Los insultos se sucedían y a cada paso,
los dos muros se acercaban. Solo de vez en cuando se escuchaba el alarido de
alguien al ser alcanzado por una flecha. A Oloplha esas flechas eran lo que más
le irritaban, pues no podía evitarlas y estaban provocando un goteo de heridos
y muertos entre sus filas. Sus hombres no habían podido alcanzar a los de los
parapetos laterales, aunque él había ordenado acallarlos. Las defensas habían
repelido a los hombres que había enviado. Para colmo, se encontraban los
arqueros situados frente a él, que eran más numerosos y tan letales. Pero ya no
podía hacer nada por ello, excepto rezar por que su labor no provocara
demasiadas pérdidas.
Ninguno de los dos muros era consciente de
la situación del exterior de la rampa, de donde llegaba el sonido de los
cuernos y el clamor de los defensores que se habían percatado de la llegada de
refuerzos en gran número. Ofthar y Oloplha sólo tenían ojos el uno para el
otro.
Los muros estaban a punto de chocar,
cuando una flecha certera alcanzó al guerrero que avanzaba codo con codo con
Oloplha. El guerrero cayó hacia delante, dejando un hueco, por donde entraron
nuevas flechas, y tras de ellas la figura de un guerrero muy grande. Orot, que
había sido informado durante la noche anterior de lo que Ofthar esperaba de él,
actuó de ariete. Según se colocó en el hueco, le metió un codazo a Oloplha, que
pillado por sorpresa se trastabilló hacia su derecha, chocando con su
compañero. A la vez que hacia eso, Orot alzó su pesada hacha, que había ido al
ras del suelo. El acero desgarró todo lo que encontró a su paso, la pierna de
guerrero de la primera fila y el costado de otro de la segunda fila. Y cuando
alcanzó su máxima altura, cayó con gran fuerza sobre el guerrero de la segunda
fila que iba tras Oloplha. El casco se abrió, junto con el cráneo del guerrero.
Entonces dio una patada para soltar su hacha y lanzar el cuerpo contra los
soldados de la tercera fila. Los guerreros se abrieron de forma involuntaria,
con la vista fija en Orot.
Mhista y el resto se aprovecharon de los
huecos abiertos por los guerreros enemigos, para entrar con sus armas. Daban
tajos a diestra y siniestra. Las dos primeras filas del muro rival se
deshicieron a causa de la fiereza de los hombres de Ofthar que reconstruyeron
su muro antes de que los esclavos se recuperaran de la sorpresa. Esta vez
Ofthar no se unió a ellos, pues se había quedado frente a Oloplha, el cual se
había quedado tras el nuevo muro que Mhista dirigía, rodeado de los cuerpos de
sus hombres.
- Ya me tienes frente a frente Oloplha hijo
de Olphato, señor de las brumas negras -le dijo Ofthar, con respeto, algo que
chocó con las formas de las veces anteriores.
- Voy a arrancarte esa sonrisa ladina de tu
rostro, guerrero sin nombre -espetó Oloplha, algo confundido.
- Me llamo Ofthar, hijo de Ofhar, del
señorío de los ríos -se presentó Ofthar-. Mereces saber quién te enviará al
infierno, seguidor de Bheler.
Por un momento Oloplha observó al joven
pero lanzó un gritó y atacó. Su arma describió un arco por encima de su cabeza
y chocó contra el escudo de Ofthar. Era un golpe con fuerza, pero carente de
ningún tipo de modo de combate. Ofthar le permitió que atacase varias veces,
mientras él se limitaba a defenderse. De esa forma estudiaba a su oponente.
Sería problemático si uno de esos ataques le daba de lleno, pero creía ser
capaz de esquivarle. También de esa forma, hacía creer que él era peor en el
combate que su oponente. Pero pronto las cosas cambiarían, pues veía que la
respiración de Oloplha se volvía más lenta. Cuando creyó que ya había jugado
demasiado con el líder enemigo, comenzó a atacar. Iba lanzando tajos con su
espada. Los golpes eran esquivados por Oloplha pero cada vez de forma más
lenta, hasta que vio que mantener su escudo sería demasiado costoso para él y
lo dejó caer. Ofthar lo tiró también, aunque eso era arriesgado. Las dos armas
iban chocando una con otra en cada lance y era un combate interesante. Rhime lo
observaba con dedicación, mientras mantenía una flecha por si Oloplha intentaba
alguna perrería.
Pero como todos los combates donde uno de
los combatientes es diferente al otro, Oloplha cayó en una finta de Ofthar y
por ello dejó su flanco listo para recibir un tajo por parte de la espada del
joven. El acero cortó la cota de malla como si fuera mantequilla y se internó
en la carne. La sangre brotó con fuerza y Oloplha agarró la herida con la mano
libre, pero siguió apuntando su arma contra Ofthar. Lanzó un par de ataques,
pero se veía claro que ya no se podía mover como antes, que la herida le
dificultaba el combate. Ofthar no lo dudó y comenzó una serie de embestidas,
que solo hicieron que su rival parase los golpes a la vez que reculaba. En la
última de ellas, Oloplha tropezó con el cuerpo de uno de sus hombres y se cayó
de costado, perdiendo el arma y quedando a merced de Ofthar.
- Parece que has sido más hábil que yo
-musitó Oloplha, entre gestos de dolor, al ponerse de rodillas. La punta de la
espada de Ofthar se situó sobre el hombro de Oloplha.
- Ha sido un honor luchar contra ti, pero
como con tu hija, no puedo apiadarme -le dijo Ofthar. Al decir lo de la hija
Oloplha puso un gesto de odio-. Ayer te mentí, pues quería que vinieras a por mí.
Tu hija, Olppa hizo cosas horribles en mi señorío, pero no fue castigada ni violada,
me lo invente. Pero si la ajusticie, como a todos los de tu culto que iban con
ella. Pronto te reunirás con ella, si es que vosotros creéis en algo como eso.
- Gracias -murmuró Oloplha, que cerró los
ojos.
Ofthar le pasó la punta de la espada por
el cuello, abriendo una herida por la que salía sangre a borbotones. El cuerpo
se cayó hacia delante y Oloplha no hizo nada para evitar desangrarse. Ofthar le
hizo un gesto a Rhime que lanzó una lanza al suelo. Ofthar envainó su espada y
buscó un hacha. Cercenó la cabeza de Oloplha de un solo tajo y tomó la lanza.
Clavó la cabeza en la punta de la lanza y la elevó a los cielos.
- ¡Oloplha, hijo de Olphato, ha muerto!
-gritó con fuerza Ofthar-. ¡La victoria es nuestra! ¡Por Ordhin!
Los seguidores de Oloplha al ver su cabeza
en la lanza vieron que ya no había nada que hacer y empezaron a huir, en
desbandada. Los arqueros se cebaron en ellos, pero sabían que no tenían a
ningún lugar que ir, pues las tropas de Naynho ya habían entrado en la ciudad y
no tendrían piedad por ni uno solo de ellos. Huían de las flechas para caer en
las hachas y las espadas de los refuerzos.
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