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domingo, 23 de diciembre de 2018

El Conde de Lhimoner (22)



Los dos hombres entraron en la sala de runas y lenguajes antiguos y vieron que estaba completamente vacía, a excepción de un hombre de cincuenta años que miraba un libro, sentado en un sillón, junto a la única ventana de la habitación. El hombre debió notar los pasos de las botas de monta, pues levantó la mirada y sonrió.

   -   Prefecto de Lhimoner, que placer el verle por aquí -dijo el hombre en un tono más alto del que se esperaría en un local como ese.
   -   Maestro Farhyen de Ahltor, siempre es un honor que tenga tiempo para recibir a este pobre lector -devolvió el saludo Beldek, con humildad.
   -   El gran prefecto solo aparece por aquí movido por su interés -aseguró Farhyen, sin perder la sonrisa, levantándose y cerrando el libro que hojeaba-. Si hubiera venido solo, sabría que se trataría de un intento de llenar su cabeza de conocimiento, pero seguido de un guardia imperial la cosa cambia. ¿En qué asunto criminal quiere que le asesore, prefecto?
   -   Tan observador como siempre, Farhyen -alabó Beldek-. Tengo una serie de muertes donde se han perpetrado ritos de antiguas religiones y reinos caídos. Me pregunto si hay algún libro o manuscrito en esta biblioteca sobre esa temática o sabe si se podría encontrar en otra biblioteca de la ciudad. Como el caso de la del gran templo.
   -   Olvídese de eso último, hará cien años, el gran sumo sacerdote creía que los manuscritos antiguos del gran templo eran heréticos y ordenó que se quemaran todos. Se perdió un gran conocimiento que los sacerdotes actuales no han recuperado y nunca lo harán -explicó Farhyen-. Y el resto de bibliotecas públicas no tiene tanto en esas materias como nosotros. Prefieren libros de aventuras y romances.
   -   ¿Eso quiere decir que tenéis algo aquí? -inquirió Beldek.
   -   Claro, seguidme -afirmó Farhyen, haciéndoles el gesto para que fueran con él.

Farhyen les llevó desde esa sala a otra de parecido tamaño e igualmente vacía. Mientras los dos militares esperaban, Farhyen estuvo revisando los códices, pues en las estanterías había más que libros en sí. Fue dejando un par en una mesa, pero Beldek pronto reconoció que algo estaba mal, por la cara del bibliotecario, seria y dura.

   -   ¿Qué ocurre, Farhyen? -preguntó Beldek.
   -   No encuentro el códice en cuestión, en el un viejo maestro hablaba de los ritos que existieron en diversas naciones sometidas por el imperio durante los años -indicó Farhyen-. Es una pena, pues se narraba con todo detalle cómo se realizaban esos ritos. Pero no está aquí.
   -   ¿Recuerdas que alguien pueda haber requerido leer ese códice?
   -   Esta sección no la llevo yo, pero recuerdo a un sacerdote que vino haciendo preguntas por esta temática. Hace varios meses -respondió Farhyen-. Me pareció raro, ya que no es normal que los sacerdotes se interesen por cultos que no son el oficial. Le dije dónde estaba el encargado de la sección y que él podría ayudarlo. Por un momento temí que ese sacerdote regresase días después con alguna idea de destruir los manuscritos. Pero al no volver, supuse que le da lo mismo lo que en ellos estuviese escrito.
   -   Gracias de todas formas, Farhyen -dijo Beldek, despidiéndose.

El bibliotecario le hizo una reverencia demasiado ostentosa al prefecto, lo que le dio a entender a Ahlssei que era algún código que tenían entre ambos, pues el prefecto puso los ojos en blanco y ambos se rieron. No pudo sino constatar que ambos hombres no solo se conocían sino que eran amigos. Aun así, no fueron a buscar al bibliotecario encargado del lugar, pues Beldek estaba seguro que no lo iban a encontrar. Más aún el encargado no tendría un registro y lo más seguro es que el hombre tal vez no fuera ni sacerdote. De todas formas empezaba a ver algo en este caso. Y lo que veía no le gustaba.

   -   ¿Qué vamos a hacer ahora, prefecto? -preguntó Ahlssei mientras bajaban por las escaleras.
   -   Vamos a pasar por mi cuartel, necesitamos recoger a una tercera persona -respondió Beldek-. Luego visitaremos el gran templo de Rhetahl. Me gustaría revisar la escena del primer crimen y hablar con el sumo sacerdote Oljhal.
   -   ¿Busca otra vez pelea? -dijo sin pensar Ahlssei.
   -   No a menos que la busque él, capitán -ironizó Beldek-. Será mejor que nos pongamos en marcha.

Ahlssei chasqueó la lengua pues pensaba que había metido la pata por hablar demasiado. Se tenía que haber callado su última pregunta. Le parecía que al prefecto no le había gustado mucho, aunque la había respondido. Le siguió a unos pasos de distancia hasta que abandonaron el edificio y recuperaron los caballos de las manos del anciano, a quien el prefecto entregó una moneda de oro, que iluminó los ojos del hombrecillo y apareció una sonrisa en su boca. Se montaron en los animales y se marcharon de allí con un trotecito lento. Ahlssei permitió a Beldek tomar la delantera, ya que no sabía orientarse por la ciudad tan bien como el prefecto.

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