-
¡Alto! -ordenó uno de los guardias, mirándole desde abajo-. ¿Qué
quiere?
-
Soy el coronel Maichlons de Inçeret, he venido a hablar con el
Heraldo del rey, Galvar de Inçeret -dijo Maichlons, lo más calmado posible.
-
¿Tenéis cita con él, señor? -la palabra señor llegó más tarde de
lo que Maichlons se había esperado.
-
¿Cita? -respondió incrédulo Maichlons, quien no se había esperado
esa pregunta.
-
Cabo, traiga el libro -gritó el centinela.
De la garita interna apareció un muchacho, que cargaba un libro
grueso. El joven se acercó al centinela y este abrió el libro con ayuda de una
tela que quedaba aplastada por las páginas.
-
Vamos a ver, hay algún coronel Maichlons de Inçeret en el registro
de hoy -dijo el centinela mientras revisaba las hojas-. No, no hay nadie con
ese nombre citado.
-
¿Habéis oído mi apellido? -preguntó Maichlons cada vez más
asombrado.
-
Perfectamente coronel -aseguró el centinela.
-
¿Y sabéis quién es mi padre?
-
Claramente es el Heraldo del rey, pero si no estáis citado, no
puedo hacer nada por vos -Maichlons no se lo creía. Aunque era claro que la
seguridad en la ciudadela era alta.
-
Traigo un correo del gobernador Urdibash -Maichlons se acordó del
mensaje y lo sacó de la alforja del caballo.
-
Eso es otra cosa, adelante -indicó el centinela tras observar con
detenimiento el lacre del gobernador.
Maichlons azuzó a su montura y cruzó el arco, hasta llegar a la
explanada interior de la ciudadela. Lo primero fue dirigirse a los establos
para entregar el caballo. Un criado se hizo cargo de él, tras revisar la
montura y sobretodo buscar la marca de que pertenecía a las postas de correos
reales. Después se dirigió hacia el castillo, tras las indicaciones sobre donde
estaba el despacho de su padre. Cuando estaba cruzando la plaza de armas frente
al castillo, una explanada empedrada, donde lo más seguro que la guardia
hiciera instrucción, un niño de pocos años apareció corriendo tras un perro de
lanas. El animal esquivo a Maichlons en el último momento, pero el muchacho chocó
contra sus piernas, cayendo de culo al suelo.
Le ayudó a ponerse de pie, al mismo tiempo que aparecieron tres
hombres a la carrera. El primero era un hombre mayor, vestido con calzones
largos y una túnica gris. Los otros parecían miembros de la guardia. Dos
hombres de mediana edad, curtidos veteranos. Al verle se pusieron tensos, pero
el anciano no parecía nervioso.
-
Espero buen soldado que no os haya molestado este travieso -dijo
el anciano señalando al mozalbete-. Vamos, Markeos, pide disculpas al señor soldado.
El niño musitó un par de palabras que apenas se escucharon, pero a
lo que Maichlons reaccionó con un ligero movimiento de cabeza. El anciano cogió
la mano del niño y se lo llevó medio arrastras hacia el castillo, seguido por
los dos guardias. Maichlons se quedó parado observando su marcha. El nombre del
niño le había sonado de algo pero no recordaba a quien se lo había oído
nombrar, ni cuándo ni porqué.
Estaba tan absorto en sus pensamientos, intentando recordar ese
pasaje de su vida, que no se percató de la presencia de un hombre que se le
había acercado.
-
Supongo que sois el coronel de Inçeret -indicó el hombre, lo que
le hizo retornar a la realidad-. Y si no queréis acabar bajo las pezuñas de un
caballo, mejor que deis un par de pasos hacia atrás.
Como si
de un resorte se tratase Maichlons dio un par de pasos hacia atrás, justo a
tiempo, pues un caballo pasó a escasos centímetros de él. El jinete no parecía
que le hubiera visto y se lo había hecho no le importaba la seguridad de
Maichlons. Al poco les rodearon media docena de guardias que seguían al joven
en su alocada marcha, pero estos se cuidaron bastante de dejar una buena
distancia entre sus monturas y los dos hombres. Maichlons notó las miradas
tensas de los guardias, pero no dirigidas a él, sino a quien lo acompañaba,
miradas llenas de miedo.
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