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martes, 9 de febrero de 2021

Lágrimas de hollín (65)

A Inghalot le dolía todo, sabía que estaba sangrando por varios puntos y tenía muchos huesos rotos. La tortura había comenzado en el mismo momento que Gholma se había sentado. Ante el asombro de todos, Jockhel había ordenado llevarlo a un sótano mohoso, donde le habían sentado en una silla. Gholma había comenzado a golpearlo desde el mismo momento que habían llegado. Hasta ese momento no se había detenido. Sus golpes eran como los de una barra de acero. Pero lo más raro, era que Jockhel se había quedado a ver la tortura, pero aun no le habían hecho ni una sola pregunta. 

-   Los puños de Gholma no han cambiado… -dijo Inghalot, al tiempo que el esfuerzo le hizo resollar-. Pero esto no cambia nada… no voy a contaros nada… 

-   Creo que no te has dado cuenta de una cosa -habló Jockhel-. No te he preguntado nada, no quiero información de ti. No la necesito. 

-   ¿Y entonces por qué no me matas? -inquirió Inghalot, intentando sonar fuerte. 

-   Porque debes comprender antes el peso de tu culpa -señaló Jockhel-. Morirás, porque debes morir, pero antes sufrirás, en cada una de las partes de tu cuerpo. Y cuando estés pidiendo que te mate, tampoco me apiadaré de ti. Quiero que sientas el peso de tu traición. 

-   ¿Mi traición? -repitió Inghalot, desconcertado-. Puedo entender los sentimientos de Gholma, pero no comprendo que te afecta a ti mi traición del pasado. ¿Acaso Gholma es tu padre? 

-   No, no lo es -negó Jockhel-. Aunque es verdad que tanto él como el maestro Fibius me criaron como un hijo. Haría por ello cualquier cosa, incluso matar. Pero estoy en mi derecho para que sufras por tu traición a Laester. Y como has dicho que no quieres hablar, seguiremos día tras día. No te permitiré morir hasta que yo lo decida. Te mantendré con vida, día tras día, porque mereces un castigo ejemplar. Pero si quieres, podría aliviar tu dolor, solo si me cuentas la verdad que intuyo. Cuando quieras hablar me puedes avisar. ¿Qué respondes?

Inghalot escupió. Una masa de saliva y sangre cayó junto los pies de Jockhel. Este se rió y le hizo un gesto a Gholma. El hombretón se acercó a Jockhel y este le habló al oído. Inghalot no fue capaz de escuchar lo que había dicho, pero pronto por el ojo que le quedaba sano, vio aproximarse a Gholma, listo para seguir con su trabajo.

Jockhel se marchó de la celda, pues tenía que hacer otras cosas. Ya le había advertido a Gholma que quería a Inghale vivo. Ellos decidirían cuándo llegaría su muerte. Regresó a la forja, donde Fibius, a pesar de su edad golpeaba con fuerza una pieza de metal contra el yunque. 

-   Hace años creímos que Inghale y otros habían muerto -espetó Fibius, como si fuera un golpe contra el yunque-. Eran amigos, aliados que habían jurado hacer avanzar la causa. Y luego nos traicionaron. Solo para hacerse con una parte del pastel. Armhus se quedó con las propiedades de Laester, con su nobleza, Inghale con el poder sobre el barrio, el mismo al que vendió en la purga de los imperiales. ¿Cuantos más de esos amigos nos traicionaron? 

-   ¿Quién se reunía más con Armhus y Inghale? -inquirió Fhin, que se había quitado la máscara dorada, volviendo a su verdadera identidad, fuera del personaje que había creado-. ¿Quién era un amigo que no se separaba de ellos? 

-   Recuerdo a un hombre que siempre estaba con Inghale, aunque no se solía reunir con Armhus -contestó Fibius, dejando el martillo y la pieza de metal candente en el horno-. Inghale aseguraba que era un topo en la administración imperial. Durante un tiempo le pasaba información sobre los movimientos imperiales. Creo recordar que se llamaba Dhesva. Inghale siempre decía que era un funcionario, pero que odiaba a los imperiales, que se uniría a nuestra causa. Tras la caída de Laester no volví a saber nada más de ese funcionario. Aunque ninguno estábamos pensando en encontrar a los viejos camaradas, solo nos escondimos, dispuestos a sobrevivir y a que nos olvidasen. Pasar desapercibidos de los ojos imperiales. 

-   No te culpo porque no hicieseis nada -afirmó Fhin. 

-   No, no, yo me culpo a mi mismo porque ni Gholma ni yo vengamos a Laester -negó Fibius-. El miedo pudo con nosotros y ahora ya no somos más que fantasmas de lo que una vez fuimos. Pero si todo esto es para una venganza, la venganza por Laester, Gholma y yo te ayudaremos. Hasta el final. 

-   Te lo agradezco, maestro -Jockhel se acercó a Fibius y puso su mano derecha sobre el hombro de Fibius. 

-   Siento interrumpir esta bonita estampa paterno-filial -se escuchó la voz de Bheldur a la espalda de Fhin-. He encontrado al mensajero que solía usar Inghalot o Inghale, como se llame, para contactar con el alto magistrado. Se ha mostrado muy solicito a ayudarnos. Cuando he comentado que su cabeza podía separarse del resto del cuerpo, mano de santo. 

-   Bien -asintió Fhin-. Creo que es hora de que Inghalot, en su soberbia, pero con mucho miedo, amenace al buen magistrado de que necesita su ayuda o las cosas pueden cambiar. Con un poco de suerte, el magistrado no se mostrará tan amable con su amigo. Necesito papel y tinta.

Durante la siguiente hora, Fhin escribió una carta lo suficientemente llena del orgullo de Inghalot, sabiéndose un hombre poderoso, pero sobre todo con información que podría ser perjudicial para el magistrado. A su vez, en ella también consiguió plasmar el miedo de Inghalot hacia un Jockhel cada vez más importante. Claramente no iba a mostrar todas las cartas, ni mucho menos que ya habían caído más clanes. Era mejor que las autoridades imperiales pensasen que aún tenían el barrio algo controlado.

Cuando terminó con la misiva se la entregó a Bheldur, que se marchó de inmediato. Era el momento de lanzar las redes y ver que pescaba.


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