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martes, 2 de febrero de 2021

El dilema (61)

Alvho encontró a Asbhul junto a Selvho cerca de los carromatos llenos de mujeres. Los guerreros se encargaban de bajar a las cautivas, atarlas con sogas y colocarlas en filas. Asbhul parecía triste por la visión de las mujeres que descendían de los carros. Sus supuestos liberadores no eran tal y su fin iba a ser el mismo que con sus antiguos captores. 

-    Es raro, mi tharn, no hay hombres en los carromatos, ni uno solo -escuchó decir Alvho a Selvho, cuando este se acercaba. 

-    No los vas a encontrar, Selvho, los hombres yacen muertos tras esa colina -señaló Alvho hacia el lugar donde habían encontrado a los muertos-. Parece que a estos esclavistas no les interesaban los hombres. Solo mujeres y niños. También hay ancianas con los hombres. 

-    Una pena, unos hombres fuertes habrían valido mucho -se quejó Selvho, mirando con asco el cadáver de unos de los esclavistas-. Empezaré a mover las filas hacia nuestro campamento. Estoy haciendo que otros busquen alguna pista sobre la reliquia, pero me temo que aquí no hay nada. 

-    Está bien -afirmó Asbhul, cabizbajo. 

-    Mi tharn, tal vez deberíamos enterrar a los muertos y llevarnos todo -indicó Alvho-. Por si vuelven más amigos de los esclavistas. Que crean que sus compañeros ya se han marchado. 

-    Me parece bien, Selvho, encargate de todo -aceptó sin fuerza Asbhul.

Selvho asintió con la cabeza y se marchó en el acto. Alvho se quedó un poco más. 

-    ¿Qué más quieres, Alvho? 

-    Saber que te ocurre, mi señor -indicó Alvho. 

-    ¿Cómo estos hombres han sido capaces de hacerles esto a sus hermanos? -murmuró Asbhul-. Nunca entenderé como los que se suponen que son miembros del mismo pueblo se tratan así. Dudo que todas las mujeres y niños de estos carromatos sigan vivos. 

-    Piensa que son solo salvajes que no comprenden lo que es una nación -le explicó Alvho-. Nosotros sabemos lo que es la civilización, mientras que ellos, solo quieren morar con libertad. Eso es de seres inferiores, bestias sin corazón. No tengas piedad por ellos, porque ellos no la tendrán contigo si caes en sus manos. Si lees las crónicas antiguas, leerás cosas peores de ellos, que no han cambiado con el tiempo.

Las palabras de Alvho parecieron surtir efecto, pues el tharn recuperó su fuerza característica, alejándose y dando órdenes a diestro y siniestro.

Los guerreros del ejército de vanguardia desmontaron el campamento enemigo, todas las tiendas, que cargaron en los caballos que habían capturado. Mientras las filas de esclavos empezaban a desfilar hacia el campamento de la lejanía, escoltados por muchos guerreros, otros se encargaban de cavar unas profundas tumbas en la ladera donde estaban los cuerpos diseminados. A parte de los esclavos asesinados, en las fosas echaron los cuerpos de los enemigos muertos ante los muros de escudos. Alvho estuvo cortando sus ropas, para observar sus cuerpos tatuados, todos con dibujos y runas desconocidas para él, pero de un color negro. Sin duda eran los nómadas negros de los que había hablado. Sintió un escalofrío, algo malo estaba por pasar.

Cuando hubieron acabado, no quedaba rastro alguno de que allí hubiera habido un poblado. Alvho montó en su caballo y esperó a que el último de los guerreros se pusiera en marcha. Entonces se dio cuenta que la muchacha que habían capturado permanecía en un caballo, pero colocada como un saco, atadas las manos con los pies, bajo la panza del animal. 

-    No se quedaba quieta -dijo Aibber, como temiendo que Alvho le dijese algo-. En todo momento ha querido escapar. Es dura. 

-    ¡Hum! Creo que el polvo le hará ver su lugar -señaló Alvho, sonriendo-. Nos vamos. Debemos estar atentos, que no se acerquen a la columna por la retaguardia. Estad con cien ojos.

Sus hombres asintieron y las parejas se abrieron en abanico, protegiendo a sus compañeros de un ataque que no llegó en ningún momento. Tal como se habían acercado al campamento enemigo, regresaron al suyo. Nadie les salió al paso, ni les atacó. Y eso que ahora llevaban muchas cosas incautadas a sus rivales.

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