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domingo, 9 de abril de 2017

Alvaras (10)



Ballur le pegó una patada en el costado al hombre rubio y esperó a que este se fuera despertando. Poco a poco fue dándose cuenta de que estaba rodeado, aparte de que le dolía el cuerpo y ahora también el costado. Ante él había dos hombres, sentados en taburetes y detrás cuatro guerreros, los que le habían cazado en el molino. Notó sangre en la boca y lanzó un escupitajo, pero gracias a los dioses no tocó el pie de nadie. Volvió la cabeza para hacerse mejor idea de su situación. Distinguió sus armas y pertenencias tras uno de los guerreros, junto a la puerta y lanzó un improperio. Se arrodilló ante Ballur y Alvaras.

   -   ¿Quién eres? -preguntó Ballur.


El hombre le miró a los ojos pero no dijo nada, manteniendo firme la mirada. Phett le dio un pescozón en la cabeza.

   -   ¡Habla, por Ordhin! -espetó Phett-. Estas ante los therk.


Ballur levantó la mano para que Phett se callase y le hizo el gesto para que se separase del prisionero. Pero este fue más rápido de reflejos y atacó con sus manos desnudas las piernas del sargento, haciéndole trastabillar y caer hacia detrás. Apareció una ligera sonrisa en la cara de Alvaras, que a Ballur no se le pasó desapercibida. Los otros tres guerreros desenvainaron y pusieron sus espadas sobre los hombros del rubio, rodeando su cuello. Mientras Phett intentaba librarse de las manos del prisionero.

   -   Nadie más te dará un golpe, tienes mi palabra -aseguró Alvaras- ¿Quién eres, amigo?
   -   Me llamo Orbish, hijo de Orb, mi señor.
   -   Bien, Orbish, hijo de Orb, ¿qué hacías en el molino que es de mi propiedad? - inquirió Alvaras.
   -   Me escondía de unos viejos camaradas a los que no les ha gustado que me separase de su grupo, mi señor -contestó Orbish.
   -   Con esa leve excusa no me reconfortas, Orbish, hijo de Orb -se quejó Alvaras-. Yo creo que sabes lo que ha ocurrido en la población y en la granja cercana. Más bien creo que eres un vulgar asesino, que se emborrachó y se quedó dormido. Sus camaradas te dejaron a tu suerte.
   -   Therk, no voy a negar que nunca he derramado la sangre de otro semejante, pero siempre era en combate justo -aseguró Orbish, dejando claro un pequeño grado de enfado y orgullo-. Ni fui a la granja y aún menos entre en esta población. No ha habido honor en esas acciones.


Alvaras estaba atento a la forma en que hablaba el guerrero rubio, que sin duda alguna era un verdadero guerrero y no un despreciable asesino. Sus palabras denotaban un profundo sentir, un hastío por la forma en que sus compañeros o antiguos camaradas habían llevado el asunto. Alvaras estaba cansado, pero decidió que debía tratar con cuidado a Orbish, medir sus palabras y así, tal vez, por fin llegaría a la verdad de este entuerto.

   -   ¿Orbish, si quisiera tener negocios contigo, si te contratará, que servicios me darías? -preguntó Alvaras.
   -   En primer lugar obtienes mi hacha y mi escudo, que tal vez no sean una maravilla, ni están pintados, ni como el día que los forjaron, pero cumplen su cometido, sajar, golpear y eliminar enemigos -contestó Orbish, volviendo la mirada a sus armas.
   -   Eso quiere decir que eres un mercenario -intervino Alvaras.
   -   Sí, así se me puede llamar, pero en verdad soy un guerrero -matizó Orbish-. Pero a su vez, contratas un bardo, te puedo amenizar tus largas noches, bebo contigo hasta caer en un estado de estasis, te ayudo a conquistar las más esquivas bellezas, velo a tus sueños en la noche oscura,...
   -   ¿Y hay algo que no hagas? -cortó Alvaras la enumeración de virtudes de Orbish.
   -   No compartiría la cama contigo ni por todo el oro del mundo.


