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miércoles, 12 de diciembre de 2018

Lágrimas de hollín (44)


Bheldur se había separado de sus amigos antes de llegar a la casa de Fibius. Dijo que quería dar unas vueltas por el barrio y observar cómo iba recibiendo la noticia de las muertes de Terbus y Oltar. A Fhin le pareció una buena idea y le dejó marchar, pero le advirtió que tuviera cuidado, pues le necesitaba para completar su futuro. Le recordó que era una pieza clave. Bheldur se marchó hinchado de orgullo.

Cuando Fhin y Usbhalo llegaron a la casa de Fibius, la mañana ya había empezado y al frescor de la madrugada le había sustituido un ligero calor, así como el tufillo de los hornos al comenzar a quemar madera. Fhin iba a llamar a la puerta de la casa, cuando escuchó los golpes de martillo en el yunque, que venían de la herrería anexa. Los dos jóvenes se dirigieron hacia la entrada de esta.


Al entrar en la herrería, descubrieron que Fibius no era quien golpeaba el yunque, sino Gholma. Usbhalo le indicó a Fhin que le esperaba allí mismo, al fin y al cabo, él no era el líder de nada. En realidad Usbhalo le tenía un respeto sepulcral a Gholma, aunque Fhin pensaba que tal vez era más miedo que otra cosa. Usbhalo y Gholma tenían parecidas hechuras, pero Gholma poseía más experiencia y sobretodo una mente más ágil que el joven.


Fhin siguió andando. Desde que había entrado sabía que Fibius le estaba viendo. La cara era seria. El muchacho se quedó a unos pasos por detrás de Gholma.


   -   ¡Quieres dejar de golpear así mi yunque, por el amor de Bhall! -gritó Fibius.

   -   Ese maldito niño malcriado -espetó Gholma sin dejar de dar golpes-. Le meto en el almacén, debiéndole una gorda a Fharbo. Y qué hace él, se marcha. Debía pensar que Fharbo no me lo iba a contar. Es un maldito idiota. Pero Fibius, cuando le encuentre se va a enterar.

   -   ¿Y si se ha marchado de la ciudad? -preguntó Fibius, dejándose caer en uno de los taburetes que tenía a su espalda-. Gholma, Fhin ya no es un niño, no es nuestro niño. Todos crecen, todos deben seguir con su vida, es la ley de Bhall.

   -   ¡Pues a la mierda Bhall!

   -   ¡Gholma! Te he permitido mucho a lo largo de nuestras vidas, pero no hables así de Bhall o te echo de aquí -le advirtió Fibius-. Y si lo que quieres es hablar con el muchacho, date la vuelta, está a tu espalda.


Fhin se puso blanco, al mismo tiempo que Gholma soltaba el martillo cuando golpeaba el yunque. La herramienta salió rebotada, cayendo entre un haz de hojas sin pulir que se desparramaron por el suelo del taller. Fibius puso mala cara al ver el desastre y se levantó para ponerlo todo en orden. Gholma se dio la vuelta poco a poco, hasta ver a Fhin saludándole con la mano, mientras sudaba copiosamente.


   -   ¡Tú, cagarruta sin seso! ¿Se puede saber en qué piensas? -la voz de Gholma era tan tensa que podría haber traspasado cualquiera de las paredes del taller de habérselo propuesto-. Ahora se calla. ¡Di algo por el amor de Bhall!

   -   Yo… -empezó a hablar Fhin.

   -   ¿Qué es eso que te cuelga del cuello? -cortó de improviso Gholma, señalando el collar de Fhin.


El gigantón se puso a observar el collar, intentó tomarlo con sus manos, pero Fhin instintivamente se lo impidió. Al hacerlo, Gholma se fijó en los dos anillos que llevaba en una de sus manos. Se quedó asombrado, pues no recordaba que el muchacho fuera de los que llevaban joyas en las manos.


   -   Nos debes una explicación, muchacho -se limitó a decir Gholma, mientras retrocedía y se sentaba en el taburete que había usado Fibius antes.


Fibius no había perdido de vista la conversación mientras recogía las hojas que había desperdigado Gholma. Cuando vio que su amigo retrocedía y se sentaba se acercó a Fhin y se quedó de piedra al ver las joyas. Su amigo seguro que no las había reconocido como lo que eran, pero él sí.


   -   ¿Cómo has conseguido esas joyas? -preguntó Fibius, mirándolas pero sin tocarlas, como si fueran a pegarle algo malo.

   -   ¡Las habrá robado…! -lanzó un lamento Gholma, poniendo la cabeza entre las manos.

   -   Dudo que las haya robado -negó Fibius-. Estas joyas son difíciles de conseguir, solo se pueden obtener de las manos de sus anteriores dueños.


Las últimas palabras de Fibius resultaron demasiado tétricas, por lo que Gholma separó sus manos de su cara. Fhin les miraba con una mueca angustiada.


   -   Es una historia muy larga -dijo Fhin.

   -   Creo que tenemos mucho tiempo libre -murmuró Gholma.


Fibius se sentó en otro taburete, junto a Gholma. Fhin cogió aire y comenzó con su narración. Sabía que tenía mucho que contarles. No solo lo que había ocurrido, sino también sus sueños y planes.

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