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sábado, 20 de febrero de 2021

Aguas patrias (24)

A la mañana siguiente, Eugenio se había levantado pronto. No tenía resaca ni nada parecido, porque no había bebido nada de alcohol. Pero si que se sentía intranquilo. Aun así se puso manos a la obra. Se reunió con Álvaro y Mariano. Ambos le propusieron los cambios que habría que hacer para recibir a los soldados. Lo dejo todo en su mano. A media mañana llegó primero una barcaza. Traía los toneles con las provisiones que les faltaba y después le avisaron que había soldados llenando el muelle. Eugenio mandó a sus botes para traer a bordo a los soldados. Como eran tantos, los propios botes del puerto se encargaron de llevar a otros tantos. Los pagó todos Eugenio, sacando el oro de sus propios ahorros. En la barcaza también habían llegado sus provisiones personales, así como las de los oficiales.

Estaba a punto de volver a su camarote cuando se dio cuenta que había un negro vestido a la europea en medio de la cubierta. Se dirigió a un guardiamariana. 

-   ¿Quién es ese hombre que hay en medio? -le preguntó al mozalbete, que si no se equivocaba se llamaba Agustín Torres, señalando al hombre negro. 

-   Ha llegado en uno de los últimos botes, capitán -respondió Agustín, envarándose, intentando aparentar ser más alto de lo que era. 

-   No parece un soldado, ¿verdad señor Torres? -indicó Eugenio, a lo que Agustín negó con la cabeza-. ¿Está usted de guardia en este momento, verdad? Creo que debería saber porque ha subido a mi barco y si no es importante, métalo en un bote o tírelo por la borda. Así que Agustín vaya a informarse. 

-   Sí, señor. 

-   Y una cosa más, Agustín -añadió Eugenio-. Usted, como oficial que es, en su guardia debe saber todo lo que ocurre en la cubierta. Cuando me diga lo que quiere el negro, va a subir a la cofa del trinquete y se va a quedar allí hasta que yo lo juzgue oportuno. ¿Entendido?

-   Sí, señor -asintió con miedo Agustín, que se marchó como un rayo.

Eugenio le miró mientras se iba. Esperaba que castigándole en la cofa, aprendiese algo de ello. Dejar que un extraño subiera y se paseara por la cubierta sin saber porqué estaba ahí. Era su misión instruir a sus guardiamarinas. Por lo que sabía otros capitanes le habrían impuesto unos azotes en sus traseros jóvenes. Pero él prefería dejar los castigos corporales para faltas más graves que está.

Al poco, Agustín regresó y le dio a Eugenio una carta. El criado negro, pues era un criado, esperaría contestación. Tras ello se fue en dirección de los obenques para subir a la cofa. Eugenio espero un poco para abrir la carta. Era una invitación para comer. Se la hacía don Bartolomé, que quedaría muy satisfecho si le hacía el honor de aceptarla. Eugenio se quedó pensativo. Ya había rechazado su petición la noche anterior, por lo que no podía rechazar esta. Se acercó al criado negro, al que le preguntó donde quedaba la residencia de su señor. Este le informó que tenían una casa alquilada en una calle que conocía bien Eugenio. Le dijo al criado que podía regresar a la casa indicando que aceptaba la invitación y que llegaría a la hora acordada. Luego llamó a Álvaro y pidió que llamase a un bote para que el criado pudiera volver a tierra. También le advirtió que bajaría a tierra para comer en la casa de un amigo y que había castigado al señor Torres, el porqué y cuándo debería bajar, por sí él se olvidara. Luego preguntó si el capitán Menendez ya había subido a bordo. Pero le informó que llegaría mañana. Que le había surgido un problema familiar de última hora y que embarcaría al día siguiente para solucionarlo. Álvaro informó que el resto de los soldados ya estaban a bordo.

Eugenio pensó que si solo era un hombre, no habría problemas. Se marchó a su camarote y estuvo trabajando con las cartas náuticas que le había pasado don Rafael, hasta que vio que era hora de prepararse. Se puso uno de sus uniformes buenos, que había comprado hecho comprar en Santiago tras recibir su nuevo rango. Cuando salió a la cubierta, su bote ya estaba listo y enganchado en el costado. Eso quería decir que Álvaro o Mariano, previsores habían puesto a algún marinero a espiarle. O tal vez el marinero encargado de ser su criado les había avisado, pues le había ayudado a vestirse. La cuestión es que todos en el barco estaban listos para llevarle a tierra. Bajo por el costado tras despedirse de los oficiales. Se sentó junto al timonel y tomaron rumbo al muelle.

Mientras recorrían su camino por las aguas, se cruzaron con otro bote. Eugenio reconoció a Juan Manuel, que venía de tierra. Iba embozado en su capote y algo ladeado contra la borda de la embarcación. Juan Manuel le saludo con su tricornio. Saludo que devolvió Eugenio, como debía de ser ante un compañero. Pero le pareció que el rostro de Juan Manuel estaba más pálido que de costumbre. Por lo que supuso que la fiesta de la noche anterior había durado más en otro sitio. Pensó que menos mal que regresaban ya al servicio en alta mar, que sino, iba a ser muy perjudicial para la escuadra por culpa de las andanzas de Juan Manuel.

Pero según el bote de la Santa Ana se alejó del suyo, se olvidó de los pesares de Juan Manuel y la escuadra, pensando en que tendría oportunidad de volver a ver a la señorita Teresa.

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