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miércoles, 5 de diciembre de 2018

Unión (49)


Los ojos de Usbhale iban de un lugar a otro de las defensas de su reducto. Desde su atalaya, podía observar con detenimiento las estrategias del enemigo. Para su asombro, había visto como casi todos los frentes se habían detenido o casi ralentizado. Los esclavos ya no querían seguir sufriendo. Se habían agachado bajo sus escudos, y parecían grandes tortugas. Los oficiales, al principio habían intentado tirar de ellos, pero cuando habían sido callados por las flechas, la infantería se negó a seguir. Tampoco habían intentado huir, ya que eso hubiera provocado más bajas causadas por la lluvia de flechas por la espalda. Un ejército de verdaderos guerreros podría haberse acercado y alejado sin perder hombres, pero los esclavos no lo eran.


Pero desde allí, también había podido ver como el núcleo principal del enemigo, los hombres mejor armados habían caído imprudentemente en la trampa de Ofthar y ahora se debatían entre sobrevivir o morir. El error del general enemigo había sido grande y su falta de paciencia le había llevado a una situación francamente peligrosa. Pero como todas las veces, hasta lo que parecía perdido en casos se podía remendar. Ofthar contaba con un muro de escudos muy débil, por su delgadez, ya que solo tenía una fila de hombres. Desde allí podía ver que al general enemigo le quedaban demasiados guerreros. Suponía que Ofthar ya tendría previsto ese cambio y que lo arreglaría en un tiempo corto.


En ese momento le pareció escuchar el sonido de cuernos, por lo que buscó entre sus filas, para ver quien pedía auxilio, pero nada había cambiado. Sus hombres mantenían los parapetos sin peligro.


   -   ¡Tío, mirad! -le llamó la atención Arnayna, señalando hacia un lugar fuera de Limeck.


Por la ladera bajaban cientos de jinetes, guerreros y hombres libres, armados hasta los dientes, acompañados de cientos de arqueros. Usbhale pudo ver con emoción los estandartes del señor Naynho. La ayuda que tanto esperaban por fin hacía acto de presencia. Unas lágrimas aisladas, de pura felicidad partieron de sus ojos. El ejército de las llanuras llegaba a socorrer a Limeck y al ver la distribución del lugar de la batalla no pudo sino quedarse sobrecogido. Se dio cuenta de que todo había estado designado por una mente singular.


   -   No me lo puedo creer -dijo Usbhale, pasándose la mano por el pelo de la cabeza-. Ya había decidido el plan de batalla, suponiendo la llegada del señor Naynho.

   -   ¿Qué decís tío? -inquirió Arnayna sorprendida por las palabras del hombre.

   -   Mira el campo de batalla -pidió Usbhale-. Solo hay una puerta por la que entrar, y por la que salir. Cuando el enemigo entró en Limeck ni se percató de ello. Se ha metido en una ratonera. El ejército de Naynho entrará por el mismo lugar y someterá a los esclavos que han quedado entre nosotros y ellos. Pero no es lo único. El núcleo del ejército rival está en el punto más alejado de la única huida. Ofthar lo diseñó todo para que los cabecillas acabaran muertos o prisioneros. Sabía que si uno solo de ellos escapaba, podrían volver para vengarse, por ello, les hizo que le atacaran a él, que se encontraba en el punto más alejado de la puerta de salida.

   -   Pero eso no puede ser, a menos que supiera que las huestes de mi padre estaban cerca -indicó Arnayna.

   -   Podría saberlo, pero no estoy seguro como -señaló Usbhale-. Polnok me informó que ayer por la noche estuvo dando una vuelta por todos los parapetos. Algunos hombres le preguntaron lo que pensaba que ocurriría hoy y él les respondía que habría una gran victoria, pues nosotros luchábamos del lado de Ordhin. Hoy muchos están viendo esa victoria que será total cuando llegue Naynho.

   -   ¿Ordhin? ¿Piensas acaso que el dios le habla? -preguntó Arnayna sobresaltada.

   -   Nunca había pasado, ¿pero por qué no? -inquirió Usbhale, poco proclive a hablar de milagros llevados a cabo por los dioses-. Cuando esto acabe podemos preguntarle a él, siempre que sobreviva al combate que tiene delante. Muchos enemigos aún quedan por todas partes y no puedo cederle hombre alguno más. No puedo prescindir de ninguno de mis defensores ni él los aceptaría.


Arnayna puso toda su atención en el combate que se iba preparando en la trampa que había urdido Ofthar. Los esclavos supervivientes estaban formando alrededor de su líder, bloqueando las flechas con los escudos. Pero su general parecía avanzar entre sus hombres, para colocarse en la primera línea, frente a Ofthar. Como ya había indicado su tío, el líder enemigo enfrentaría a Ofthar y se notaba que le tenía ganas. Tal vez, Ofthar se hubiera dedicado a insultar y buscar una confrontación con el esclavo. Eso explicaría sus ganas de guerra y su loco avance hasta la trampa, sin sospechar nada de nada.


Desde la atalaya, a pesar de los ruidos de los cuernos y los combates de otras zonas, se podía escuchar las arengas de los dos muros que avanzaban a paso firme, para chocar el uno contra el otro. Se insultaban, se metían con las madres y las hermanas. Los ancestros eran viles y los padres cobardes. Con esas palabras, ambos bandos se liberaban de los miedos y los temores del combate. Usbhale, que había echado de menos ese proceder en los otros puntos de combate, notaba el calor de su sangre, al ver un par de muros como a su gente le gustaba formar, los de los buenos guerreros. Incluso le pareció notar el cosquilleo del baile de la batalla y por un instante, quiso descender de esa torre para unirse a uno de los bandos. Desgraciadamente sabía que sus tiempos de guerra ya habían quedado atrás y que su sobrina no permitiría que se marchase para hacer tal cosa.

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