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domingo, 2 de diciembre de 2018

El Conde de Lhimoner (19)


Mientras el estudioso trabajaba apuntando todo lo que iba viendo, Beldek se apoyó en la pared del pasillo, meditando. Ahlssei estaba frente a él, observando la labor del estudioso. Tras un rato perdió el interés por el hombre.


   -   Lleva ya un rato muy callado, prefecto -murmuró Ahlssei-. Supongo que está atando cabos, ¿no?

   -   Estamos ante un segundo caso singular, capitán -dijo Beldek-. No puedo negar que no estén conectados. Y si es así, estamos ante un hombre cuidadoso, muy hábil y sobre todo muy culto. Mataron a la prostituta con una forma muy antigua y ahora esto.

   -   ¿A qué se refiere? -quiso saber Ahlssei, confundido.

   -   Me temo que estamos ante un segundo asesinato mediante un viejo ritual de otra religión -indicó Beldek-. Y si es así, estamos ante un criminal que conoce cosas que no están al alcance de todos los ciudadanos.

   -   ¿Señor? -se escuchó la voz del estudioso en el interior de la habitación.


Beldek se giró y miró al interior.


   -   Ya he acabado. Mi estudio preliminar es que este hombre murió desangrado -anunció el estudioso-. Creo que fue aquí, por las ataduras y los hematomas debajo de ellas, pues en las manos quedó sangre atorada que no salió por la herida. Pero no hay rastro de la sangre del muerto por ninguna parte, por lo que alguien debió recogerla y llevársela.

   -   Gracias, Oryd -agradeció Beldek-. Podéis llevarlo para la morgue. Le entregas tu informe inicial al maestro y que siga a partir de ahí. Llevaros la cuerda y todo lo que veáis relevante para el caso.

   -   Sí señor -asintió Oryd.


Beldek se volvió hacia Ahlssei y se volvió a apoyar en la pared, bajo la mirada inexpresiva del capitán. Claramente entendió que el guardia tenía preguntas, pero se resistía a hacerlas por lo macabro de todo el caso.


   -   ¿Capitán, habéis oído hablar alguna vez de las ciénagas de Fhulmar? -preguntó Beldek, pero el capitán negó con la cabeza-. Es comprensible que lo desconozca, capitán, hace mucho tiempo que ya no existen. Se encontraban al norte del río Atahl, eran parte de uno de sus afluentes. Hará doscientos años que fueron drenadas y convertidas en un valle fértil donde crece el trigo. Pero en esas ciénagas moraron unos hombres, pescadores pobres que mal vivían de lo que daba ese territorio. Y seguían una religión diferente a la nuestra. Le rezaban a un dios que gobernaba solo en esos pantanos. Solían hacer sacrificios a ese dios. Pero no se piense lo peor, no usaban humanos para ello. Cazaban mamíferos acuáticos en las ciénagas, a los que desangraban. Los druidas se bebían la sangre de esos animales y así conocían lo que les deparaba el futuro. Una forma curiosa de hablar con su dios, ¿no cree?

   -   Sí, pero no entiendo qué tiene que ver que una tribu de unas ciénagas desangrase alimañas para ver el futuro con este asesinato -afirmó Ahlssei.

   -   Bueno los druidas colgaban de un artilugio de madera, que me recuerda a esta forma de atar al marinero -explicó Beldek-. Luego les degollaba y esperaba a que toda la sangre emanaba del cuerpo y acababa en un plato de madera. La pieza que más usaban en esos sacrificios eran nutrias.

   -   ¡Este hombre era contramaestre en la “Nutria”! -exclamó sobresaltado Ahlssei.

   -   Lo ve, una curiosidad tras otra, pero unidas aparece un patrón muy interesante -añadió Beldek-. Pero a la vez nos encontramos ante un asesino que usa métodos muy raros. Solo alguien culto que encima haya estudiado otras religiones será nuestro criminal.

   -   ¿Cree que tal vez sea un sacerdote? -quiso saber Ahlssei.

   -   Esa sería una hipótesis muy probable, pero a la vez extraña -señaló Beldek-. Yo no veo a un religioso actual que quiera perder su estatus en nuestra sociedad haciendo este tipo de cosas. Y menos les veo estudiando religiones desaparecidas. Es todo tan raro. Vamos a ver que está averiguando Fhahl. Quienes serían los últimos clientes de Dherin.


Ahlssei asintió con la cabeza y los dos hombres cruzaron el pasillo, que se había convertido en un caos de soldados, mujeres y clientes enzarzados en conversaciones más o menos subidas de tono. Los soldados iban abriendo sitió a los oficiales apartando de mala forma a los enfadados clientes.

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