No habían dejado la protección de los
árboles cuando empezaron a ver movimiento en la empalizada del campamento.
Guerreros armados con lanzas empezaron a aparecer sobre las defensas de la
puerta. Unos señalaban hacia los que se acercaban, mientras que otros llamaban
a compañeros más allá de la protección de troncos.
Alvaras estudiaba las defensas y sin duda
Orbish les había advertido con tino, el campamento aparte de estar levantado
sobre un altozano, de la empalizada, estaba rodeada por varias filas de estacas
y pinchos. Habrían necesitado un numeroso ejército para abrir una brecha.
Además en esa zona no eran muy duchos con las máquinas de asedio que usaban en
los reinos más norteños. Como mucho utilizaban arietes, o más bien unos simples
troncos.
Un par de hombres se hicieron sitio sobre
la puerta y Orbish hizo detener al grupo a una distancia propicia, para poder
hablar pero sin que les atacasen, una posición cauta.
- ¿Pero qué tenemos aquí? -dijo con ironía un
hombre de mediana edad, con barba castaña-. ¿Has reconsiderado tu posición,
Orbish? Pues debes saber que no puedes regresar así como así, me has costado
varios hombres duchos.
- Mi señor Sivarias, siempre es un placer
hablar con vos -contestó Orbish, como si no hubiera oído las palabras del
otro-. Esos hombres eran unos engreídos que se les ocurrió faltar a mis ancestros
y como ya sabéis estaba en mi derecho a resarcirme. Mia va a ser la culpa de
que se clavaran en mi hacha.
- Es verdad, no es bueno meterse con los
ancestros de un vulgar asesino, sin honra -se burló Sivarias.
- Vos estáis ahí arriba muy bien rodeado de
flechas, pero podrías repetirme vuestras palabras aquí abajo, si queréis
-Orbish devolvió la afrenta, pero no vio que Sivarias diera muestras de
moverse, por lo que añadió-. De todas formas os ofrezco dos obsequios, por los
cuales deberíais estar interesado.
- ¿Dos obsequios? Bien hablad -ordenó
Sivarias pasando la vista de Orbish, al hombre maniatado y a los que cabalgaban
tras Orbish.
- Por un lado, cuando hubo la pelea,
perdisteis un buen guerrero, yo, y tres cagarrutas, ¿no es cierto? -informó
Orbish, que dejó tiempo a que Sivarias asintiera con la cabeza-. Ahora me recuperáis
a mí y a cinco cagarrutas, por lo que ganáis hombres.
- Eso es si yo quisiera hombres, pero la
verdad no estoy muy seguro de ello -terció Sivarias, intentando no aparentar
que hacía cálculos.
- Ya, pero luego está mi segundo regalo, el
therk Alvaras de Yhakka -anunció Orbish, tras lo que se pudieron oír murmullos
en las defensas.
- ¡Alvaras! -se escuchó una voz chillona al
otro lado de la defensa.
Al poco llegó un segundo personaje, un
hombre joven, sin barba, bien afeitado, con rasgos parecidos al tharn Davalon.
Alvaras lo reconoció de inmediato, Davert.
- Hazles entrar Sivarias -ordenó Davert, con
una mirada irreflexiva.
- No creo que sea buena idea, Davert, no me
fio de Orbish -receló Sivarias.
- Pues yo no, el muy truhan nos ha traído un
gran premio y como tal merece retornar a nuestro lado -negó Davert-. Tal vez lo
tenía todo preparado. Era una estratagema para cazar a Alvaras.
- ¿Pero cómo ha conseguido a esos guerreros?
Cuando se fue mató a los que hacían guardia con él -se quejó Sivarias.
- No me importa como los haya conseguido,
más leales para mi causa -espetó Davert.
- No creo que…
- Ya basta Sivarias -ordenó Davert airado-.
¿Quién manda aquí?
- Vos mi señor -dijo Sivarias haciendo una
reverencia, mientras murmuraba lo idiota que era ese muchacho.
- En ese caso quiero que llevéis al
prisionero a mi residencia y luego preparéis un buen banquete por el retorno de
Orbish -anunció Davert en voz alta, para que le oyeran los que le rodeaban-.
Que corra la cerveza y la buena carne.
- Sois un gran señor, tharn Davert -aduló
Orbish, sabiendo por qué pie cojeaba el joven.
- Gracias Orbish, pero ya sabéis cómo
funcionamos, vos y vuestros reclutas deberéis hacer la guardia nocturna -dijo
Davert, sonriendo malévolamente-. Pero vuestros nuevos camaradas disfrutaran
por vuestro retorno, Orbish.
Davert desapareció de la plataforma,
mientras los guerreros vociferaban su nombre, solo de pensar en la fiesta
nocturna. La puerta se empezó a abrir y los que sobraban se fueron marchando.
Sivarias se quedó allí, observando cómo Orbish entraba, llevando al therk que
tanto obsesionaba al joven tharn. Era la tercera vez que tenía que recular ante
las tonterías del muchacho. Tenía órdenes claras del señor de su clan y debía
cumplirlas, pero cada vez estaba más seguro que habían hecho mal en asociarse
con ese joven demente. Tal vez si acabara con el tal Alvaras se sosegara y
entrara en razón.
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