Los ojos de Usbhale iban de un lugar a
otro de las defensas de su reducto. Desde su atalaya, podía observar con
detenimiento las estrategias del enemigo. Para su asombro, había visto como
casi todos los frentes se habían detenido o casi ralentizado. Los esclavos ya
no querían seguir sufriendo. Se habían agachado bajo sus escudos, y parecían
grandes tortugas. Los oficiales, al principio habían intentado tirar de ellos,
pero cuando habían sido callados por las flechas, la infantería se negó a
seguir. Tampoco habían intentado huir, ya que eso hubiera provocado más bajas
causadas por la lluvia de flechas por la espalda. Un ejército de verdaderos guerreros
podría haberse acercado y alejado sin perder hombres, pero los esclavos no lo
eran.
Pero desde allí, también había podido ver
como el núcleo principal del enemigo, los hombres mejor armados habían caído
imprudentemente en la trampa de Ofthar y ahora se debatían entre sobrevivir o
morir. El error del general enemigo había sido grande y su falta de paciencia
le había llevado a una situación francamente peligrosa. Pero como todas las
veces, hasta lo que parecía perdido en casos se podía remendar. Ofthar contaba
con un muro de escudos muy débil, por su delgadez, ya que solo tenía una fila
de hombres. Desde allí podía ver que al general enemigo le quedaban demasiados
guerreros. Suponía que Ofthar ya tendría previsto ese cambio y que lo
arreglaría en un tiempo corto.
En ese momento le pareció escuchar el
sonido de cuernos, por lo que buscó entre sus filas, para ver quien pedía
auxilio, pero nada había cambiado. Sus hombres mantenían los parapetos sin
peligro.
- ¡Tío, mirad! -le llamó la atención
Arnayna, señalando hacia un lugar fuera de Limeck.
Por la ladera bajaban cientos de jinetes,
guerreros y hombres libres, armados hasta los dientes, acompañados de cientos
de arqueros. Usbhale pudo ver con emoción los estandartes del señor Naynho. La
ayuda que tanto esperaban por fin hacía acto de presencia. Unas lágrimas
aisladas, de pura felicidad partieron de sus ojos. El ejército de las llanuras
llegaba a socorrer a Limeck y al ver la distribución del lugar de la batalla no
pudo sino quedarse sobrecogido. Se dio cuenta de que todo había estado
designado por una mente singular.
- No me lo puedo creer -dijo Usbhale,
pasándose la mano por el pelo de la cabeza-. Ya había decidido el plan de
batalla, suponiendo la llegada del señor Naynho.
- ¿Qué decís tío? -inquirió Arnayna sorprendida
por las palabras del hombre.
- Mira el campo de batalla -pidió Usbhale-.
Solo hay una puerta por la que entrar, y por la que salir. Cuando el enemigo
entró en Limeck ni se percató de ello. Se ha metido en una ratonera. El
ejército de Naynho entrará por el mismo lugar y someterá a los esclavos que han
quedado entre nosotros y ellos. Pero no es lo único. El núcleo del ejército
rival está en el punto más alejado de la única huida. Ofthar lo diseñó todo
para que los cabecillas acabaran muertos o prisioneros. Sabía que si uno solo
de ellos escapaba, podrían volver para vengarse, por ello, les hizo que le
atacaran a él, que se encontraba en el punto más alejado de la puerta de
salida.
- Pero eso no puede ser, a menos que supiera
que las huestes de mi padre estaban cerca -indicó Arnayna.
- Podría saberlo, pero no estoy seguro como
-señaló Usbhale-. Polnok me informó que ayer por la noche estuvo dando una
vuelta por todos los parapetos. Algunos hombres le preguntaron lo que pensaba
que ocurriría hoy y él les respondía que habría una gran victoria, pues
nosotros luchábamos del lado de Ordhin. Hoy muchos están viendo esa victoria
que será total cuando llegue Naynho.
- ¿Ordhin? ¿Piensas acaso que el dios le
habla? -preguntó Arnayna sobresaltada.
- Nunca había pasado, ¿pero por qué no?
-inquirió Usbhale, poco proclive a hablar de milagros llevados a cabo por los
dioses-. Cuando esto acabe podemos preguntarle a él, siempre que sobreviva al
combate que tiene delante. Muchos enemigos aún quedan por todas partes y no
puedo cederle hombre alguno más. No puedo prescindir de ninguno de mis
defensores ni él los aceptaría.
Arnayna puso toda su atención en el
combate que se iba preparando en la trampa que había urdido Ofthar. Los
esclavos supervivientes estaban formando alrededor de su líder, bloqueando las
flechas con los escudos. Pero su general parecía avanzar entre sus hombres,
para colocarse en la primera línea, frente a Ofthar. Como ya había indicado su
tío, el líder enemigo enfrentaría a Ofthar y se notaba que le tenía ganas. Tal
vez, Ofthar se hubiera dedicado a insultar y buscar una confrontación con el
esclavo. Eso explicaría sus ganas de guerra y su loco avance hasta la trampa,
sin sospechar nada de nada.
Desde la atalaya, a pesar de los ruidos de
los cuernos y los combates de otras zonas, se podía escuchar las arengas de los
dos muros que avanzaban a paso firme, para chocar el uno contra el otro. Se
insultaban, se metían con las madres y las hermanas. Los ancestros eran viles y
los padres cobardes. Con esas palabras, ambos bandos se liberaban de los miedos
y los temores del combate. Usbhale, que había echado de menos ese proceder en
los otros puntos de combate, notaba el calor de su sangre, al ver un par de
muros como a su gente le gustaba formar, los de los buenos guerreros. Incluso
le pareció notar el cosquilleo del baile de la batalla y por un instante, quiso
descender de esa torre para unirse a uno de los bandos. Desgraciadamente sabía
que sus tiempos de guerra ya habían quedado atrás y que su sobrina no
permitiría que se marchase para hacer tal cosa.
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