- Te recuerdo Orbish que en este campamento
siguen habiendo demasiados compañeros como para acabar contigo definitivamente
-espetó Sivarias enfadado, que se volvió hacia Obbort y Dkal-. Si os rendís
ahora, podréis conservar la vida. No sé qué os habrá contado o prometido, pero
yo…
- Nosotros solo servimos al therk Alvaras, y
ya hemos visto lo que hicisteis en Yhakka -intervino Obbort-. Tú no tienes nada
que queramos, excepto que te las veas ante la justicia de nuestro tharn.
Sivarias miró a los ojos de Obbort y pudo
distinguir que el guerrero estaba allí por sus ideales, no era como Orbish, un
mercenario, sino un guerrero de un tharn, no se vendería. Por ello puso mala
cara y le miró a su sirviente, a quien le guiñó un ojo. Orbish no se dio cuenta
de la señal y por ello no advirtió cómo el sirviente se metió la mano bajo la
casaca.
- En ese caso, recibiréis el mismo trato que
el traidor -anunció Sivarias.
Orbish se giró para mirar a Sivarias y
entonces el sirviente actuó. Golpeó a Orbish, que retiró el hacha del cuello de
Sivarias y dio un paso atrás. Sivarias tomó su espada, mientras que el
sirviente sacó un puñal de la casaca y se lanzó contra Obbort. El puñal cruzó
la distancia que le separaba del costado de Obbort, pero el guerrero fue rápido
e interpuso su brazo. La hoja del puñal resbaló por la defensa del guantelete,
pero se clavó en el codo. Obbort se movió hacia atrás y el puñal se quedó
colgando de su brazo, arrebatándoselo de la mano del sirviente, que ya se había
lanzado contra Dkal. Al encontrarse sin su pequeña arma, el sirviente golpeó en
la entrepierna del guerrero y avanzó hacia la salida al exterior con la única
idea de pedir ayuda. Cuando estaba a punto de lograr su huida miró hacia atrás
para ver que nadie le seguía, pero no vio que Jhan aparecía en el hueco de la
puerta con la punta de su espada hacia delante. El sirviente se empaló con
fuerza en la espada, el acero se clavó en su pecho, atravesó las costillas, un
pulmón y la punta apareció en la espalda.
- No -gritó Sivarias, al tiempo que intentó
atacar a Orbish, con su espada, pero el anciano del taburete estiró una de sus
piernas.
Sivarias no vio la pierna del anciano y se
tropezó, cayéndose de bruces al suelo y soltando la espada. Orbish se tiró
sobre su espalda y le dio un puñetazo.
- Se acabó tu intentona, Sivarias, ahora
eres mío -dijo Orbish, que buscó con la mirada algo con que atarle.
El anciano tosió y Orbish le miró, tenía
unas cuerdas de cuero.
- Gracias, amigo -le agradeció Orbish al
anciano, mientras tomaba las cuerdas y le ataba los brazos a la espalda a
Sivarias.
- De nada, guerrero -dijo el anciano,
poniéndose de pie y acercándose a Obbort-. Siempre está bien ayudar a un hombre
del therk de Yhakka, mi señor.
- ¿Quién eres, anciano? -quiso saber Orbish,
intrigado.
- Se me conoce por Uthel, y hasta hace poco
era el guía espiritual de Yhakka -respondió sonriente Uthel-. Desgraciadamente
me temo que estos guerreros son lo que me queda de mi parroquia. Déjame ver la
herida Obbort, hum. Esto no es nada para un guerrero como tú, hay que sacar el
puñal, coser y vendar.
- Sí, Uthel -asintió Obbort, dejándose hacer
por el sacerdote.
Uthel guió a Obbort hasta el taburete,
junto al que tenía una bolsa. Rebuscó en su interior y sacó una aguja curva,
hilo, vendas y un bote con unas hierbas. Se sentó y le hizo un gesto a Obbort
para que se acercase. El anciano puso la mano derecha sobre el puñal y lo sacó
con un movimiento rápido. Obbort no dijo nada ni lanzó ningún lamento. Uthel
acercó la aguja al fuego y tras un poco tiempo la retiró, enhebró el hilo y
comenzó a coser. Cuando terminó con la labor, puso algunas hierbas y vendo la
herida.
Mientras Uthel curaba a Obbort, Jhan había
recuperado su espada y con ayuda de Ohel, retiraron el cuerpo del sirviente,
arrastrándolo por el suelo de la casa y dejando un rastro de sangre. Himey se
desplazó desde el exterior y se colocó en el hueco de la puerta, para vigilar
lo que ocurría en el campamento. Orbish y Dkal levantaron y sentaron a Sivarias
en otro taburete. Orbish le amordazó para evitar que se pusiera a gritar. Ahora
les tocaría esperar.
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