Jhan se despertó con los
primeros rayos de la mañana y una ligera brisa fría. Se encontraba en la
plataforma de la puerta, a donde había ido cuando rechazó elegir una compañera
para la noche como el resto de sus camaradas. Él no estaba preparado para sustituir
tan rápido a Shine como parecía que sus amigos habían olvidado a aquellas que
compartían sus lechos en Yhakka. Había estado un buen rato pensando en Shine y
en lo que era ser un guerrero, en cómo olvidaban tan rápido lo que habían
tenido en sus manos. Había debatido en su alma y había llegado a la conclusión
que emprendería el camino del guerrero junto a su señor Alvaras, hasta que uno
de los dos muriese o encontrará otro camino para aliviar a sus tristes
corazones.
En algún momento se había
quedado dormido, no recordaba cuando, pero si se acordaba de haber visto dos
siluetas ante la inmensa hoguera que se había convertido la casona. Creía que
eran Alvaras y Uthel, pero bien podrían ser el mismísimo Ordhin y Thoin, observando
los despojos humanos que se consumían entre tanta madera calcinada.
Jhan se puso de pie y miró
hacia el interior del pacifico campamento, a la vez prácticamente silencioso.
Los restos de lo que había sido la casona aún humeaban, pero ya no había nadie
mirándolos. Entonces escuchó el relincho de un caballo, pero no venía del
campamento, sino de su espalda, por lo que se volvió y vio que en la linde del
claro habían aparecido jinetes. Tras ellos llegaban caminando los arqueros, sin
duda el therk Ballur había llegado.
Bajó por las escaleras de la plataforma y se dirigió hacia la casa
de Sivarias. Solo encontró a Uthel durmiendo en el lecho y a Sivarias,
despierto, pero seguía atado y amordazado a la silla, por lo que parecía no
estar muy contento. Jhan se acercó al sacerdote y lo agitó con cuidado para que
se despertase.
-
¡Por Ordhin, muchacho! Soy un hombre mayor, estas no son formas de
despertarse -se quejó Uthel, que se volvió a Sivarias-. ¿Has dormido bien?
Sivarias solo pudo responder con gruñidos, que no parecieron muy
amistosos.
- Señor
Uthel, ¿sabéis dónde está el therk Alvaras? -preguntó Jhan.
- Creo que
se fue a las cuadras a dormir -recordó Uthel-. ¿A qué se debe esta urgencia?
-
El therk Ballur ha llegado -anunció Jhan, que se dio la vuelta y
salió de la casa corriendo.
Jhan entró en las cuadras y se encontró a Alvaras, no solo
despierto sino que estaba preparando su caballo. Estaba armado de pies a la
cabeza, como si no hubiera pasado nada.
- ¿Ya ha
llegado Ballur, Jhan? -preguntó Alvaras como saludo.
- Sí, mi
therk.
- En ese
caso, despierta a los guerreros, que se armen, recojan sus cosas y preparen sus
caballos, nos vamos de aquí -ordenó Alvaras, serio, sin demostrar sentimiento
alguno en sus palabras, sin reminiscencias de odio, o miedo, o necesidad de
venganza, como el día que lo había conocido en la granja de Fhad, solo
preocupado.- Luego prepara monturas para Sivarias y para Uthel. Y una cosa más,
Jhan, ya no seré el therk Alvaras, ni tu señor, por lo que no tienes que usar
esos términos al hablar conmigo.
-
Como digáis, mi… - la voz de Jhan se silenció por unos segundos y
añadió-, señor.
Jhan se dio la vuelta y se iba a marchar, pero tras unos paso, se
giró otra vez para ver a Alvaras, desenvainó su espada, se arrodilló, y se la
ofreció a Alvaras que le observaba perplejo.
- Esta
espada, así como mi vida es tuya, mi señor Alvaras -dijo solemne Jhan-. Iré con
vos hasta que la muerte me lleve. Para mí siempre seréis mi therk.
- Así que
has elegido tu camino, guerrero -anunció Alvaras mientras tomaba la espada, la
levantaba y luego golpeaba la cabeza de Jhan con el lado plano-. Si esa es tu
decisión, me honra que me acompañes en la guerra y en la vida. Ahora haz lo que
te he dicho.
- Sí, mi
señor -asintió Jhan, que recuperó su espada de manos de Alvaras y la envainó.
-
¡Ah, Jhan! Te queda muy bien esa armadura -comentó Alvaras con una
sonrisa.
Jhan
se marchó a cumplir con lo que le había mandado Alvaras. Los hombres se fueron
despertando y acatando sin problemas las órdenes de Alvaras. Cosa distinta fue
con Orbish, al que se encontró desnudo entre dos muchachas, con sus manos sobre
un pecho de cada chica, con una sonrisa enorme y roncando incansablemente. Durante
un rato se quejó amargamente de su mala suerte, pero tras varios intentos, el
maduro guerrero empezó a claudicar en su rebeldía.
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