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domingo, 25 de junio de 2017

El juego cortesano (2)



Fue el propio Mhaless quien aconsejó al primer hijo de la segunda esposa, el príncipe Bharazar que en ese momento tenía diecinueve años, cuatro más que el emperador Shen’Alh, que se necesitaba a un buen militar en la frontera suroeste. Bharazar había estudiado estrategia por petición de su padre, pero carecía de formación militar, ya que su padre siempre había pensado que un puesto en la administración del estado sería un buen lugar para él. Mhaless se encargó de ponerle un mentor, el sargento de la guardia imperial Jha’al, de parecida edad al príncipe, pero versado en el arte de la guerra.
Con Jha’al y con un nombramiento firmado por su hermanastro, Bharazar comenzó un mes de viaje hacia la frontera, para ponerse al frente de un ejército debilitado por las continuas incursiones de las tribus khaslak y un grupo de burócratas corruptos que se estaban embolsando el oro que Mhaless enviaba para acabar con los ataques. El tiempo de viaje le vino bien para instruirse poco a poco en el uso de la espada, gracias a Jha’al. Cuando llegaron a Ghinnol no se encontraron un recibimiento acorde a la llegada de un príncipe. El gobernador Ahlmir de Thunna, un hombre de cuarenta años, apestaba a los perfumes que se había echado encima, a las especias que gastaban en sus cocinas, cuya abultada tripa hacia honor. Vestido con telas caras y cadenas de oro, se distanciaba mucho de los habitantes andrajosos con los que se habían cruzado por las calles hasta el palacio.
Bharazar le presentó el documento firmado por el nuevo emperador, pero escrito por el siempre despierto Mhaless, que aunque ya peinaba demasiados años, su mente nunca se perdía en los entresijos del juego de poder palaciego. Ni ahora había dejado en la estacada al joven príncipe. El gobernador debía poner todas las tropas de la región en manos del príncipe que actuaría como general y gobernador militar. Se le daba un título que muchos codiciaban pero que solo se obtenía en tiempos de guerra, el emperador le nombraba visir de Ghinnol, y para desolación del gobernador, tenía más poder que él.
El príncipe supo desde ese primer encuentro que el gobernador Ahlmir sería su enemigo, una serpiente mucho más peligrosa que los guerreros de las tribus a los que iba a combatir. Sabía que debía buscar a unos asesores civiles, personas inteligentes, que le fueran leales y sobretodo que no recibieran oro del gobernador. Pero antes debería tener a los militares de su parte. Así que Bharazar se presentó ante un anciano general, Fhenar de Mosse, que aunque llevaba años en una decadencia absoluta, tenía algunos reflejos y cierto valor. Más aún, su padre había sido un gran general del imperio, que había fallecido en el paso de Drakoneed, ya que mandaba la vanguardia del ejército imperial.
Fhenar de Mosse acogió a su nuevo comandante en jefe con un alto grado de apatía, pues pensaba que el joven príncipe no era más que un niño consentido de palacio, sin conocimientos para la lucha y para la guerra. Pero pronto su parecer cambio. Tras una emboscada de las tribus Khaslak a una partida de reconocimiento que comandaba el propio príncipe, las loas por parte de los supervivientes le hicieron ver en Bharazar lo que él mismo quería ser cuando se unió a la milicia.
Una de las reformas que Bharazar tuvo que aplicar desde el minuto uno en Ghinnol fue que el ejército ahí acantonado recuperara su forma y su moral. Para lograr lo primero, tuvo que acabar con el gobernador Ahlmir y conseguir que el oro desviado retornase a las arcas de la región. Para lo segundo fue necesario tener unas confrontaciones con las tribus, de las que salir lo suficientemente vencedores. Y con los Khaslak eso no era siempre posible. Aquí fue el propio general de Mosse quien ayudó más que nadie a Bharazar.
Cada año que pasaba le llegaban noticias de la capital, aparte de fondos, pero cada vez más pequeños, ya que Bharazar había conseguido que Ghinnol empezara a producir sus propios fondos y no depender de la capital, como había hecho el antiguo gobernador, en un claro intento de enriquecerse a costa del estado. Las cartas iban remitidas por Mhaless al principio, pero este falleció y su hermano eligió a Shennur de Thier como canciller. Shennur resultó ser tan astuto como Mhaless, algo que a Bharazar no le pasó desapercibido, ya que era sobrino de Mhaless.
Ghinnol obtenía dinero en gran medida de los pagos de las caravanas de mercaderes que solicitaban el permiso de paso y protección del imperio. Eran estas caravanas las que solían ser atacadas por los Khaslak. Pero con el tiempo, y en gran parte por la presión que hacía el ejército de Bharazar, los Khaslak empezaron a atacar a sus vecinos, las tribus nómadas que habitaban las llanuras del suroeste. Algunos de los afectados fueron los Ghunnar, los Shimmer y los Vhirne.
Ante esta nueva amenaza, Bharazar tuvo que idear una nueva forma de actuar, pues no podía usar los fondos imperiales para proteger tribus que ni eran súbditos, ni parte del territorio imperial. Pero las acciones de los Khaslak, como a ellos mismos había que ponerles freno. Por ello, mientras el general de Mosse se encargaba de mantener la frontera y las caravanas a salvo, Bharazar levantó un ejército, entre soldados imperiales, pero sobretodo con mercenarios, guerreros de las tribus atacadas que luchaban bajo la tutela de un tharkandano llamado Shon de Fritzanark, cuyos soldados le ponían el título de general. Por el otro lado había una serie de mercenarios formando en mesnadas, pero la de un tal Alvaras, un sureño, era la más activa, y curiosamente la que mejores resultados obtenía.
Con semejante armada, se internaron en el territorio de los khaslak, en su campaña de castigo. Tras las primeras escaramuzas, Bharazar tuvo que reconocer que Shon de Fritzanark era alguien competente y cada vez que tenía que ausentarse para retornar a Ghinnol, le dejaba al mando de las tropas y las operaciones. Una de esas ausencias se debió a un ataque de los khaslak sobre Ghinnol, que podría haber sido una verdadera catástrofe sino hubiera sido por la rápida reacción del general de Mosse. Pero para cuando Bharazar consiguió retornar, el buen general falleció por las heridas recibidas en la monumental batalla cuerpo a cuerpo que se sucedió en las puertas de la ciudad. De Mosse había sido una gran ayuda para Bharazar y su campaña contra los Khaslak. Sin él, las cosas no volverían a ser las mismas y la operación de castigo en sí se vio interrumpida.

1 comentario:

  1. Me alegra leer de nuevo el nombre de Alvaras para bien. Esta historia promete. Sigue así.

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