- Yo, Orbish, te entrego mi hacha y… -empezó
a decir Orbish.
- ¡Júralo ante los dioses! -espetó Alvaras,
desenvainando su puñal y dejándolo caer frente a las rodillas de Orbish.
Orbish observó el pequeño puñal, una hoja
recta, sencilla, pero mortal y afilada. Lo tomó, sopesó su peso y agarrándolo
fuerte se hizo un corte en la palma de la mano derecha. La sangre comenzó a
manar. Cerró el puño y lo alzó ante Alvaras.
- Aquí tienes mi sangre, Alvaras, hijo de
Alvark, y ante ella juro que mi lealtad estará siempre a tu lado -dijo solemne
Orbish, mientras las gotas de su sangre caían sobre el suelo.
Alvaras extendió su mano vendada y las
gotas empezaron a manchar la tela. Ambos hombres asintieron y cerraron el
trato, con los dioses y su sangre como testigo.
- Orbish, busca a un siervo de nombre Jhan,
el último que me queda -indicó Alvaras-. Dile que te ayude a buscar a mis
cuatro guerreros y después id a las caballerizas de Yhakka. Allí os esperaré.
Ve rápido. Lo encontrarás cerca de la pira de los siervos.
Orbish asintió, se acercó a la puerta para
recuperar sus pertenencias, así como para buscar una tela, para hacerse un
vendaje. Cuando se hubo curado, salió a hacer lo que le había pedido. Encontrar
a Jhan fue lo más fácil, aún permanecía arrodillado junto a lo que quedaba de
la pira grupal. Un guerrero le daba palmadas en el hombro. Fue una suerte que
este fuera uno de los guerreros de Alvaras, un tal Obbort. Orbish le indicó lo
que había ordenado el therk y Obbort aseguró que estaría en nada con sus
compañeros. Orbish tuvo que encargarse de mover a Jhan.
El siervo aceptó irse de allí a
regañadientes, pero como el guerrero rubio que se había presentado como Orbish,
aseguraba llevar órdenes de su señor, no pudo hacer otra cosa que acatar. Pero
consiguió un poco de tiempo para decirle un último adiós a Shine o lo que
pudiera quedar de ella, de su cuerpo consumido por las llamas.
Cuando Orbish llegó a las cuadras,
acompañado por Jhan, se encontró que ya habían llegado el resto, Obbort con
otros tres hombres, todos jóvenes y Alvaras, que cepillaba un caballo. Orbish
supuso que sería la montura del therk, un buen animal.
- Ya era hora de que llegaras, Orbish
-espetó como saludo Alvaras.
- Tu siervo se negaba a abandonar la zona de
las piras -se quejó Orbish. A lo que Alvaras asintió, como si lo entendiera.
- Os he hecho venir, porque sabemos dónde se
encuentra nuestro enemigo, el mismo que ha atacado y masacrado Yhakka -anunció
Alvaras-. Pero Ballur ha decidido que lo mejor es pedir consejo al tharn. Su
resolución es buena, pero creo que si esperamos le damos mucho tiempo para
pensar al enemigo. Creo que debemos actuar.
Los guerreros miraron a Alvaras, pero
siguieron en silencio.
- Orbish, cuéntales la situación de nuestro
enemigo -pidió Alvaras.
Orbish relató quien era su enemigo. Cuando
los cuatro jóvenes escucharon la mención a Davert, pusieron rostros serios.
Habló del campamento, sus defensas, sus efectivos, su disposición, todo lo que
les podría ser útil.
- Mi señor, sabes que te seguiría hasta el
infierno, pero esperas que seis guerreros y un siervo tomen al asalto un
campamento tan bien guarnecido -Obbort fue el primero en hablar.
- Sabéis que he jurado venganza, pero no
estoy tan loco como para un ataque directo o furtivo, no -recordó Alvaras-. Voy
a utilizar la debilidad de nuestro enemigo para que él se suicide.
Los cuatro guerreros, Orbish y Jhan
observaron fijamente a Alvaras, que claramente ya había decidido un plan de
acción.
