Himey avisó que había movimiento en la
puerta de la casa junto a la casona. Orbish se acercó y oteó hacia donde estaba
la casa en cuestión. La figura que había aparecido parecía Alvaras, por lo que
volvió dentro.
- Obbort, quédate aquí, que Sivarias no
intente nada raro, si lo hace le golpeas, pero no le mates, lo necesitamos vivo
-ordenó Orbish-. El resto conmigo.
- Esta herida no es nada, puedo seguir
luchando, señor -se quejó Obbort.
- No, no te quedas por la herida, sino
porque eres un chico listo, no como tus compañeros -negó Orbish-. Además sabes
lo que hay que hacerse. Te quiero aquí por ahora.
Obbort asintió, pero a regañadientes.
Observó como Orbish y los otros salieron de la casa.
Orbish iba el primero y recorrió la
distancia que le separaba de la casa lo más rápido que pudo sin hacer mucho
ruido, siempre bajo las sombras que creaban los aleros de las casas. Al llegar
junto Alvaras no pudo sino asombrarse de cómo le habían dejado la cara. Se
estaba abultando a causa de los moratones y tenía varios cortes.
- ¿Y Davert? -preguntó Orbish, aunque ya
intuía la respuesta al ver la sangre en la espada.
- Muerto.
- Eso te va a traer problemas -advirtió
Orbish, mientras el resto de hombres llegaban y observaban con preocupación el
estado de su señor.
- Ya lo sé, Orbish -aseguró Alvaras.
- ¿Qué hacemos ahora? En esa casona hay
suficientes hombres como para ser un verdadero grano en el culo -cambió de tema
Orbish, pues la muerte de Davert era algo que ya había ocurrido y ya no les afectaba-.
Podemos irnos, con Davert y Sivarias, pero en cualquier momento alguien saldrá
de la casona, dará la voz de alerta y nos seguirán. Nos habrían venido muy bien
los hombres del therk Ballur.
- Ballur llegará con las primeras luces
-indicó Alvaras.
- ¿Cómo es posible eso? Pensaba que
esperaría la respuesta del tharn -dijo sorprendido Orbish.
- Lo iba a hacer así, pero cuando haya
descubierto que nos hemos ido, se ha quedado sin opciones, no puede dejar que
un therk muera solo, Ballur tiene valores y cree en el honor -explicó Alvaras-.
Mañana estará aquí, pero no tendrá trabajo por hacer.
- ¿Qué tienes pensado para ellos?
- Fuego -dijo enigmáticamente Alvaras al
tiempo que les hizo acercarse, para darles las órdenes con voz baja.
Los cinco hombres fueron escuchando lo que
había ideado Alvaras, asintiendo cada vez que les preguntaba si habían
entendido. Orbish por un lado se maravilló por esa mente fría que estaba tan
activa hasta en esas situaciones, pero por otra parte pensó que si alguna vez
le hacía algo que requiriese una venganza lo sufriría con creces. Alvaras
quería que los mercenarios de Davert y Sivarias sufrieran una muerte comparable
a la que habían sufrido tanto los habitantes de Yhakka como los de la granja de
Fhad. Y para Orbish iban a sufrir de lo lindo.
Los hombres de Alvaras empezaron a rodear
la casona con pilas de madera y hatillos de ramas, los fueron colocando contra
las paredes de madera de la casona. Una vez que crearon un anillo, salvo en la
puerta principal, que abrieron un hueco entre las hogueras. En los lugares
donde había ventanas o la puerta lateral, aparte de las piras, colocaron
estacas que retiraron del almacén del campamento. También lanzaron abrojos
alrededor de las estacas y frente a la puerta principal. Una vez que tuvieron
toda la madera lista, empezaron a verter sobre ella y la parte baja de las
paredes de la casona, brea y aceite.
Alvaras y Orbish les dejaron trabajar y se
fueron a hablar con Uthel, según Orbish le anunció su presencia a Alvaras.
- Uthel, siempre es un placer verte, viejo
sabio -saludó Alvaras al sacerdote.
- La negrura te envuelve, mi señor -señaló
Uthel según entró Alvaras en la casa-. La venganza solo trae más muerte,
Alvaras, matando lo bueno de las personas. Recuérdalo.
- ¿Por qué tú no has muerto, Uthel?
-preguntó Alvaras intentando cambiar de tema.
- Porque a este -Uthel señaló a Sivarias- y
a Davert no les parecía buena idea enemistarse con los dioses. Pero no huyas de
la verdad, Alvaras, ¿qué has hecho y qué vas a hacer?
- Administrar justicia -indicó Alvaras.
- La justicia de la que hablas le está
vedada al hombre, sólo los dioses lo pueden hacer -advirtió Uthel.
- ¿Dónde estaban los dioses cuando Yhakka
fue masacrada? -bramó de ira Alvaras, que se dio la vuelta y salió de la casa.
- En el camino de Alvaras se cruza Lorhk en
demasiadas ocasiones -habló Uthel-. Deberás acompañarle para que el mentiroso
no lo envíe al cuidado de Bheler antes de tiempo. Él merece un lugar en el gran
banquete, como todos.
Orbish asintió asombrado por
las palabras del sacerdote que había lanzado un pronóstico sin lanzar las tabas
rituales. Nunca lo había visto hacer así, tal vez ese anciano fuera un hombre
santo.
Sabias palabras las de sacerdote. Sin embargo, creo, que en cuanto a la justicia estoy de acuerdo con Alvaras. Debemos pelear por conseguirla. Porque nadie lo hará por nosotros.
ResponderEliminarSaludos.
A la espera del próximo capitulo.