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martes, 2 de febrero de 2021

Lágrimas de hollín (64)

Fibius no parecía contento con tantos invitados en su humilde fragua. No podía trabajar y parecía molesto. Pero en verdad, solo era una fachada, pues quería enterarse de lo que iba a hablarse ese día. Fuera, había bastantes soldados, además de unas cuantas Gatas. Se iban a reunir Jockhel con sus principales asesores. Phorto y Runn hablaban en un rincón sobre las posibles estrategias para acabar con los clanes que no se habían rendido. Gholma se les había acercado y les contaba las cosas que había aprendido durante su vida de soldado. Bhorg y Fibius estaban más entretenidos en una partida de ajedrez mientras esperaban. Shar y Bheldur se habían convertido en grandes amigos, pues ambos tenían que trabajar juntos para su red de espías y asesinos. Por fin, llegaron Jockhel y Usbhalo. Todos los presentes dejaron lo que estaban y se fueron sentando en los taburetes, frente a Jockhel. 

-   Isppal y Nelbhur se han atrincherado en sus territorios y creo que intentar sacarles de allí va a ser una sangría para nuestros hombres -comenzó a hablar Jockhel-. Tampoco creo que mandar asesinas a por ellos sea la mejor opción. He decidido otra estrategia con ellos. Vamos a usar su propia táctica. 

-   ¿Su propia táctica? -inquirió Runn, sorprendido. 

-   Eso es. Phorto, Runn, quiero que construyáis una red defensiva que cierre los territorios de los dos. No permitiremos que les llegue comida. El hambre hará que caiga sus liderazgos. Haced lo que sea necesario y impedid que coman. 

-   Es una estrategia arriesgada, pero podría funcionar -indicó Bhorg-. Según los informes de Bheldur y Shar se han recluido en lo más interior de sus territorios. Allí no vive nadie más que los miembros de los clanes. El hambre es lo más eficaz. 

-   Pero una cosa, debéis bloquear todo tipo de formas de que les llegue comida, túneles, pasarelas, cuerdas, etc. -advirtió Jockhel-. Al final, puede ser que intenten hacer ataques a nuestras posiciones. Tened a nuestros hombres atentos. 

-   Así se hará mi señor -asintieron a la vez Phorto y Runn, tras lo que se marcharon.

Tras la marcha de los dos guerreros, Jockhel decidió que era momento de empezar con el segundo asunto. 

-   Bhorg, haz entrar a Inghalot -pidió Jockhel-. Espero que los tres días en la celda le hayan ablandado un poco. 

-   No lo creo -negó Bhorg, que salió un momento, para volver a entrar al momento acompañado de dos soldados que llevaban a Inghalot.

El antiguo señor de los Águilas no parecía el mismo, ya que no iba tan arreglado como antes. Le habían quitado sus ropajes y le habían hecho vestirse con harapos. iba descalzo, encadenado, con el pelo sin peinar y falto de limpieza. Le obligaron a sentarse en un taburete. Parecía que iba a decir algo, pero al ver a todos sentados como él, decidió no abrir la boca. 

-   Espero que te hayan tratado bien, en nuestras dependencias -dijo Jockhel. 

-   Las cárceles imperiales son más duras -aseguró Inghalot-. Bueno, supongo que quieres información, pero no te voy a decir nada. Puedes usar a tus torturadores. Pero soy un hombre duro, no me vas a sacar nada. 

-   Esperaba que quisieras contarme cómo es que te llevas tan bien con los líderes imperiales, en especial con el gran magistrado Dhevelian -indicó Jockhel-. También esperaba no tener que recurrir a la tortura. Creía que tal vez te entrase un poco de cordura o de lealtad a tu pueblo. Pero me temo que hace mucho que te vendiste al oro imperial. La verdad es que hemos encontrado muchas monedas imperiales en tu mansión. Cuántos habrán muerto para conseguir esa riqueza, cuánta sangre derramada por tu codicia. 

-   Lealtad, codicia, todas ellas palabras vacías, sin valor -se rió Inghalot-. Ya te dije que pensar en ellas sólo conducen a la muerte. Solo los ingenuos creen en ellas. Pero les llevan a un fin cruel. Si sigues siendo un hombre de principios te fagocitarán y caerás. Solo los que no sentimos por los que mueren y aceptamos lo que nos ofrecen, sobrevivimos y… 

-   ¡Inghale! -le cortó Gholma, poniéndose de pie-. ¿Eres tú, Inghale?

Inghalot se quedó callado, mirando a Gholma, entrecerrando los ojos. Lo que creía ver no podía ser verdad. Era Gholma y el que estaba sentado junto a él, era Fibius. Se habían hecho mayores, aunque claro, él también. Pero qué hacían ahí. Eran hombres de Jockhel. Habían encontrado a otro tonto al que seguir. Pues peor para ellos, se tendrían otra vez que enfrentar al imperio. Y de ellos no se sobrevivían dos veces. 

-   ¡Fibius! ¡Es Inghale! Mirale bien es él -volvió a decir Gholma, señalando a Inghalot. 

-   ¿Quién es Inghale, Gholma? -preguntó Jockhel. 

-   Un viejo aliado de los tiempos de tu..., digo, de Laester -explicó Gholma-. Cuando todo se precipitó a la derrota, creímos que había muerto. Muchos desaparecieron. Muchos murieron. Los imperiales hicieron limpieza. Todos nos escondimos. Quién lo diría. Inghale se convirtió en un señor de clan. 

-   ¿Lo que dice Gholma es cierto? ¿Te llamas Inghale? -inquirió Jockhel a Inghalot. 

-   No sé quién es ese hombretón y no se quien es ese hombre, ese Gholma -negó Inghalot, seco y cortante, como ofendido. 

-   ¡Tú eres Inghale! ¿No entiendo por qué lo niegas? ¿Por qué dices que no me conoces? -se quejó Gholma-. ¿Por qué ibas a…

La voz de Gholma se cortó de golpe y se dejó caer en el taburete, mientras se acariciaba las manos, una con otra. Fibius bajó la cabeza y algo hizo moverse a Jockhel en su taburete. Algo que Inghalot no pudo prever. Estaba seguro que Gholma se había dado cuenta de porque renegaba de ellos y Fibius, que era más listo que el grandullón tenía que haberse dado cuenta también. Pero lo que no había comprendido era porque que ambos hombres se hubieran dado cuenta, había hecho que Jockhel se pusiese a la defensiva o más bien a la ofensiva.

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