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miércoles, 19 de diciembre de 2018

Unión (51)


La batalla había terminado hacía horas y los últimos prisioneros eran llevados de vuelta a las minas, encadenados y bajo la supervisión de buena parte del ejército de Naynho. El canciller les dirigiría, pues algunos esclavos sometidos habían asegurado que quedaban más leales al culto de Bheler allí, manteniendo a sus esposas e hijos. Todo miembro del culto que había sido capturado vivo, había sido ejecutado al momento, pues así lo había ordenado el propio señor Naynho.

Naynho se había hecho con la casona del gobernador Usbhale, al que había sido llamado para informar de lo sucedido. También había sido invitada la dama Arnayna, pero no así Ofthar, que esperaba fuera, en el patio de armas, rodeado de sus hombres, habiendo recuperado sus caballos y a Otherk. El cual había informado que se había encontrado con el ejército del señor Naynho a una jornada de viaje de haberse separado de ellos. Presentó las credenciales que le había entregado Ofthar, pero el señor Naynho se mostró reticente en todo momento. Tras informar de todo a Ofthar, Otherk se integró con sus amigos que estuvieron burlándose de él por no haber estado presente en el combate. El guerrero puso una cara triste, pero se fue animando con lo que narraban sus compañeros. Para Otherk, el haber tenido que ir de mensajero no le había gustado, pero a quien le gustaba una labor tan poco ligada al honor, pensó Ofthar, mientras esperaba.

Tras un buen rato, las puertas se abrieron y apareció Usbhale, con su cojera. Le hizo un gesto a Ofthar para que se acercase.

   -  El señor Naynho quiere hablar contigo, si me sigues -indicó Usbhale.
   -   Claro, tharn -asintió Ofthar.

Mhista y el resto se quedaron fuera, pues el señor Naynho no los había convocado y sería de mala educación presentarse sin esa invitación.

Usbhale y Ofthar recorrieron la entrada principal de la casona, hasta llegar al salón de festejos, lugar donde se realizaban las reuniones, los consejos, los juicios del tharn y claro está las comidas de rigor. Las mesas habituales en cualquier festejo se habían retirado, tanto en la zona común, como en el sitial. Se había colocado un gran sillón, mejor que el que había visto en otras ocasiones, junto a otros más modestos. Pero solo había dos ocupados. En el gran sillón se encontraba el señor Naynho, un hombre mayor, con el pelo blanco y el rostro completamente arrugado, pero que aún podía llevar una armadura completa con cierta elegancia. Junto a Naynho se encontraba sentada Arnayna, con una vestimenta algo más colorista que en los últimos días.

Usbhale le hizo un gesto para que se detuviera a Ofthar y dio un par de pasos más, antes de pararse él también.

   -   Ofthar, hijo de Ofhar, enviado del señor Nardiok, señor de los ríos -anunció Usbhale, haciéndose a un lado.
   -   Gracias, mi buen Usbhale -dijo Naynho, con una voz clara y neutra-. Acercaros, Ofthar, por favor.

Ofthar esperó unos segundos y dio unos pasos hasta colocarse a una distancia similar a la de Usbhale, pero sin alcanzarla, pues dudaba que el título de enviado o embajador de los ríos tuviera el mismo nivel que el de un tharn.

   -   He estado hablando tanto con el tharn Usbhale, como con mi hija Arnayna, así como con los capitanes de Limeck y de mi guardia asignados a la protección de Arnayna -comenzó a hablar Naynho, con solemnidad-. Todos me han comunicado tu servicio a la defensa de Limeck, así como la protección de sus gentes y de mi hija. Estoy en deuda contigo.
   -   No me debéis nada, mi señor -negó Ofthar-. Era lo menos que podía hacer con tan buenos amigos durante tanto tiempo, mi señor. Mi señor Nardiok estaría conforme con mi actitud, pues es la suya la de salvaguardar las vidas de los súbditos de su amado tío.
   -   Mi buen sobrino, Nardiok, sí -afirmó Naynho, como si se acordara de pronto de su parentesco con el señor de los ríos-. Mi hermano Nardok siempre fue un gran colaborador, aunque supongo que esperaba la unión de nuestros territorios y que me subordinase a él. Pero Nardiok nunca ha ansiado tal cosa, no. Han sido muchos años de paz entre nosotros, sí. Pero aun así, los embajadores no suelen realizar este tipo de acciones, joven Ofthar. Supongo que mi sobrino tiene mucha razón en pensar que los tiempos que se acercan son muy distintos a los nuestros.
   -   Mi señor Nardiok siempre ha tenido en alta estima al futuro -indicó Ofthar-. Al fin y al cabo, es necesario mirar a lo que habrá más allá de las brumas del tiempo para prever lo que vendrá. Pero tampoco podemos olvidar de donde vinimos para construir nuestro camino.
   -   Es una forma curiosa de ver la vida, joven Ofthar -murmuró Naynho-. Me encantaría hablar más sobre ello en los tiempos futuros. En mi corte, donde parece que vais a pasar un tiempo, no hay personas con tales puntos de vista. Desgraciadamente mis cortesanos son gentes de una edad avanzada. Por ello mi hija tiene que venir a lugares como Limeck para pasar el tiempo. Tal vez, con vuestra presencia en Laskhal, decida viajar menos.
   -   Responderé a las preguntas que me queráis hacer, señor Naynho -asintió Ofthar-. Y si debo acompañar a vuestra hija, mi señor, soy vuestro hombre.

El señor Naynho sonrió un poco y movió la mano derecha en señal de aprobación. En ese momento le entró un poco de tos y su hija le ayudó a recuperarse, atendiéndole con cariño.

   -   Usbhale, Arnayna, podéis dejarme, me gustaría hablar con el joven Ofthar en privado -pidió con cortesía Naynho-. Podéis ir a preparar la cena. Quiero un festejo sin precedentes por nuestra victoria. Hay que celebrar que la rebelión de esclavos ha sido sofocada.
   -   Sí, mi señor -asintió Usbhale.

El viejo tharn, esperó a que la muchacha diera un afectuoso beso a su padre en la mejilla y se retiró con ella. Arnayna le dio el brazo a Usbhale para que se ayudara a andar, a causa de su cojera. Ofthar y Naynho se quedaron mirando a los dos, hasta que salieron de la sala.

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