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domingo, 9 de diciembre de 2018

El Conde de Lhimoner (20)


Cuando Beldek y Ahlssei llegaron al piso de abajo, la dama que cuidaba de las chicas se marchaba a un reservado. Las chicas permanecían en un lado y los clientes en otro. En medio estaba Fhahl con el encargado y junto a tres hombres de aspecto mal encarado. El sargento parecía tener problemas con uno de los tres. Beldek se fijó en el encargado que no miraba a la cara de los recién llegados.


   -   No tienen derecho a molestar a las chicas -escuchó decir al hombre que tenía la voz cantante entre ellos-. Esto es un ultraje, y presentaremos una queja ante el general…

   -   Dudo que el general quiera escuchar a gente como ustedes -cortó Beldek la conversación-. En este local se ha cometido un crimen y nos encargaremos de él. Terminaremos pronto y nos iremos. No tengo pensado quedarme aquí más de lo necesario. Podéis informarle de eso a vuestro jefe. Hoy no estoy aquí por él y sus negocios.

   -   No sé de qué me habla, yo no tengo… -intentó decir el hombre.

   -   Bueno en ese caso tal vez debería revisar mejor este sitio entonces -prosiguió Beldek, serio, lo que provocó que el hombre empalideciera, pues había sido enviado a enterarse de porque estaba la guardia en el burdel y resolver el asunto-. Me puedo preguntar si en este sitio se realizan asesinatos rituales con los clientes. O con las chicas, o si roban, o guardan material robado, alcohol clandestino, y así todo lo que se me ocurra.


El enviado iba a decir algo cuando vio que un par de guardias bajaban algo por las escaleras. No tuvo problemas para distinguir que era un muerto, aunque estuviera totalmente tapado por una sábana. Pasaron ante él y siguieron hacia la calle.


   -   Bueno, parece que está más colaborador -dijo Beldek al ver que se había callado-. Le puede decir a su jefe que algún cliente ha matado a una de sus chicas y a otro cliente. Este segundo se lo ha dejado en la habitación de la chica. Por lo demás no creo que mi caso le siga importunando. ¿Tienes la información que te he pedido, sargento?

   -   Sí, prefecto -asintió Fhahl.

   -   Pues en ese caso reúne a los hombres y nos vamos, ya no queda nada que hacer aquí -ordenó Beldek.

   -   Podía haber intervenido yo -murmuró Ahlssei cuando salían por la puerta del burdel-. Nadie se puede oponer a la autoridad del emperador.

   -   Ya, ya, pero capitán no queremos que cunda el pánico en la ciudad -explicó Beldek-. Pronto se sabrá de los dos crímenes en la ciudad. El de Dherin al haber sido cometido en el gran templo tardará más tiempo en saberse. Pero el de Orbhok será ya la comidilla en todas las tabernas de la ciudad. Pronto habrá miedo y la población pedirá detenciones. Pero si ahora se indica que en la investigación está implicada la guardia imperial, todo se desarrollará mucho más rápido. Por lo que dejaremos que todo siga su curso y tal vez habremos cogido al criminal antes de que la población se excite. Lo más seguro es que haya desórdenes y un poco de caos. No es la primera vez. Con Hervolk ocurrió eso.

   -   Entiendo su punto de vista -añadió Ahlssei.

   -   Bueno Fhahl, ¿quiénes visitaron a nuestra muerta? -preguntó Beldek al sargento cuando este salió del burdel.

   -   El muerto y el joven culto -respondió Fhahl-. El joven culto la tarde anterior a la muerte de la muchacha y el marino llegó por la mañana.

   -   ¿Y entre uno y el otro no se dieron cuenta que la muchacha no estaba en su habitación? -inquirió Beldek.

   -   Por lo visto el joven pagó por adelantado muchas horas, más que nunca -explicó Fhahl-. La mujer creía que era algún truco para fastidiar al marinero, pero a ella le daba lo mismo, pues ellos ganaban con esa competición, bueno por lo menos por parte del joven.


Beldek se quedó por un momento pensativo y los otros dos se quedaron mirándole sin decir nada. Al final, volvió en sí.


   -   Fhahl encárgate de que se lleve todo a la morgue -ordenó Beldek-. Capitán me quiere acompañar. Tenemos que hablar con un par de personas. Primero quiero ver a un buen hombre y luego al sumo sacerdote Oljhal.


Ahlssei asintió y se sonrió ya que el prefecto no tenía al sumo sacerdote como buena persona. Todos regresaron hasta sus caballos y se fueron subiendo en ellos. Desde su silla pudo ver que se había congregado un buen número de ciudadanos en la calle donde habían dejado el carro y los caballos. Aun siendo la Sobhora, siempre había quien tenía tiempo para perderlo observando las acciones de la milicia. Pero ahora que parecía que todo había acabado, pronto se dispersarían, buscando nuevas formas de pasar el tiempo.

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