- ¿Entiendo que todos los aquí presentes
estáis dispuestos a seguirme hasta el final, verdad? -preguntó Alvaras, que al
ver cómo asentían, prosiguió-. Davert me quiere, pues me quiere matar, ya ha
destruido mi vida, pero ahora querrá mi sangre. Y tú se la vas a entregar
-Alvaras señaló a Orbish.
- ¿Cómo? -preguntó Orbish, sorprendido al
principio, pero empezando a comprender.
- Llegarás a las puertas del campamento con
un valioso presente, el therk Alvaras, cinco mercenarios más, que han decidido
vender a su señor por oro -anunció Alvaras-. Si no me equivoco, Davert no podrá
resistirse ante regalo tan oportuno.
- Pero Sivarias podría sospechar -advirtió
Orbish.
- ¿Crees realmente que Davert escuchara las
palabras de Sivarias? -inquirió Alvaras.
- Tienes razón, ha estado haciendo lo que le
ha dado la gana desde un principio -asintió Orbish-. Entraremos sin problemas,
pero una vez dentro, ¿qué haremos?
- Capturar a Sivarias y a Davert, para
entregárselos a Davalon, no tenemos otra opción -señaló Alvaras-. ¿Qué hace la
guarnición por las noches, Orbish?
- Lo normal es que se reúnan en la casona
principal, para beber y jugar con las rameras que Sivarias trajo de la capital.
Allí están todos, excepto los hombres de guardia, cuatro en las torres y dos en
la puerta -explicó Orbish.
- ¿Quiénes serían los encargados de la
guardia el día que lleguemos? -preguntó Alvaras sonriendo ligeramente.
- Pues no sé a quién podría tocarle -empezó
a decir Orbish, pero luego recordó algo. Pero como lo había predicho Alvaras,
no podía haberlo sabido, o ¿sí?-. Los últimos reclutas suelen encargarse de las
guardias. Eso quiere decir, que yo y tus hombres se encargaran de la guardia nocturna.
¿Cómo lo has sabido?
- ¿A quién se le ocurrió el sistema de
guardias? -quiso saber Alvaras.
- A Sivarias, no espera, a Davert, eso es a
Davert -recordó Orbish-. ¿Pero eso qué tiene que ver?
- El sistema que utiliza es el que se usa en
la guardia de Thepperon, lugar donde nació y creció Davert. Solo usa lo que ha
visto toda la vida.
- Entiendo -dijo Orbish.
- Bien, cuando se haga de noche, mientras
que los hombres de Sivarias y Davert están divirtiéndose en la casona, vosotros
estaréis en una posición de guardia. Esperaréis hay hasta que esté bien oscuro,
luego abandonaréis esas posiciones, buscaréis a Orbish en algún lugar que
marcaréis entre vosotros. Vuestra misión será encontrar a Sivarias y apresadle.
Me da lo mismo como lo hagáis y a quien tengáis que matar, desde un guerrero
enemigo a su puta, pero le quiero amordazado y encadenado. Una vez que lo
tengáis a buen recaudo nos encontraremos ante la casona. ¿Entendido?
- Sí, mi señor -asintió Obbort en nombre de
todos.
- Es un buen plan pero veo algunos detalles
sin importancia -afirmó Orbish.
Alvaras sonrió y le pidió que expusiera
esos detalles, para ver si se había olvidado de algo importante en su plan,
mejor verlo ahora, que luego se hiciera toda agua.
- Creo que nos falta un guerrero, yo solo
cuento cuatro vuestros y conmigo cinco -indicó Orbish.
- Pues yo cuento seis perfectamente, tienes
al sexto detrás tuyo -Orbish se dio la vuelta y solo vio a Jhan.
- Pero es un siervo, no tiene pinta de
guerrero, no se lo van a creer -objetó Orbish.
- ¿Cuantos siervos se hacen guerreros para
escapar de un mal dueño o de la vida de la esclavitud? ¿Cuántas veces han
pasado y cuántas lo harán? -preguntó Alvaras-. Dime Orbish, no es creíble esa
historia.
