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sábado, 13 de febrero de 2021

El reverso de la verdad (13)

Ya en el callejón, Andrei esperó unos segundos después de que la puerta se cerrase. Estuvo conteniendo la respiración, esperando que algo se moviese en la creciente oscuridad que parecía reinar. Cuando pensó que ya era seguro, empezó a seguir las indicaciones que Jules le había dado. En cada paso estuvo atento de cualquier cambio a su espalda. Podía haber tanto malhechores, contrarios a Jules, como policías escondidos, listos para seguir a cualquier cliente de Jules. no le pareció que nadie se moviese o le siguiese los pasos, pero ni cuando se montó en el coche estuvo seguro del todo.

Arrancó el motor y se puso en camino. Miró el reloj del coche y le pareció que aún tenía tiempo para regresar a la ciudad y visitar a la contable. Ya estaba listo para tener la conversación que debía mantener con la contable y su curioso secreto. Mientras conducía de vuelta a la ciudad, estuvo tan atento del tráfico como pudo, pero no solamente lo que le rodeaba, sino en especial lo que podría tener detrás. No lo pudo evitar y dio varias vueltas para librarse de posibles invitados inoportunos, antes de meter el coche en su garaje. Este permanecía vacío desde el accidente, ya que el utilitario que tenía con su esposa había quedado siniestro total y no se había decidido aún a comprarse uno nuevo.

Desde el garaje, subió a su casa y entró. Allí se decidió cambiar de ropa. A su vez vació el contenido del maletín en su armario de seguridad. Cuando había retirado todas las cajas de munición, se percató que Jules le había dejado otro regalo, un chaleco antibalas, de los última generación más ligeros, pero igual de efectivos. Susurró un gracias y se lo colocó sobre la camisa que había elegido. Para evitar que se viera se puso un jersey y la pistolera encima. Para terminar usaría una chaqueta de pana marrón, así ocultaría el arma, y podría llevar unos cuantos cargadores extras. La siguiente media hora se dedicó a rellenar de munición los cargadores que se iba a llevar. Cuando por fin tenía todo, salió por la puerta de la vivienda, totalmente cambiado y más elegante, pero con un peso extra fuera de lo habitual.

Había estudiado el mapa del barrio y que recorrido sería el más óptimo para llegar a la vivienda de la contable. La manzana en la que estaba el edificio no estaba lejos y no le llevó mucho patearse el trecho que los separaba. La contable vivía en una de las arterias de la ciudad, una calle llena de tiendas, de las grandes marcas, con árboles y zonas peatonales que partían de ella. En su momento, Sarah y él habían mirado un par de viviendas en portales de esa calle, pero los precios estaban por las nubes. Dudaba que Les Infants le pagase un sueldo tan bueno a la muchacha como para poder pagar un piso allí, ni un ático. Lo cual quería decir que su secreto era muy lucrativo. O simplemente que tenía una doble vida, tal vez fuese una prostituta de lujo por las noches. Esperaba pronto poder enterarse cual era la explicación y el porqué de su presencia en la productora.

Cuando llegó al portal tuvo la suerte de que salía una pareja y entró sin llamar al portero automático. El portal era amplio, con una caseta para un portero, pero ahora por la hora estaba vacía. Se dirigió a la zona de los buzones para comprobar que la dirección que había sacado estaba bien, antes de tomar un ascensor hasta el piso.

Incluso los pasillos comunes estaban bien cuidados y tenían una decoración elegante, formada por cuadros, espejos y algunas mesitas de metal y placas de granito. Se acercó a la puerta de la vivienda y pulsó el timbre. Escuchó el ruido del mismo a través de la puerta y durante un rato no pasó nada, por lo que volvió a pulsar la tecla. Entonces escuchó un ruido de pasos que se acercaban y como alguien movía la placa de la mirilla. Andrei permaneció serio. Otras personas solían sonreír cuando notaban que alguien miraba por la mirilla. Pero Andrei no tenía ni ganas ni fuerza para parecer alegre. Al otro lado le pareció que alguien lanzaba un quejido, pero al poco se abrió la puerta, una fina línea de luz y media cara. Un pasador de hierro impedía  que se abriera del todo. Pero podía distinguir la mirada altiva de la contable. 

-   ¿Qué quieres? -espetó la contable. 

-   ¿Helene Hinault? -preguntó a su vez Andrei. 

-   No me jodas, sabes perfectamente que soy yo -no parecía especialmente feliz por su aparición, por lo que Andrei pensó que puede que si supiese cosas interesantes-. Eres Andrei Dubois, mi jefe. Así es como actúas, ¿no? 

-   No sé de qué hablas, solo quiero tener una conversación contigo -indicó Andrei-. Dejame entrar, son cosas que no queremos que escuchen otras personas, ¿no crees? 

-   Si como dices solo quieres hablar, lo podemos hacer en la oficina -rebatió Helene-. Así que ya te estas marchando o llamó a la policía. No me importa mucho que me amenaces con echarme, puedo ganar dinero. No estoy pillada de pasta como para rebajarme por ser contable en la productora. 

-   Eso ya lo veo -afirmó Andrei, con una cara de pocos amigos-. Pero dudo que ni la policía ni los compañeros de la oficina deban escuchar sobre tu vida secreta, gatita.

Helene cerró la puerta de golpe. Andrei se quedó allí de pie, incluso cuando la luz del pasillo se apagó. Sabía que Helene seguía al otro lado de la puerta, observando por la mirilla y pensando lo que iba a hacer. De improviso se abrió la puerta y Helene le hizo un gesto para que entrase.

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