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miércoles, 26 de diciembre de 2018

Lágrimas de hollín (46)


Los días siguientes se convirtieron en una noria para Fhin y los Carneros. Para la mayoría de los clanes, fue una verdadera conmoción la desaparición de dos clanes grandes, a manos de uno mucho más pequeño. Los líderes mandaron a sus espías a obtener información. No fue difícil detectarlo para Bheldur. Una vez reconocidos, se los conducía hasta lo que Fhin quería que supieran. La mayoría informó que había un nuevo jefe en esa zona del barrio, uno que había eliminado él mismo a Oltar y a Terbus. Los líderes cautos decidieron ponerse a la defensiva, buscando todo lo que pudieran del tal Jockhel. En cambio los más osados, empezaron a prepararse para la guerra. No hubo ninguna sorpresa sobre quiénes se pusieron en una táctica u otra.
Pero ninguno de los clanes vecinos intentó expandir sus fronteras. Phorto había tenido tiempo de consolidar su nuevo territorio y de ampliar sus filas. Los que habían muerto de los Nutrias y los Serpientes habían sido reemplazados y tenía suficientes soldados para garantizar sus propios límites.
Incluso los ciudadanos parecían contentos, ya que la escaramuza que había otorgado el liderazgo a Fhin se había llevado sin daños colaterales, algo muy habitual en el barrio. Nunca había ocurrido una matanza tal sin bajas entre los civiles.
La cosa empezó a cambiar tras la primera semana. Un enviado de uno de los clanes mayores, los Águilas, se presentó en el cuartel de los Carneros, con intención de conversar con Jockhel. Phorto le estuvo haciendo esperar, tal y como le había ordenado Fhin, hasta que tras varias horas de vigilia, sin recibir ni una sola copa de agua, fue llevado ante Fhin. El enviado no fue lo suficiente hábil para evitar que se notase su sorpresa al ver la juventud de Fhin, quien se limitó a sonreír con maleficencia.
-       ¡Saludos, oh gran líder de los Carneros! -empezó a hablar el enviado, haciendo una reverencia-. Mi gran líder, Inghalot te desea lo mejor y espera que goces de gran salud.
-       Es siempre un placer saber que se está en los pensamientos del gran Inghalot -dijo Fhin, agachando ligeramente la cabeza, pero sin levantarse del sillón en el que estaba sentado-. Cuando volváis con vuestro gran líder, deseadle lo mejor de mi parte.
-       Así lo haré, gran Jockhel -afirmó el enviado-. Mi señor me envía, aparte de haceros partícipe de sus buenas nuevas, para haceros una invitación. Los grandes clanes de los Águilas, los Cuervos, los Toros y los Lobos, y alguno de los menores, como los Comadrejas, los Mantis y los Lucios, han decidido realizar una reunión de jefes para dar la bienvenida a vos y estudiar la situación de los Carneros.
Fhin ya había previsto que ocurriese algo como esto. Los líderes cautos querían mantener la delicada paz entre los clanes. Todos sabían las consecuencias de una guerra entre ellos. Pero no había hablado de todos los clanes. Faltaban dos clanes mayores, los Leones y los Osos. Y varios pequeños, los Ciervos, los Caballos y los Gatos. Tendría que hacer una reunión con Phorto, Bheldur y Usbhalo, ya que los Osos era el clan más peligroso en ese momento. Pero no el más peligroso.
-       ¿Y cuando los grandes líderes han decidido está reunión? -inquirió Fhin, haciéndose el interesado.
-       Aún no se han puesto de acuerdo, pero sabiendo que vos quiere reunirse, será más fácil hacerlo -contestó el enviado-. Con vuestra respuesta positiva, se os enviará una invitación.
-       En ese caso y como soy yo quien ha provocado esta situación, quiero que le llevéis la siguiente propuesta a vuestro gran señor -indicó Fhin, ante la sorpresa del enviado-. Creo que el mejor lugar para reunirnos es un lugar neutral para todos los clanes. La plaza de la fuente de los peces es un gran lugar.
No solo el enviado se quedó con cara de sorpresa, sino que a Bheldur y a Phorto les pasó lo mismo.
-       Pero esa plaza queda dentro de vuestro territorio -musitó el enviado.
-       Qué mejor ejemplo de mi interés por la paz entre los clanes que permitir que otros líderes crucen mi territorio sin sufrir insulto o daño alguno.
-       ¡Eh, sí! -consiguió decir el enviado-. Le llevaré vuestro mensaje a mi señor. Pronto recibiréis noticias nuestras, gran señor.
-       ¡Phorto! Haz que una escolta armada le proteja hasta abandonar nuestro territorio -ordenó Fhin-. No queremos que nadie le tome por lo que no es y no se diga que los mensajeros de otros clanes no son respetados. Luego, Phorto ven a verme.
El enviado hizo una especie de reverencia, muy elaborado y a todas luces llena de falsedad. Phorto se marchó con él, como había ordenado Fhin.

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