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miércoles, 26 de julio de 2017

El tesoro de Maichlons (10)



-          ¡Alto! -ordenó uno de los guardias, mirándole desde abajo-. ¿Qué quiere?
-          Soy el coronel Maichlons de Inçeret, he venido a hablar con el Heraldo del rey, Galvar de Inçeret -dijo Maichlons, lo más calmado posible.
-          ¿Tenéis cita con él, señor? -la palabra señor llegó más tarde de lo que Maichlons se había esperado.
-          ¿Cita? -respondió incrédulo Maichlons, quien no se había esperado esa pregunta.
-          Cabo, traiga el libro -gritó el centinela.
De la garita interna apareció un muchacho, que cargaba un libro grueso. El joven se acercó al centinela y este abrió el libro con ayuda de una tela que quedaba aplastada por las páginas.
-          Vamos a ver, hay algún coronel Maichlons de Inçeret en el registro de hoy -dijo el centinela mientras revisaba las hojas-. No, no hay nadie con ese nombre citado.
-          ¿Habéis oído mi apellido? -preguntó Maichlons cada vez más asombrado.
-          Perfectamente coronel -aseguró el centinela.
-          ¿Y sabéis quién es mi padre?
-          Claramente es el Heraldo del rey, pero si no estáis citado, no puedo hacer nada por vos -Maichlons no se lo creía. Aunque era claro que la seguridad en la ciudadela era alta.
-          Traigo un correo del gobernador Urdibash -Maichlons se acordó del mensaje y lo sacó de la alforja del caballo.
-          Eso es otra cosa, adelante -indicó el centinela tras observar con detenimiento el lacre del gobernador.
Maichlons azuzó a su montura y cruzó el arco, hasta llegar a la explanada interior de la ciudadela. Lo primero fue dirigirse a los establos para entregar el caballo. Un criado se hizo cargo de él, tras revisar la montura y sobretodo buscar la marca de que pertenecía a las postas de correos reales. Después se dirigió hacia el castillo, tras las indicaciones sobre donde estaba el despacho de su padre. Cuando estaba cruzando la plaza de armas frente al castillo, una explanada empedrada, donde lo más seguro que la guardia hiciera instrucción, un niño de pocos años apareció corriendo tras un perro de lanas. El animal esquivo a Maichlons en el último momento, pero el muchacho chocó contra sus piernas, cayendo de culo al suelo.
Le ayudó a ponerse de pie, al mismo tiempo que aparecieron tres hombres a la carrera. El primero era un hombre mayor, vestido con calzones largos y una túnica gris. Los otros parecían miembros de la guardia. Dos hombres de mediana edad, curtidos veteranos. Al verle se pusieron tensos, pero el anciano no parecía nervioso.
-          Espero buen soldado que no os haya molestado este travieso -dijo el anciano señalando al mozalbete-. Vamos, Markeos, pide disculpas al señor soldado.
El niño musitó un par de palabras que apenas se escucharon, pero a lo que Maichlons reaccionó con un ligero movimiento de cabeza. El anciano cogió la mano del niño y se lo llevó medio arrastras hacia el castillo, seguido por los dos guardias. Maichlons se quedó parado observando su marcha. El nombre del niño le había sonado de algo pero no recordaba a quien se lo había oído nombrar, ni cuándo ni porqué.
Estaba tan absorto en sus pensamientos, intentando recordar ese pasaje de su vida, que no se percató de la presencia de un hombre que se le había acercado.
-          Supongo que sois el coronel de Inçeret -indicó el hombre, lo que le hizo retornar a la realidad-. Y si no queréis acabar bajo las pezuñas de un caballo, mejor que deis un par de pasos hacia atrás.

Como si de un resorte se tratase Maichlons dio un par de pasos hacia atrás, justo a tiempo, pues un caballo pasó a escasos centímetros de él. El jinete no parecía que le hubiera visto y se lo había hecho no le importaba la seguridad de Maichlons. Al poco les rodearon media docena de guardias que seguían al joven en su alocada marcha, pero estos se cuidaron bastante de dejar una buena distancia entre sus monturas y los dos hombres. Maichlons notó las miradas tensas de los guardias, pero no dirigidas a él, sino a quien lo acompañaba, miradas llenas de miedo.

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