A Orbish le habían enviado a la puerta,
para realizar la guardia de la noche. Él se había llevado a Jhan, que como
había prometido no había abierto la boca en ningún momento. Al encargado de
inscribirles en los libros de pago, Orbish le había tenido que explicar que el
joven había perdido la lengua en una lucha callejera. El encargado lo había
observado y había objetado que le parecía raro que no hubiera perdido algo más,
como la vida en esa pelea. Era el mercenario más enclenque que había podido
tener bajo sus ojos. Orbish le había advertido que era mudo no sordo y que
tenía unos prontos singulares. Lo mejor era que no hablase mucho, pues el joven
solía arrebatarles las lenguas a sus contendientes, para que Ordhin supiera que
era él quien se los enviaba al banquete. El encargado se rió a gusto con la
ocurrencia de Orbish y ya no hizo ni una observación más.
Orbish se fijó que el encargado le pasó
los libros a Sivarias, por lo que se apuntó que sería buena idea hacerse con
esos tomos cuando cazasen a Sivarias.
Según los planes de Alvaras, Orbish y el
resto tendrían que empezar la guardia, hasta que el último de los guerreros de
Davert y Sivarias se fuera al banquete nocturno. Durante un tiempo, Orbish
estuvo pensando cómo Alvaras pudo saber que por su llegada habría un banquete,
pero tras un rato se dio cuenta que Alvaras no era ni un adivino ni le hablaban
los dioses. Era algo francamente sencillo, Alvaras apostó su seguridad a que el
joven, al estar tan obsesionado con el therk, el que le llegara a sus manos, le
haría demostrar su triunfo con un nuevo banquete.
Jhan le dio un golpecito en el costado y
Orbish se volvió. El joven no dijo nada, pero señaló algo hacia la zona de la
casona. Orbish pudo ver cómo un grupo de ocho guardias salían de la casa que
era la residencia de Davert y se dirigían a la casona, de donde ya llegaban los
rumores de gritos, música y risas. Hacía poco habían visto cómo entraban la
mayoría de los mercenarios, los jóvenes cuervos negros y los guardias de
Sivarias.
- Vamos a esperar un poco más y empezamos a
movernos -dijo Orbish, sin esperar contestación.
Orbish siguió más atento al interior de la
empalizada que lo que pudiera ocurrir en el exterior. También observó a las
cuatro torres y estuvo seguro que los cuatro guerreros de Alvaras estaban
atentos a lo que él hiciera que a proteger el campamento de un invasor.
Orbish no supo cuánto tiempo había pasado,
pero le pareció que había escuchado lo que parecía el chillido de un cerdo
cuando lo están sacrificando en la matanza otoñal. El guerrero escrutó el
campamento, pero no pudo ver ni una reacción, por lo que supuso que había sido
el viento o tal vez alguna bestia nocturna más allá del claro. Empezó a cruzar
los brazos sobre su cabeza y le hizo una seña a Jhan para que le siguiera. Los
dos hombres bajaron de la plataforma sobre la puerta y se movieron con sigilo,
pero raudos hasta llegar hasta las cuadras, el lugar donde habían quedado con
el resto. Orbish le señaló a Jhan una posición bajo el alero de una las casas
cercanas, un lugar sombrío y oscuro. Por las ventanas, Orbish comprobó que las
casas estaban vacías, todas, excepto una, la más cercana a la puerta, la que
ocupaba Sivarias, que se podía ver una luminosidad.
Obbort, Dkal, Himey y Ohel fueron
llegando, uno a uno, por diferentes caminos, cautos, sigilosos, sin hacer
ruido, pero no había nadie que les pudiera escuchar, ya que la mayoría estaban
en la casona.
- Es hora de empezar, pronto Alvaras estará
aquí y tenemos que tener a Sivarias listo -anunció Orbish-. Yo tiraré la puerta
de la casa de Sivarias y entraré seguido de Obbort y Dkal. Himey te encargarás
de cubrir la única ventana -Orbish señaló el ventanuco que daba a la zona de
las cuadras-. Ohel y Jhan os quedaréis fuera, para avisarnos si viene alguien.
¿entendido?
Los cinco jóvenes asintieron con la
cabeza. Orbish desenvainó su hacha, que la llevaba a la espalda. Los guerreros
le imitaron. En fila india recorrieron el espacio que les separaba de la casa.
Orbish iba el primero e impuso una marcha lenta, atento a cualquier movimiento
y sonido, no podían ser detectados, y los únicos que podían hacerlo serían los
de la casa. El grupo lo cerraba Ohel.
Himey se quedó en silencio bajo la ventana
y el resto torció en la esquina de la casa, colocándose a ambos lados de la
puerta. Orbish esperó a que estuvieran listos, mirando a ambos lados. Los
jóvenes asentían con las cabezas a la mirada de Orbish que parecía que les
preguntaba por su disposición. Tras varias inspecciones, Orbish se colocó
delante de la puerta, dio unos pasos atrás y se lanzó con fuerza contra la
entrada cerrada.
La placa de madera no aguantó la presión
que provocó el choque del robusto guerrero, se combó y se le saltaron los
goznes. La puerta cayó al suelo de la casa envuelta en polvo y los tres hombres
que estaban en el interior se quedaron sorprendidos cuando vieron a Orbish que
entró como una ola, seguido de Obbort y Dkal.
- Ríndete Sivarias, en nombre del tharn
Davalon! -dijo lo suficientemente Orbish, para que le escucharan, pero sin
gritar, mientras puso el filo de su hacha en el cuello de Sivarias.
- ¡Maldito traidor! -espetó Sivarias, pero
no intentó moverse, ya que apreciaba demasiado su vida, como para jugar con el
filo del hacha-. Ya sabía que había gato encerrado en tu vuelta. Te voy a
desollar, a ti y a estos idiotas.
- No estás en posición de amenazarnos,
cagarruta -le advirtió Orbish a Sivarias, que luego miró al hombre mayor que
permanecía sentado en un taburete junto al fuego y al sirviente de cara
parecida a un zorro que permanecía de pie junto a Sivarias-. Vosotros mejor que
no intentéis nada o no lo vais a lamentar.
El sirviente puso una cara
rara y el anciano se limitó a encogerse de hombros y a sonreír.
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