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miércoles, 5 de diciembre de 2018

Lágrimas de hollín (43)


Tras la ceremonia de cambio de líder, Phorto se encargó de mostrar lo que era parte del clan y lo que habían conseguido con la fallida reunión con los Serpientes y los Nutrias. A su vez, también les contó cómo los Serpientes que no habían ido a la trampa y habían sobrevivido, habían aceptado unirse a ellos. Phorto había eliminado a los que hubieran sido conflictivos a la larga. Sólo había salvado la vida de los que le habían parecido sinceros o útiles.

Tras ello, Fhin, Bheldur, Usbhalo y Phorto se habían reunido en privado para desarrollar la estrategia para los próximos días. Fhin tenía claro que los otros clanes intentarían tomar ventaja tras la desaparición de dos clanes grandes. Había que controlar las fronteras y evitar que los vecinos intentasen tomar territorio aledaño. Fhin esperaba que fuera Phorto quien se encargase de ello, al fin y al cabo, le había nombrado su senescal. Este puesto era de gran importancia, pues el senescal de un clan se parecía al de una ciudad. Era la persona que dirigía a los soldados, es decir los miembros menores de un clan.

Fhin sabía que a Bheldur no le había gustado la idea de mantener a Phorto, un antiguo líder en un puesto de tanta responsabilidad, pero Fhin no dio su brazo a torcer. Bheldur había desistido, pues sabía que si su amigo tenía algo decidido no lo iba a hacer cambiar de idea. Fhin no le explicó su decisión como era debido, ya que temía que pudiera sentirse ofendido por hacerle ver su error o falta de visión.

   -   Bueno, con esto tendremos todo atado -dijo Fhin-. Dudo que ninguno de los clanes intente algo. Pero si lo hace, Phorto, ya sabes que hacer.
   -   No creo que los clanes se muevan, aunque los Comadrejas o los Osos podrían hacer alguna gracieta -los Comadrejas y los Osos eran los clanes vecinos en este momento-. Se hará lo que has propuesto, jef…, esto, Jockhel.
   -   Gracias, Phorto -agradeció Fhin, sonriendo-. Ahora tengo que ir a otro lado.
   -   Pensaba que te quedarías aquí, ahora son tus dominios -indicó Phorto sorprendido-. ¿Si ocurre algo, como podremos encontrarte? No es normal que el líder se ausente de su cuartel, a menos que salga con sus soldados.
   -   ¿Conoces la plaza de la fuente con las cabezas de pez? -preguntó Fhin.
   -   Sí.
   -   Entonces estaré en la herrería que hay en esa plaza -añadió Fhin.
   -   ¿En la casa del sacerdote? No sabía que conocieras al viejo ermitaño -añadió Phorto, pensativo-. Fibius es un hombre duro, pero justo. Su residencia siempre ha sido neutral para los clanes. Es verdad que muchos hemos pasado por allí, pues sus obras son las mejores -Phorto tocó la empuñadura de su espada-. Pero podría provocarse un problema si un líder usa esa casa como cuartel.
   -   Ya lo suponía, Phorto -comentó Fhin-. Pero mi caso es diferente. Por un lado, el maestro Fibius es como un padre, más bien el me crío desde que era muy joven y mi madre murió. Por lo visto era camarada de armas de mi padre. Y por otro lado, Phorto, recuerda como me presenté en la reunión en la plaza del gran rey olvidado.

Fhin esperó a que Phorto hiciera memoria y buscase el momento específico del que hablaba. Cuando la cara del hombre se iluminó, siguió hablando.

   -   Soy el señor de La Cresta y como tal no tengo lugar del barrio, por neutral que sea, en el que no puedo residir.

Phorto se le quedó mirando y asintió con la cabeza, mientras sonreía ligeramente. No podía olvidar que el grado de ambición de su nuevo líder era muy grande. Sabía que él nunca hubiera deseado alcanzar ese nivel de deseo. No tenía esa necesidad de ascender en la sociedad. Por ello tal vez, habría acabado muerto en la falsa reunión de esa noche. Pues había ido pensando que Terbus y Oltar buscaban un acuerdo negociado, pero las cosas no iban a ser así, al final.

Fhin y sus dos amigos abandonaron el cuartel de los Carneros cuando los primeros rayos de luz empezaban a asomar en el cielo. La noche había pasado y Fhin tomó una bocanada de aire fresco. La primera fase de su plan había sido un rotundo éxito, pero ahora era cuando empezaba lo duro. Tenía que mantener la independencia de su clan, ante el resto y seguir los pasos que llevaba desde hacía mucho tiempo barruntando, para alcanzar su trono dorado. Aunque ser el líder de La Cresta tampoco se podía ver cómo algo hermoso.

Aunque ahora tenía otro asunto que tratar, como se tomarían Fibius y Gholma su golpe de mano.

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