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domingo, 16 de diciembre de 2018

El Conde de Lhimoner (21)


Beldek y Ahlssei espolearon sus caballos y se alejaron del lugar, dejando a Fhahl al cargo de todo. Los dos jinetes deambularon por una serie de calles, guiados por Beldek, hasta que dejaron la Sobhora. No siguieron un rumbo por las calles principales, pero tampoco se metieron por callejones oscuros y estrechos. Ahlssei seguía con cuidado al prefecto, sin saber exactamente a dónde se dirigían.

Tras un rato, llegaron ante un edificio de paredes lisas, de varias alturas. El edificio se encontraba ante una pequeña plaza en cuyo centro se erigía una fuente. Los chorros de agua partían de una estructura cuadrangular sobre la que se mantenía una estatua de bronce que representaba a un hombre cargado de libros y códices. Ahlssei notó que había poca gente en la plaza, la mayoría de paso. Al edificio se accedía por una gran puerta, tras ascender una escalinata de peldaños anchos. Al comienzo de la escalinata había postes para atar caballos y una pequeña caseta. Cuando se aproximaron Beldek y Ahlssei, apareció un hombrecillo, un anciano embutido en una ropa muy ancha. El anciano saludó afectuosamente al prefecto, que le devolvió el gesto con la misma cordialidad. Las manos delgadas del anciano se encargaron de las riendas que le pasaron los dos hombres, tras desmontar. Beldek se lanzó a ascender por la escalinata, mientras Ahlssei le seguía, un poco desorientado.

   -   Veo capitán que nunca ha estado en la biblioteca de la plaza del maestro Orghono -murmuró Beldek-. Este antiguo palacio fue entregado al estado con la idea que sirviera para algo más que la casa de un noble. Hace ya mucho un emperador lo donó como biblioteca, usando como base la propia del palacio. Los nobles y algunos artistas han ido añadiendo escritos a la colección. Cualquier ciudadano puede venir a sumergirse en el conocimiento aquí contenido. Yo vengo mucho.
   -   Tiene razón, no conocía el lugar -admitió Ahlssei, pasando las puertas y entrando a un hall, donde se había dispuesto un mostrador, donde varios hombres escribían, mientras no les quitaban ojo.
   -   El nombre en sí es la biblioteca Obheriana, pues este era el palacio de los duques de Obher -prosiguió explicando Beldek-. Pero muchos debido a donde está, la llaman la Orghona.
   -   Supongo que no me trae aquí por placer, ¿verdad, prefecto? -inquirió Ahlssei.
   -   No claro que no, sino por información -respondió Beldek-. Quiero hablar con uno de los bibliotecarios, Farhyen, un hombre muy interesante, pero que además mantiene un registro de los libros que hay en el edificio. Quiero saber si hay algún compendio sobre religiones antiguas.
   -   Entiendo.

Una vez cruzado el hall, pasaron a los antiguos salones, ahora convertidos en los pasillos de la biblioteca, con las altas estanterías repletas de sabiduría. De allí fueron directos a las escaleras que llevaban al piso superior, donde según Beldek había salas menores divididas en temáticas. En el centro del primer piso había unos pequeños despachos, para los bibliotecarios. Por el camino se cruzaron con algunos trabajadores del edificio, pero también con lectores. La mayoría parecían nobles, aunque había de otros estratos. Las salas pequeñas tenían sobre el dintel la categoría que guardaban.

   -   ¿Viene mucho por aquí, prefecto? -quiso saber Ahlssei.
   -   No creerá que sé tantas cosas porqué tengo una memoria prodigiosa, capitán -contestó Ahlssei-. Este lugar es un buen lugar para aprender cosas. Si tiene tiempo, no dude en venir. Puede que hasta le ayuden más los bibliotecarios, pues no tienen en buena opinión a los militares.

Ahlssei iba a decir algo, pero llegaron a su destino. Beldek giró de repente hacia la derecha y entró por un arco que daba a un estancia donde había varias mesas, puestos de escribanos. Unas estaban ocupadas y otras en cambio no. Le pareció que Beldek buscaba a alguien, pero sin encontrarlo. Por ello se acercó a una ocupada al azar y habló con un hombre joven. Este le indicó que Farhyen se encontraba en la sala de conocimiento de runas y lenguajes antiguos. Beldek le agradeció la información y le hizo un gesto para que le siguiera, como si fuera un niño pequeño.

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