Cuando Beldek y Ahlssei llegaron al piso
de abajo, la dama que cuidaba de las chicas se marchaba a un reservado. Las
chicas permanecían en un lado y los clientes en otro. En medio estaba Fhahl con
el encargado y junto a tres hombres de aspecto mal encarado. El sargento
parecía tener problemas con uno de los tres. Beldek se fijó en el encargado que
no miraba a la cara de los recién llegados.
- No tienen derecho a molestar a las chicas
-escuchó decir al hombre que tenía la voz cantante entre ellos-. Esto es un
ultraje, y presentaremos una queja ante el general…
- Dudo que el general quiera escuchar a
gente como ustedes -cortó Beldek la conversación-. En este local se ha cometido
un crimen y nos encargaremos de él. Terminaremos pronto y nos iremos. No tengo
pensado quedarme aquí más de lo necesario. Podéis informarle de eso a vuestro
jefe. Hoy no estoy aquí por él y sus negocios.
- No sé de qué me habla, yo no tengo…
-intentó decir el hombre.
- Bueno en ese caso tal vez debería revisar
mejor este sitio entonces -prosiguió Beldek, serio, lo que provocó que el
hombre empalideciera, pues había sido enviado a enterarse de porque estaba la
guardia en el burdel y resolver el asunto-. Me puedo preguntar si en este sitio
se realizan asesinatos rituales con los clientes. O con las chicas, o si roban,
o guardan material robado, alcohol clandestino, y así todo lo que se me ocurra.
El enviado iba a decir algo cuando vio que
un par de guardias bajaban algo por las escaleras. No tuvo problemas para
distinguir que era un muerto, aunque estuviera totalmente tapado por una
sábana. Pasaron ante él y siguieron hacia la calle.
- Bueno, parece que está más colaborador
-dijo Beldek al ver que se había callado-. Le puede decir a su jefe que algún
cliente ha matado a una de sus chicas y a otro cliente. Este segundo se lo ha
dejado en la habitación de la chica. Por lo demás no creo que mi caso le siga
importunando. ¿Tienes la información que te he pedido, sargento?
- Sí, prefecto -asintió Fhahl.
- Pues en ese caso reúne a los hombres y nos
vamos, ya no queda nada que hacer aquí -ordenó Beldek.
- Podía haber intervenido yo -murmuró
Ahlssei cuando salían por la puerta del burdel-. Nadie se puede oponer a la
autoridad del emperador.
- Ya, ya, pero capitán no queremos que cunda
el pánico en la ciudad -explicó Beldek-. Pronto se sabrá de los dos crímenes en
la ciudad. El de Dherin al haber sido cometido en el gran templo tardará más
tiempo en saberse. Pero el de Orbhok será ya la comidilla en todas las tabernas
de la ciudad. Pronto habrá miedo y la población pedirá detenciones. Pero si
ahora se indica que en la investigación está implicada la guardia imperial,
todo se desarrollará mucho más rápido. Por lo que dejaremos que todo siga su
curso y tal vez habremos cogido al criminal antes de que la población se
excite. Lo más seguro es que haya desórdenes y un poco de caos. No es la
primera vez. Con Hervolk ocurrió eso.
- Entiendo su punto de vista -añadió
Ahlssei.
- Bueno Fhahl, ¿quiénes visitaron a nuestra
muerta? -preguntó Beldek al sargento cuando este salió del burdel.
- El muerto y el joven culto -respondió
Fhahl-. El joven culto la tarde anterior a la muerte de la muchacha y el marino
llegó por la mañana.
- ¿Y entre uno y el otro no se dieron cuenta
que la muchacha no estaba en su habitación? -inquirió Beldek.
- Por lo visto el joven pagó por adelantado
muchas horas, más que nunca -explicó Fhahl-. La mujer creía que era algún truco
para fastidiar al marinero, pero a ella le daba lo mismo, pues ellos ganaban
con esa competición, bueno por lo menos por parte del joven.
Beldek se quedó por un momento pensativo y
los otros dos se quedaron mirándole sin decir nada. Al final, volvió en sí.
- Fhahl encárgate de que se lleve todo a la
morgue -ordenó Beldek-. Capitán me quiere acompañar. Tenemos que hablar con un
par de personas. Primero quiero ver a un buen hombre y luego al sumo sacerdote
Oljhal.
Ahlssei asintió y se sonrió ya que el
prefecto no tenía al sumo sacerdote como buena persona. Todos regresaron hasta
sus caballos y se fueron subiendo en ellos. Desde su silla pudo ver que se
había congregado un buen número de ciudadanos en la calle donde habían dejado
el carro y los caballos. Aun siendo la Sobhora, siempre había quien tenía
tiempo para perderlo observando las acciones de la milicia. Pero ahora que
parecía que todo había acabado, pronto se dispersarían, buscando nuevas formas
de pasar el tiempo.
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