Alvaras se le quedó mirando fijamente hasta que rompió a reír por la rápida respuesta. Por alguna razón le empezaba a caer bien ese hombre. No sabía porque, pero tendría que ser por cosa del destino que Orbish hubiera aparecido en un momento de tanto sufrimiento.

   -   ¿De dónde provienes, Orbish, hijo de Orb? -inquirió Alvaras cuando sus risotadas se silenciaron- ¿Cuál es tu clan? ¿Cuál es tu señor?
   -   Nací en el territorio del señor de los mares, pero yo solo rindo pleitesía a mí mismo, o a quien me pague por ser mi líder -indicó Orbish.
   -   El señorío de los mares, queda lejos, pero por lo que se es suficientemente rico para que un buen guerrero pueda vivir sin estrecheces. ¿Así, que por qué abandonar tal buen lugar? -esta vez fue Ballur quien intervino al ver el juego que Alvaras quería mantener.
   -   Mi therk, la cosa cambia cuando tu buen padre tiene varios hijos y a ti te toca ser el último -explicó Orbish, encogiéndose de hombros-. Entonces, Orb, un pobre pescador tiene que alimentar a Orbash, Orbesh, Orbush, la bella Orbin y Orbish. Lo normal es que alguien no se quede mucho.
   -   Era pobre y tampoco tenía mucha imaginación -dijo con sarcasmo Phett.
   -   Lo que no le faltaban eran ganas y amor, mucho amor, como bien puede atestiguarlo tu madre, cagarruta -espetó Orbish volviéndose para sonreír al sargento.


El sargento iba a volver a hablar, pero Ballur le indicó con la mano que se callase. Phett tenía la manía de hablar cuando no debía, o hacerlo demasiado.

   -   Sargento Phett, creo que es mejor que volváis con vuestros hombres, comprueba que están todos en sus puestos -ordenó Ballur.


Phett asintió con cara de pocos amigos y se marchó farfullando alguna cosa.

   -   Los sargentos jóvenes ya no son como los de antes -dijo Orbish, sonriente.
   -   Bueno, Orbish, ya nos hemos conocido lo suficiente, cuéntame ¿por qué te encontrabas en mis tierras?, ¿por qué han muerto tantas personas que quería? -ordenó Alvaras, otra vez serio.
   -   Porque nos dirige un loco, pero no es la persona que me contrató, no, pero me obligaron a seguirlo -contestó Orbish.
   -   ¡Explícate! -bramó Alvaras.
   -   Me contrató un hombre, Sivarias, a mí y a otros mercenarios de diversos territorios -comenzó a narrar Orbish-. Sivarias tenía la misión de desestabilizar este lugar, provocar el caos, hacer que vuestro tharn tuviera que enviar hombres por todo el territorio, intentando capturar a un peligroso grupo de ladrones. Llegado un tiempo, Sivarias esperaba que vuestro tharn pidiera refuerzos a su señor.
   -   ¿Por qué? -esta vez fue Ballur, que estaba intrigado por lo que Orbish contaba.
   -   Al principio no sabía cuáles eran las pretensiones de Sivarias, pero hace unas noches, conseguí que uno de sus guardias se emborrachase y largara más de la cuenta. Sivarias es un enviado del líder de la casa Pharna.
   -   ¡La casa Pharna!- repitió incrédulo Ballur.
   -   Sí, la casa Pharna y por lo que me contó el guardia, dicha casa quiere deponer al actual señor de los hielos, para hacerse ellos con el bastón de cristal -indicó Orbish-. La idea es que cuando el señor de los hielos abandonará la capital o su ejército le dejara, ellos darían el golpe de mano.
   -   ¿Pero por qué golpear en el territorio del tharn Davalon? -inquirió Ballur, que había tomado la delantera en el interrogatorio.
   -   Por un lado porque este territorio está alejado de la capital y por otro lado, porque tenían alguien que les iba a ayudar. Sivarias reclutó a alguien en la capital. Una persona que se les uniría si conseguía lo que más deseaba -respondió Orbish.
   -   ¿Quién? -dijeron los dos therk a la vez.
   -   Davert.


