Bharazar había preparado para ese año una nueva campaña de
castigo, pero una carta de Shennur le había obligado a cambiar los planes. La
misiva estaba en clave, pues el canciller era muy precavido. Pero en esta
ocasión era una clave distinta a la utilizada por la administración imperial,
era una que creo el canciller Mhaless exclusivamente para hablar con su sobrino
y con el príncipe Bharazar.
Aun recordaba lo que en ella se le refería, cada una de las
palabras estaba grabada con fuego en su mente, aunque los papeles hacía tiempo
que se habían vuelto ceniza y polvo, levantados por los vientos que llegaban de
las llanuras.
“Al
príncipe Bharazar, gobernador militar de Ghinnol, general y tocado por Rhetahl.
Mi buen
príncipe, los designios de vuestro hermano, nuestro gran emperador se han
vuelto erráticos. Las nuevas circunstancias me inclinan a pediros que retornéis
lo antes posible a la capital. Pero también os aviso que debéis hacerlo
disfrazado y en secreto. Nuevas corrientes dominan a vuestro hermano, nuevos
consejeros que llenan su cabeza de conspiraciones y juegos cortesanos. Ha
habido detenciones y asesinatos encubiertos. Y entre tanta locura, ha aparecido
vuestro nombre, como el de una posible alternativa a él.
Vuestro
hermano ha enviado al general Tharen de Vilt a sustituiros en vuestro puesto y
con la misión secreta de deteneros y ajusticiaros sin juicio ni intervención
divina posible. Por ello debéis retornar a Fhelineck. Pero os aconsejó que viajéis
entre puestos militares y cuando lleguéis a la capital os alojéis en mi morada.
Pues tengo mucho de lo que hablaros.
Espero veros pronto, vuestro amigo, Shennur”
La misiva era corta pero su contenido muy preocupante, por lo que
se la enseñó a Jha’al, quien tras pensar durante unas horas se puso en marcha
para elegir a los hombres que los acompañarían. Jha’al decidió solo llevar a
los veinte hombres de más confianza, con los que habían luchado codo a codo
durante todo el tiempo que llevaban en Ghinnol. Solo uno de ellos rechazó la
orden y se presentó ante Jha’al y Bharazar para realizar su propia petición.
Aún se acordaba perfectamente de esa entrevista.
Bharazar había estado preparando su equipaje de viaje, había
limpiado sus armas, había comprobado el estado de su escudo, de su silla de
montar. Pero tuvo que parar ya que tres hombres querían verle. El primero en
entrar en su estancia personal en la ciudadela de Ghinnol fue Jha’al, seguido
por un escriba, un hombre mayor y el último en entrar un soldado, vestido con
una armadura de placas pequeñas superpuestas y un casco cónico, acabado en
punta, que se quitó al entrar en la estancia, revelando una cabeza rapada y una
barba poblada.
-
Phekhal, me ha dicho Jha’al que quieres pedirme algo, ¿no? -dijo
Bharazar, cuando el escriba se sentó y preparó sus útiles.
-
Sí, mi general, como ya sabéis en la escaramuza sobre el oasis de
Thuan fue hecho prisionero por los khaslak -afirmó Phekhal, que parecía tenso-.
Fui rescatado por el capitán Alvaras y sus hombres. Jha’al me ha informado que
retornamos a la capital, pero a mí me gustaría unirme al capitán Alvaras y
seguir en la guerra contra los Khaslak con ellos y el general de Fritzbaron.
Bharazar se le quedó mirando, sin decir nada, como esperando.
Phekhal se puso nervioso por el silencio de su señor.
-
Mi señor, os lo pido sabiendo que mi marcha no es una gran pérdida
y también indicando que siempre os he seguido con lealtad y siempre lo seguiré
haciendo, pero también debo devolver el favor al capitán Alvaras por salvar mi
vida -añadió Phekhal rápidamente, mientras se arrodillaba ante su señor.
-
Es verdad que perderé una buena espada si te vas, Phekhal, y lo
que es más un buen camarada y amigo -habló Bharazar, que se había puesto de pie
y había puesto su mano sobre la cabeza pelada de Phekhal-. Pero también soy
consciente que los grandes guerreros tienen un código que cumplir. Escriba,
apunta que Phekhal, capitán de catafractos imperiales es dado de baja del
servicio del emperador, que es libre de seguir la vida que quiera.
Phekhal levantó la cabeza, según notó que Bharazar había retirado
la mano y le miró a los ojos, pues le había ascendido a capitán y como tal
podría pedir algo de oro como compensación por los servicios al imperio, algo
que solo podían hacerlo los oficiales.
-
Aparte de lo que los burócratas imperiales te otorguen, me
gustaría darte dos regalos -anunció Bharazar-. El primero esta bolsa con un
poco de oro, que te será útil. Pero el segundo lo será más, quédate con tu
caballo, tus arneses y la silla. Espero que tu nuevo capitán sea un hombre
justo. ¡Que Rhetahl te cuide, Phekhal! Ha sido un gran honor tenerte entre mis
camaradas.
Bharazar se acercó al escriba y le dejó sobre el libro veinte
monedas de oro, que indicó que debían ser utilizadas para pagar la montura y
los útiles. Después Phekhal se puso de pie, con lágrimas en los ojos, pues su
montura era lo que más le había costado renunciar, pues estaba muy unida a
ella, como todo catafracto. Bharazar se aproximó a él y lo abrazó, deseándole
lo mejor. Jha’al se llevó a Phekhal y al escriba de allí.
A la mañana siguiente, un grupo de veintitrés hombres abandonó
Ghinnol, pero a unas millas de distancia, uno se separó de ellos y tomó un
camino hacia el sur, mientras que el resto se dirigieron al norte, hacia el
interior del imperio.
Y así fue como Phekhal se unió al capitán Alvaras. Cada vez que leo ese nombre o el de alguno de sus compañeros me invade la nostalgia.
ResponderEliminarY así fue como Phekhal se unió al capitán Alvaras. Cada vez que leo ese nombre o el de alguno de sus compañeros me invade la nostalgia.
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