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miércoles, 12 de julio de 2017

El tesoro de Maichlons (8)



Un criado joven abrió la puerta y le permitió entrar. Una vez cerrada con los cerrojos, le acompañó hasta la escalera de ascenso a las habitaciones de la familia, ya que portaba un farol y la planta baja seguía envuelta en las tinieblas. No existían ventanas en esa planta y las de los pisos superiores estaban cerradas. Las luces solo permanecían encendidas a partir de las escaleras. El criado le informó que Mhilon le esperaba en el comedor pequeño.
Maichlons necesitó un poco de tiempo para recordar cómo se distribuía ese piso, pero al final llegó hasta el comedor pequeño o familiar. En ese piso había un segundo comedor, o grande, utilizado para recibir a amigos o dar fiestas.
-          Espero que hayáis dormido bien, señorito -dijo como saludo Mhilon, que estaba moviendo unas piezas de cerámica sobre la mesa.
-          Gracias, Mhilon -respondió Maichlons, tras un sonoro bostezo-. ¿Está por aquí mi padre?
-          Lo siento, señorito, pero el señor suele levantarse pronto y marcharse a palacio con las primeras luces del nuevo día -informó Mhilon, sin perder ni un ápice de su seriedad.
-          Vaya -se limitó a decir Maichlons-. ¿Mis pertenencias?
-          Han sido llevadas a vuestra alcoba, que ya ha sido preparada -comunicó Mhilon, mientras retiraba una silla, para que Maichlons pudiera sentarse.
Maichlons se acercó a la mesa y se relamió al ver el buen desayuno que había ahí colocado. Podía ver unas cuantas lonchas de lacón curado, queso, unas tortas de harina, fritas con huevo, una jarra de vino y algún pescado ahumado. No dudo en sentarse y empezar a tomar tan espléndidas viandas. Mhilon se encargó de servirle vino en una copa de cristal. Maichlons fue tomando un poco de todo. Tenía hambre a causa del ejercicio nocturno. Hasta que no estuvo saciado no retomó su conversación con el anciano.
-          ¿Cómo estaba ayer mi padre?
-          Como siempre, señorito -contestó Mhilon de forma lacónica. Maichlons le miró y no sacó nada de su rostro serio.
-          Supongo que le informarías de mi llegada, ¿verdad Mhilon? -inquirió Maichlons.
-          El señor notó la presencia de vuestra montura, es algo escandalosa, por lo que se le informó a quien pertenecía, señorito -dijo Mhilon.
Maichlons recordó que su padre poseía un establo en el barrio de los mercaderes, por lo que la vieja cuadra del palacio ya no se utilizaba para nada.
-          Mhilon, el caballo pertenece a la red de postas de los mensajeros reales, por lo que habrá que devolverlo lo antes posible -comentó Maichlons mientras apuraba el contenido de la copa de cristal-. ¿No sabrás por donde queda la cuadra más cercana?
-          Claro, señorito -asintió Mhilon-. Da la casualidad que está en el castillo real. En qué otro lugar mejor que ese podríais devolver la montura. De ese modo podríais pasaros a ver a vuestro padre. Algo me da que desea veros.
El anciano seguía serio, pero a Maichlons le pareció ver una ligera sonrisa entre sus labios. Tal vez el viejo zorro estaba intrigando para que padre e hijo limaran sus asperezas de una vez por otras. La verdad es que Maichlons ya tenía pensado hablar con su padre. Pero daba la casualidad que temía a ese hombre, podía haberse lanzado contra los enemigos del reino sin pensarlo y la sola referencia a pasar un rato con su padre lo aterraba.
-          ¿Él te ha dicho que quería verme? -preguntó Maichlons.
-          Vuestro padre se ha marchado a su trabajo sin mencionaros si quiera -respondió Mhilon, sin romper su neutralidad.
-          En ese caso, lo mejor es que me deje caer por el castillo -afirmó Maichlons, poniéndose de pie.
-          Señorito, creo que sería mejor que primero os dierais un baño, mientras un par de criados os limpiarán la armadura, dudo que los guardias de la puerta os tomaran por lo que sois con esa pinta de haragán que lleváis -advirtió Mhilon, mientras señalaba un espejo cercano.
Maichlons se contempló en el espejo y la verdad es que daba pena verlo. La armadura estaba sucia, y el resto de su ropa hedía a sudor de días sin quitársela. Por lo que asintió con la cabeza, a lo que por fin Mhilon rompió su seriedad y sonrió.
-          Mhirna, Pirenna -gritó Mhilon y aparecieron dos mujeres de mediana edad y rollizas-. Acompañad al señorito hasta los baños y dejadle listo para una revista. La armadura pasádsela a Fhener, que se encargue de limpiarla con esmero para cuando hayáis acabado con él.
Una sonrisa apareció en el rostro de Maichlons al ver a las dos criadas que se encargarían de él. El maldito Mhilon le conocía demasiado bien, sabía de sus gustos con las mujeres, y había buscado a las que parecieran más matronas, que bellas damiselas.

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