Los dos therk se sumieron en el silencio, así como los tres soldados que estaban a la espalda de Orbish, quienes dieron un paso atrás. Lo que Orbish había revelado era una información que removería Thepperon hasta sus cimientos. Davert, el hijo pequeño del tharn, estaba involucrado en una conspiración para derrocar a la casa reinante en la capital, la cual curiosamente era la misma que la suya, ya que el tharn Davalon era primo del señor de los hielos.


La cuestión era difícil de creer, pero resolvía el problema del líder enemigo era conocido por sus víctimas. Fhad, al haber sido soldado del tharn tenía que reconocer a Davert, al igual que Alvark. Además tenía uno de los rangos sociales más altos del territorio, por lo que siempre deberían recibirlo con los brazos abiertos, aunque eso fuera su suicidio.

   -   Mi padre jamás le negaría la entrada a Davert -musitó Alvaras, mientras Ballur asentía mudo, ya que había llegado a la misma conclusión- y Fhad debía recibirle.
   -   ¡Por Ordhin! -se limitó a farfullar Ballur.
   -   Cuéntanos todo lo que sabes, Orbish - ya no era un mandato, sino una petición de Alvaras.
   -   Sivarias reclutó a Davert, prometiéndole que le ascenderían a tharn cuando todo empezara andar, así la casa Pharna tendría un ejército leal en este territorio -prosiguió su relato Orbish-. Depondrían a Davalon y se librarían de Dagalon, el heredero. Una vez que Davert prometió verter toda su sangre para ayudarles, les brindó una idea. Un viejo enemigo de los territorios del sur, los cuervos negros. Acompañó a Sivarias a entrevistarse con los ancianos de ese clan, pero estos se negaron a ayudarles y aún menos venderles escudos con su enseña. Lo más seguro es que esos ancianos se percataran de las intenciones de Davert. Por otro lado aseguraron que ellos preferían cumplir el tratado de paz que firmaran hace tanto tiempo.
   -   ¿Entonces cómo consiguió los escudos que mis testigos vieron? -preguntó Alvaras.
   -   Algunos jóvenes de ese clan fueron persuadidos por las palabras de Davert de oro y gloria -indicó Orbish-. Se nos unieron con toda su equipación, se convirtieron en los guerreros personales de Davert en todas sus fechorías. Estuvieron en la granja y supongo que también aquí. Son tan sanguinarios como el propio Davert. Sivarias no estaba nada contento cuando finalice mis servicios con él.
   -   ¿Por qué Sivarias no estaba contento? -intervino Ballur.
   -   Porque las órdenes que tenía del líder de la casa Pharna era desestabilizar la región, pero no provocar masacres -señaló Orbish-. No era necesario masacrar a todos los de la granja, y aún menos atacar Yhakka. Pero Davert quería hacerlo así, ya que os odia, therk Alvaras y quiere que sufráis, hasta el momento en que os mate.
   -   ¿Por qué me odia Davert, si yo nunca he tenido trato con él? -Alvaras estaba sorprendido por la revelación.
   -   Hace poco salvasteis en una cacería a su hermano Dagalon, ¿verdad? -comentó Orbish, a lo que Alvaras asintió con la cabeza-. Él fue quien se las ingenió para que apareciera un gran oso en esos bosques y sobre todo junto a su hermano. Pero vos os interpusisteis, matasteis al oso, que le había costado mucho oro conseguirlo. Su plan para que su hermano muriese en un accidente en una cacería se deshizo, quedó en nada. Y encima su padre os premió con el título de therk, os alabó, hablaba con orgullo de vos ante él, lo que provocó que surgiera el odio en su corazón. Y del odio, nació el deseo de venganza. 

   Alvaras no se podía creer lo que estaba oyendo. Las cosas que había hecho en el pasado, uno de sus mayores logros había sido el detonante de toda esta pesadumbre. El mismo día que había conseguido un título, había escrito el camino hacia su destrucción. El destino y los dioses como siempre habían sido juguetones. Parecía que disfrutaban más haciéndolo así, que dejando a los mortales a su libre albedrío.

