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martes, 16 de febrero de 2021

El dilema (63)

Alvho se dio la vuelta, sin levantarse del taburete, alcanzando un odre de piel de cordero que había sobre una de los catres. Tomó un trago de cerveza y se lo tendió a la muchacha. 

-   ¿Quieres? -le preguntó Alvho. 

-   No me gusta vuestro meado -negó con displicencia Ahlanka. 

-   Tú te lo pierdes -aseguró Alvho, volviendo a dar un trago al odre. La cerveza no estaba mala, pero tampoco era de lo mejor que había probado-. Bueno, me gustaría tener una pequeña conversación contigo. 

-   ¿Y luego me podré ir? -intervino Ahlanka. 

-   Mucho me temo que las cosas no son tan sencillas -sentenció Alvho-. Me gustaría que nos vieses al chico y a mí como unos libertadores. Pero me temo que tus ojos no ven lo mismo que yo. Si sales de esta tienda, acabarás en manos de personas no tan bondadosas como nosotros. 

-   ¿O sea, que estando con vosotros ya soy libre, pero si me intento ir me convierto en la esclava de otros? -inquirió Ahlanka. 

-   Mejor no lo hubiese explicado -asintió Alvho.

Ahlanka les lanzó una mirada llena de odio, pero al final, parece que entendió su triste sino o por lo menos lo aceptó hasta que encontrase una mejor forma de librarse del yugo que Alvho le estaba colocando. 

-   Bueno puedes empezar con tus preguntas cuando quieras -ordenó Ahlanka. 

-   Bien -afirmó Alvho-. ¿Hacia el oeste, hay alguna aldea como tal o más ruinas como las que había en la ensenada? 

-   No, no hay ninguna -negó Alhanka, que al ver que Alvho fruncía el ceño, decidió añadir-. Se dice que hay poblaciones al llegar a los bosques, pero eso está a semanas a caballo de aquí, incluso meses. No hay ninguna ruina o aldea como lo que preguntas hacia el oeste. 

-   En ese caso hemos debido llegar a nuestro destino, pero no está el premio -murmuró Alvho. 

-   ¿Qué quieres decir, jefe? -preguntó Aibber. 

-   Las ruinas de la ensenada deben de ser lo que el druida Ulmay vio en sus visiones -explicó Alvho-. Pero antes las he revisado y allí no hay ninguna reliquia o estatua o lo que narices estamos buscando. Y seguir al oeste es un peligro, que digo un suicidio. Dudo que los esclavistas que hemos capturado o muerto sean toda la tribu. 

-   No son más que una pequeña parte de ellos -aseguró Alhanka-. Un grupo que se ha quedado con parte de las ganancias. El grueso está en alguna parte de las llanuras, atacando a otras tribus. O tal vez regresando y no les va a gustar ver lo que les habéis hecho. 

-   No temo a unos esclavistas -dijo Aibber, sacando pecho, a lo que Alhanka lanzó una carcajada. 

-   No conoces a los Fharggar -indicó Alhanka-. Son muy peligrosos y combativos. No temen a la muerte y se nutren de la oscuridad. Se pintan de negro sus pieles y se dicen que no tienen corazón. Atacan a las tribus y las dan a elegir, pagar por que no les hagan nada o la muerte. Los esclavos que os habéis hecho vuestros son una tribu que no pudo pagar y como ves le han costado muchas almas. Os odiarán con ganas, por dos razones. La primera porque sois del otro lado del gran río y la segunda porque les habéis robado. 

-   Y hemos matado a algunos de sus camaradas -añadió Aibber con orgullo. 

-   Eso no cuenta -negó Alhanka-. Los Fharggar que caen en batalla son dejados en la intemperie, ya que creen en la fuerza del sujeto. Si han muerto ante individuos inferiores es que eran débiles y no merecen su respeto. Ni te digo lo que les pueden hacer a los que habéis capturado. ¡Se han rendido! 

-   ¿Y los que mueren de viejos? -inquirió Alvho. 

-   Eran fuertes y sobrevivieron hasta que los dioses les llamaron -contestó Ahlanka. 

-   En ese caso deberé hablar con el tharn -murmuró Alvho-. Tal vez sea buena hora regresar a la ciudadela. 

-   Si yo fuera vosotros me daría prisa en volver a cruzar el gran río -advirtió Ahlanka, segura que sus palabras habían hecho efecto.

Alvho se la quedó mirando, buscando en sus gestos y ojos alguna emoción que la delatase, pero no las encontró a excepción de un rumor de miedo. Alhanka temía a los Fharggar y eso no le agradaba.

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