Un criado joven abrió la puerta y le permitió entrar. Una vez
cerrada con los cerrojos, le acompañó hasta la escalera de ascenso a las
habitaciones de la familia, ya que portaba un farol y la planta baja seguía
envuelta en las tinieblas. No existían ventanas en esa planta y las de los
pisos superiores estaban cerradas. Las luces solo permanecían encendidas a
partir de las escaleras. El criado le informó que Mhilon le esperaba en el
comedor pequeño.
Maichlons necesitó un poco de tiempo para recordar cómo se
distribuía ese piso, pero al final llegó hasta el comedor pequeño o familiar.
En ese piso había un segundo comedor, o grande, utilizado para recibir a amigos
o dar fiestas.
-
Espero que hayáis dormido bien, señorito -dijo como saludo Mhilon,
que estaba moviendo unas piezas de cerámica sobre la mesa.
-
Gracias, Mhilon -respondió Maichlons, tras un sonoro bostezo-.
¿Está por aquí mi padre?
-
Lo siento, señorito, pero el señor suele levantarse pronto y marcharse
a palacio con las primeras luces del nuevo día -informó Mhilon, sin perder ni
un ápice de su seriedad.
-
Vaya -se limitó a decir Maichlons-. ¿Mis pertenencias?
-
Han sido llevadas a vuestra alcoba, que ya ha sido preparada
-comunicó Mhilon, mientras retiraba una silla, para que Maichlons pudiera
sentarse.
Maichlons se acercó a la mesa y se relamió al ver el buen desayuno
que había ahí colocado. Podía ver unas cuantas lonchas de lacón curado, queso,
unas tortas de harina, fritas con huevo, una jarra de vino y algún pescado
ahumado. No dudo en sentarse y empezar a tomar tan espléndidas viandas. Mhilon
se encargó de servirle vino en una copa de cristal. Maichlons fue tomando un
poco de todo. Tenía hambre a causa del ejercicio nocturno. Hasta que no estuvo
saciado no retomó su conversación con el anciano.
-
¿Cómo estaba ayer mi padre?
-
Como siempre, señorito -contestó Mhilon de forma lacónica.
Maichlons le miró y no sacó nada de su rostro serio.
-
Supongo que le informarías de mi llegada, ¿verdad Mhilon?
-inquirió Maichlons.
-
El señor notó la presencia de vuestra montura, es algo
escandalosa, por lo que se le informó a quien pertenecía, señorito -dijo
Mhilon.
Maichlons recordó que su padre poseía un establo en el barrio de
los mercaderes, por lo que la vieja cuadra del palacio ya no se utilizaba para
nada.
-
Mhilon, el caballo pertenece a la red de postas de los mensajeros
reales, por lo que habrá que devolverlo lo antes posible -comentó Maichlons
mientras apuraba el contenido de la copa de cristal-. ¿No sabrás por donde queda
la cuadra más cercana?
-
Claro, señorito -asintió Mhilon-. Da la casualidad que está en el
castillo real. En qué otro lugar mejor que ese podríais devolver la montura. De
ese modo podríais pasaros a ver a vuestro padre. Algo me da que desea veros.
El anciano seguía serio, pero a Maichlons le pareció ver una
ligera sonrisa entre sus labios. Tal vez el viejo zorro estaba intrigando para
que padre e hijo limaran sus asperezas de una vez por otras. La verdad es que
Maichlons ya tenía pensado hablar con su padre. Pero daba la casualidad que
temía a ese hombre, podía haberse lanzado contra los enemigos del reino sin
pensarlo y la sola referencia a pasar un rato con su padre lo aterraba.
-
¿Él te ha dicho que quería verme? -preguntó Maichlons.
-
Vuestro padre se ha marchado a su trabajo sin mencionaros si
quiera -respondió Mhilon, sin romper su neutralidad.
-
En ese caso, lo mejor es que me deje caer por el castillo -afirmó
Maichlons, poniéndose de pie.
-
Señorito, creo que sería mejor que primero os dierais un baño,
mientras un par de criados os limpiarán la armadura, dudo que los guardias de
la puerta os tomaran por lo que sois con esa pinta de haragán que lleváis
-advirtió Mhilon, mientras señalaba un espejo cercano.
Maichlons se contempló en el espejo y la verdad es que daba pena
verlo. La armadura estaba sucia, y el resto de su ropa hedía a sudor de días
sin quitársela. Por lo que asintió con la cabeza, a lo que por fin Mhilon
rompió su seriedad y sonrió.
-
Mhirna, Pirenna -gritó Mhilon y aparecieron dos mujeres de mediana
edad y rollizas-. Acompañad al señorito hasta los baños y dejadle listo para
una revista. La armadura pasádsela a Fhener, que se encargue de limpiarla con
esmero para cuando hayáis acabado con él.
Una sonrisa apareció en el rostro de Maichlons al ver a las dos
criadas que se encargarían de él. El maldito Mhilon le conocía demasiado bien,
sabía de sus gustos con las mujeres, y había buscado a las que parecieran más
matronas, que bellas damiselas.
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