- Vale, podría pasar, no es lo habitual,
pero esperemos que Davert esté más fijo en ti, que en cualquier otra cosa
-aceptó Orbish.
- Lo estará, seguro. De todas formas, me
gustaría que no perdieras de vista a Jhan, ¿vale Orbish? -aseguró Alvaras.
Orbish asintió con la cabeza-. ¿Tenías más dudas, no?
- ¿Cómo harás para capturar a Davert?
Siempre va acompañado de dos guardias -preguntó Orbish.
- Eso no es problema tuyo, soy un hombre de
recursos, no te preocupes. Tú solo estate en posición para cuando yo aparezca
-indicó Alvaras, restando importancia. Orbish decidió que era mejor no seguir
preguntando sobre ello.
- Por último, ¿cómo nos vamos a ir de aquí?
Dudo que el therk Ballur esté a favor de que nos vayamos sin más -quiso saber
Orbish.
- Saldremos con el mensajero que Ballur va a
enviar inmediatamente a Thepperon. Ballur va a estar inventariando lo que hay
en el almacén de la casona. Yo me encargaré de indicar lo que la escolta al
encargado de la puerta. Cuando Ballur se dé cuenta de mi jugada ya será
demasiado tarde, nos habremos perdido de vista -explicó Alvaras-. Así que
encargaros de encontrarle una armadura a Jhan, así como una espada y un escudo.
Obbort, encárgate.
El aludido asintió. Alvaras dejó las
cuadras y se dirigió de vuelta a la casona. En el patio vio a Ballur que le
entregaba la misiva a uno de sus hombres, tras lo cual regresó al interior de
la edificación. El mensajero se dirigió en dirección a donde permanecía de pie
Alvaras. Cuando este estuvo demasiado cerca, Alvaras le habló.
- ¿Eres el mensajero que parte a Thepperon?
- Sí, mi therk -respondió el guerrero.
- Bien, el therk Ballur me ha pedido que os
escolte hasta el final de mis dominios, por si el enemigo tiene exploradores
cerca -informó Alvaras, a lo que el correo asintió como muestra de que había
entendido.
Los dos hombres se dirigieron hasta las
cuadras, donde seis hombres ya esperaban sobre sus sillas y dos criados
mantenían a dos bestias más. El mensajero se quedó sorprendido por lo bien
armados que iban los guerreros, pero supuso que Ballur no quería que el mensaje
se perdiese. Los recién llegados se montaron en sus caballos y partieron al
trato hacia la puerta. Allí se encontraron con el sargento Phett. Alvaras
torció el ceño, pues no esperaba que ese sargento estuviera de guardia.
- ¿Qué es esto? -preguntó Phett.
- Él es el mensajero que parte hacia
Thepperon y nosotros su escolta hasta que deje mis tierras -informó Alvaras.
- No me han dicho nada de una escolta, mi
therk -dudó Phett, pero previendo más castigos por parte de Ballur- Podéis
salir, nos vemos a la vuelta.
- Igualmente -dijo Alvaras, que había
esperado una negociación más dura con el sargento.
Phett observó cómo los ocho jinetes
cruzaban bajo el arco de madera y se alejaban hacia el norte al trote. Se subió
a la plataforma superior y no les quitó el ojo de encima. Aún se les podía ver
en el horizonte, como una mancha. Entonces dejó de interesarse por ellos. Si se
hubiera quedado un poco más podría haber distinguido como la mancha se dividía.
Lo más grueso viraba al este.
El grupo de Alvaras había abandonado al
mensajero, que prosiguió su camino sin volver la vista, porque entonces podría
haber descubierto que su escolta no retornaba directamente hacia la población.
Avanzarían hacia el este, hasta volver a cambiar su rumbo hacia el sur-sureste.
La idea de Alvaras era la de cabalgar hasta localizar una donde pasar la noche,
una vieja cabaña de carboneros que había a medio camino entre Yhakka y el
campamento, de ese modo llegar al mediodía de la siguiente jornada al
campamento.
