acabara con los suministros de la
población y que a la mañana siguiente pudieran marcharse veloces. La última
parada nocturna fue necesaria, pero Yhakka solo estaba a media jornada, por lo
que podían haber dilatado un poco más la cabalgada y así llegar con los
primeros rayos de Jhala, pero Ballur se quejó de que era peligroso viajar con
tanta nieve y por la noche, así que Alvaras tuvo que claudicar.
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