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martes, 23 de febrero de 2021

Lágrimas de hollín (67)

Fhin estaba en su despacho, leyendo los informes que Bheldur, Bhorg, Phorto y Runn. Los de los dos primeros eran asuntos de la logística, espionajes y cosas afines. Los de los dos siguientes eran informes cortos, solo hablaban de la situación de los sitios, el hambre ya estaba haciendo efecto, los soldados rasos huían o morían intentándolo, pues sus líderes no toleraban la traición. Pronto la desesperación entregaría sus cabezas y sus territorios. Pero los de Bhorg eran los más tediosos, aunque también eran los más complejos. Estaba intentando discernir uno de ellos cuando golpearon en la puerta. Fhin preguntó quién era y al ver que era Bheldur, supo que no tendría que ponerse la máscara. 

-   He encontrado lo que buscabas -dijo Bheldur nada más entrar-. Está en el barrio de los mercaderes, es espaciosa, con un almacén anexo. Parecerá la vivienda de un mercader recién llegado a la ciudad o la de un noble menor, de provincias. 

-   Qué es lo que queremos -afirmó Fhin alegre. 

-   Sin duda. 

-   ¿A quién pertenecía antes? -quiso saber Fhin. 

-   Era de un mercader que murió sin descendencia directa -contestó Bheldur-. Parece que se disputan la herencia varios primos lejanos y como no se ponen de acuerdo con quién debe quedarse la propiedad, un magistrado les ha dicho que la vendan y se repartan las ganancias. 

-   ¿Piden demasiado? 

-   No nos van a quitar demasiado oro -indicó Bheldur-. Parecen desesperados por vender. Están tan ansiosos que han bajado el precio un par de veces. Ahora aceptarán cualquier oferta que les propongamos, siempre que sea interesante. 

-   En ese caso comprala -ordenó Fhin-. Y haz pensar a todo el mundo en el barrio que la ha comprado un noble inferior, para su hijo, un joven conde. Si te preguntan el padre tiene tierras al norte, cerca de la frontera. Los nobles norteños están mal vistos. Sus tierras son poco fértiles, y además fueron los primeros en sucumbir a los imperiales. Se dice de algunos que se pasaron al bando imperial, rompiendo la primera defensa del reino. Eso juega a nuestro favor. 

-   ¿Como? 

-   Los nobles de la ciudad no me verán como uno de los suyos, ni los pro imperiales -explicó Fhin-. Por lo que no se pondrán a investigar mi procedencia. A su vez, sólo se fijarán en el oro que gastaré, por lo que pensarán que mi padre es un pro imperial o que hace negocios con ellos. Y con ello, se me acercarán los sibilinos, él vendrá a mi. Encargate de todo. 

-   Así se hará -asintió Bheldur, marchándose.

Fhin dejó los informes sobre la mesa, se puso de pie y se acercó a una de las ventanas que mantenía ocultas con pesadas cortinas. Los rayos del Sol entraron a raudales cuando movió una de las cortinas y miró al exterior. El barrio parecía calmado y las personas trabajaban en sus cosas, ajenas de quienes les mandaban en realidad. Desde su despacho podía ver las murallas que rodeaban el barrio. Unas murallas que en su origen servían para defender el barrio primigenio que había ahí, muy diferente de la cloaca inmunda que se había convertido, un barrio de criminales. Las edificaciones subían por la ladera hasta la misma roca del promontorio, el inmenso acantilado sobre el que estaba erigido el castillo real, la gran ciudadela de los Mars, ahora sede del gobierno imperial. La sombra del castillo era evidente a las primeras horas del día, desapareciendo al medio día.

Ya había llevado a cabo la primera parte de su plan, un plan destinado para vengarse de aquellos que le habían destruido su niñez y a su familia. Muchos creían acertar cuando decían que pretendía vengarse de los imperiales, pero eso era una locura, una como la que llevó a su padre a la muerte. Los imperiales solo eran una carta más que utilizar. Ahora sus próximas víctimas eran las más poderosas y como tal las más peligrosas. No se dejarían arrastrar por sus maquinaciones como los líderes de los clanes, la mayoría de ellos faltos de perspectiva.

Dhevelian parecía ser un hombre inteligente, si había sabido jugar bien sus manos para convertirse en el alto magistrado de la ciudad. Se codeaba con el gobernador y otras autoridades. Pero todos tenían sus puntos débiles y estaba seguro que temía a lo que pudiese revelar Inghalot. Le empezaría presionando por ahí y luego le haría creer en otras cosas. Un hombre que había ascendido pisando a sus hermanos debía tener muchos fantasmas que le atormentaban.

Pero quedaban otros que debían sufrir sus destinos, y no era otra que la familia de los Mendhezan. Fhin había puesto a las Gatas a investigar al noble y habían traído datos interesantes. Alguno de ellos le había dejado sorprendido. Su enemigo principal era Arnhal de Mendhezan, el actual líder de la familia, viudo, pero parecía que tenía su propio harem de jovencitas en su palacio. Tenía muchas más propiedades en la ciudad. En el palacio vivía también su hijo único hijo varón, y curiosamente el más joven, ya que tenía cinco hermanas, todas casadas con hombres importantes, incluso con imperiales o miembros de familias pro imperiales. El hijo se llamaba Armhus y se dedicaba a llevar los negocios del padre. Estaba soltero y su padre le apremiaba para que buscase esposa, no quería ver como la casa de los Mendhezan no tenía heredero.

Una de las cosas que más había sorprendido a Fhin era que los Mendhezan eran dueños del almacén donde había trabajado él con Gholma y Bheldur. Intentó recordar los días tras el intento de robo, pero nunca llegó a cruzarse con ninguno de los Mendhezan cuando fueron a interrogar a Sacerdote. Estaba pensando en ello, cuando le vino una pregunta a la cabeza. Nunca se cercioró de que era lo que querían robar Herrero y su gente. Tal vez si diera con Corredor, podría saber a por lo que iban. Debía hacer que las Gatas se encargasen de ello. Esperaba que el apodo no indicase la verdad y el individuo había corrido lejos de allí.

Pero ya llegaría el momento de ir dando los pasos correspondientes. Por ahora tenía muchos papeles que revisar, así que volvió a su asiento, tomando el informe que había dejado y se puso a trabajar.

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