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domingo, 28 de mayo de 2017

Alvaras (22)



Jhan se despertó con los primeros rayos de la mañana y una ligera brisa fría. Se encontraba en la plataforma de la puerta, a donde había ido cuando rechazó elegir una compañera para la noche como el resto de sus camaradas. Él no estaba preparado para sustituir tan rápido a Shine como parecía que sus amigos habían olvidado a aquellas que compartían sus lechos en Yhakka. Había estado un buen rato pensando en Shine y en lo que era ser un guerrero, en cómo olvidaban tan rápido lo que habían tenido en sus manos. Había debatido en su alma y había llegado a la conclusión que emprendería el camino del guerrero junto a su señor Alvaras, hasta que uno de los dos muriese o encontrará otro camino para aliviar a sus tristes corazones.
En algún momento se había quedado dormido, no recordaba cuando, pero si se acordaba de haber visto dos siluetas ante la inmensa hoguera que se había convertido la casona. Creía que eran Alvaras y Uthel, pero bien podrían ser el mismísimo Ordhin y Thoin, observando los despojos humanos que se consumían entre tanta madera calcinada.
Jhan se puso de pie y miró hacia el interior del pacifico campamento, a la vez prácticamente silencioso. Los restos de lo que había sido la casona aún humeaban, pero ya no había nadie mirándolos. Entonces escuchó el relincho de un caballo, pero no venía del campamento, sino de su espalda, por lo que se volvió y vio que en la linde del claro habían aparecido jinetes. Tras ellos llegaban caminando los arqueros, sin duda el therk Ballur había llegado.
Bajó por las escaleras de la plataforma y se dirigió hacia la casa de Sivarias. Solo encontró a Uthel durmiendo en el lecho y a Sivarias, despierto, pero seguía atado y amordazado a la silla, por lo que parecía no estar muy contento. Jhan se acercó al sacerdote y lo agitó con cuidado para que se despertase.
-       ¡Por Ordhin, muchacho! Soy un hombre mayor, estas no son formas de despertarse -se quejó Uthel, que se volvió a Sivarias-. ¿Has dormido bien?
Sivarias solo pudo responder con gruñidos, que no parecieron muy amistosos.
-       Señor Uthel, ¿sabéis dónde está el therk Alvaras? -preguntó Jhan.
-       Creo que se fue a las cuadras a dormir -recordó Uthel-. ¿A qué se debe esta urgencia?
-       El therk Ballur ha llegado -anunció Jhan, que se dio la vuelta y salió de la casa corriendo.
Jhan entró en las cuadras y se encontró a Alvaras, no solo despierto sino que estaba preparando su caballo. Estaba armado de pies a la cabeza, como si no hubiera pasado nada.
-       ¿Ya ha llegado Ballur, Jhan? -preguntó Alvaras como saludo.
-       Sí, mi therk.
-       En ese caso, despierta a los guerreros, que se armen, recojan sus cosas y preparen sus caballos, nos vamos de aquí -ordenó Alvaras, serio, sin demostrar sentimiento alguno en sus palabras, sin reminiscencias de odio, o miedo, o necesidad de venganza, como el día que lo había conocido en la granja de Fhad, solo preocupado.- Luego prepara monturas para Sivarias y para Uthel. Y una cosa más, Jhan, ya no seré el therk Alvaras, ni tu señor, por lo que no tienes que usar esos términos al hablar conmigo.
-       Como digáis, mi… - la voz de Jhan se silenció por unos segundos y añadió-, señor.
Jhan se dio la vuelta y se iba a marchar, pero tras unos paso, se giró otra vez para ver a Alvaras, desenvainó su espada, se arrodilló, y se la ofreció a Alvaras que le observaba perplejo.
-       Esta espada, así como mi vida es tuya, mi señor Alvaras -dijo solemne Jhan-. Iré con vos hasta que la muerte me lleve. Para mí siempre seréis mi therk.
-       Así que has elegido tu camino, guerrero -anunció Alvaras mientras tomaba la espada, la levantaba y luego golpeaba la cabeza de Jhan con el lado plano-. Si esa es tu decisión, me honra que me acompañes en la guerra y en la vida. Ahora haz lo que te he dicho.
-       Sí, mi señor -asintió Jhan, que recuperó su espada de manos de Alvaras y la envainó.
-       ¡Ah, Jhan! Te queda muy bien esa armadura -comentó Alvaras con una sonrisa.
Jhan se marchó a cumplir con lo que le había mandado Alvaras. Los hombres se fueron despertando y acatando sin problemas las órdenes de Alvaras. Cosa distinta fue con Orbish, al que se encontró desnudo entre dos muchachas, con sus manos sobre un pecho de cada chica, con una sonrisa enorme y roncando incansablemente. Durante un rato se quejó amargamente de su mala suerte, pero tras varios intentos, el maduro guerrero empezó a claudicar en su rebeldía.

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