Pero viajar por el bosque, sin seguir
camino o senda era complicado, sobretodo que el invierno se iba acercando y la
nieve empezaba a caer con más fuerza. Por ello, debieron cabalgar casi al paso,
con Obbort delante, andando frente a su montura para localizar trampas del
terreno, en los que los caballos podrían romperse fácilmente una pata.
Al final, cuando la noche se acercaba y
los primeros aullidos de los lobos resonaban por el bosque, dieron con el claro
y la cabaña del carbonero. Descubrieron que había madera usable y pudieron
hacer un fuego, así como varias hogueras alrededor de la cabaña, para que ninguna
bestia nocturna se acercará a donde estaban sus caballos. Alvaras dividió a
todos en unas guardias y a los que les tocó se fueron a dormir.
En Yhakka la noche había llegado y Phett
se había recluido en una casa de la guardia, donde había un buen fuego. Cada
media hora salía, revisaba a los centinelas y regresaba al calor del hogar.
Estaba sentado en un taburete ante las llamas, cuando entró el sargento Obbur.
- ¿Has visto al therk Alvaras? -preguntó
Obbur.
- No desde que ha partido con la escolta del
mensajero -informó Phett.
- ¿Qué escolta del mensajero?
- Sí, ha dicho que era una orden del therk
Ballur, capitaneaba a seis guerreros para evitar que le pasara algo al
mensajero que iba a Thepperon. Me ha parecido raro, porque no se me había dicho
nada, pero era un therk quien me lo decía, además el señor de este poblado
-explicó Phett-. ¿Qué querías que hiciera? ¿Oponerme a los designios de un
superior?
- ¿Le has visto volver?
- No, pero puede que alguno de los
centinelas sí -negó Phett.
- Vale, sigue así, pronto vendrá alguien a
sustituirte, te dejo -se despidió Obbur, con la cara seria.
Obbur se encargó de hablar con todos los
centinelas apostados y todos le respondieron lo mismo, no habían visto al therk
Alvaras. Se dirigió a las cuadras y tras contar a los animales lanzó un
juramento. Entonces se fue de vuelta a la casona lo más veloz que pudo.
- El therk Alvaras se ha marchado, mi therk
-anunció Obbur al acercarse a donde estaba sentado Ballur.
- ¿Qué?
- Phett me ha indicado que ha salido con
seis hombres, seis guerreros para escoltar al mensajero -explicó Obbur-. No ha
vuelto aún.
- ¡Por Ordhin! Ni volverá, ya sé a dónde ha
ido, maldito idiota -espetó Ballur-. Va a asaltar él solo el campamento enemigo
con seis hombres. Espera, ¿qué seis hombres? Solo tenía cuatro y un siervo. ¡Oh
no! Se ha llevado al mercenario.
- Aun así le mataran muy fácilmente, ¿no?
-intervino Obbur.
- Bueno, a menos que quiera convertirse él
mismo en una carnada -dijo pensativo Ballur, quien creía saber lo que iba a
hacer Alvaras-. Si va a hacer lo que creo, tiene posibilidades de llevar la
acción con éxito. Avisa a todos, que se preparen, mañana partimos a ayudar al
therk Alvaras.
- ¿Y la respuesta del tharn? -preguntó Obbur.
- Alvaras ha decidido no esperar, aun
sabiendo que habría consecuencias para él, ahora solo podemos ir en su apoyo y
levantar un sitio alrededor del campamento -contestó Ballur-. Ve a informar.
Obbur asintió y se marchó de allí, dejando
a Ballur pensando en las pocas opciones que le iban a quedar a Alvaras. Casi la
mejor es que se muriera, pues a Davalon no le iba a gustar que Alvaras hubiera
actuado por su cuenta y riesgo. Pero claro luego estaba la situación contraria,
si triunfaba y detenía a Sivarias y a Davert, Davalon podría pasar por alto su
insubordinación. Todo lo que quedará por en medio no le traería nada bueno al
joven therk. De todas formas, Ballur creía que Alvaras actuaba movido por la
venganza, más que por la justicia y en esa tesitura, los resultados nunca eran
buenos. Pronto sabría en qué quedaría todo, por lo que podía dejar de pensar en
posibles finales a la aventura de Alvaras.
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