   -   Alvaras, esto lo cambia todo, debo informar al tharn inmediatamente -indicó Ballur, haciendo salir a Alvaras de sus pensamientos.
   -   ¿Dónde están Sivarias y Davert ahora? -preguntó Alvaras, mientras le subía un ardor por el cuerpo.
   -   Tienen un campamento en una colina al sureste, dentro de un gran claro del bosque, han levantado un montículo de tierra con una pequeña empalizada de troncos -contestó Orbish-. Solo hay una puerta.
   -   ¿Cuántos hombres?
   -   Sivarias tenía veinte mercenarios, Davert veinte jóvenes cuervos negros y diez mercenarios propios -enumeró Orbish-. Son suficientes para proteger la empalizada. Han levantado estacas y pinchos alrededor del muro de piedra. Tienen cuatro torres y una espléndida vista de la zona hasta la linde del bosque. No se puede acercar ningún ejército sin ser detectados.
   -   Sin mis hombres, solo quedan tus cuarenta hombres de armas, Ballur, no son suficiente para asaltar el campamento -aventuró Alvaras, haciendo una estrategia improvisada.
   -   No nos vamos a mover de Yhakka hasta que el tharn lo apruebe y para ello, él -Ballur señaló a Orbish-, debe viajar hasta Thepperon para declarar ante el tharn.
   -   Davalon no le creerá, su palabra, la de un mercenario que puede tener las manos manchadas de la sangre de sus súbditos, contra la de su amado hijo -advirtió Alvaras-. Solo aceptara la verdad si le llevamos a Sivarias y a Davert encadenados.
   -   Debo enviar un correo al tharn, no nos moveremos hasta que reciba contestación -aseguró Ballur, poniéndose de pie-. Lo siento Alvaras, pero no vamos a mover ficha hasta que el tharn lo indique. Tú, Orbish, puedes recuperar tus armas, pero no blandirlas por Yhakka. Alvaras y yo creemos en tu inocencia en los actos ocurridos en la granja y aquí mismo, pero eres culpable de haber venido a este territorio a romper la paz. ¿Lo entiendes?
   -   Sí, mi señor -afirmó Orbish, inclinando la cabeza.


Ballur le hizo un gesto a los soldados, que volvieron a envainar sus espadas y se marcharon precedidos por Ballur, dejando a Orbish aun arrodillado en el suelo y Alvaras sentado en el taburete mirando a la ventana por donde aún se podían distinguir el fuego de las ya menguadas piras.


Alvaras reconoció que Ballur tenía razón, no podían actuar sin la autorización del tharn, ya que en este caso la situación les había superado. Pero Alvaras sabía lo que iba a ocurrir, el tharn podría ordenar la detención de su hijo pequeño, al que siempre había mimado, al que había protegido en exceso. Le castigaría, pero no lo ejecutaría como debía hacerse con un traidor, que lo había hecho por partida doble, contra su sangre y contra su señor. Sí la sangre de Davert no se derramaba, la familia de Alvaras no tendrían su descanso en las tierras de Ordhin.


Empezó a tener una idea, no era muy elaborada, hasta era tosca, pero podría servir, pero necesitaba más información.

   -   ¿Hasta qué grado es el odio y el deseo de venganza de Davert contra mí?
   -   Hasta la locura -dijo Orbish levantando la cabeza-. Está obstinado contigo, no razona ni piensa cuando se te nombra, cuando los exploradores informaban de tus movimientos, hasta quiso atacarte cuando ibas camino a Thepperon.
   -   Eso es interesante -murmuró Alvaras-. ¿Orbish, quieres resarcirte por tus crímenes contra este territorio?


Orbish le miró fijamente y sonrió al ver que los ojos de Alvaras brillaban porque la mente del therk estaba maquinando algo. El guerrero asintió.

-   En ese caso júrame lealtad -ordenó Alvaras.

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