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domingo, 20 de agosto de 2017

El juego cortesano (9)



Abrió la puerta y salió al exterior. Cuando los ojos se acostumbraron a la cantidad de sol que iluminaba el jardín, pudo ver que la mujer aunque sola, estaba siendo observada por cuatro de los guardias de la hacienda. La presencia de tantos hombres armados en la residencia de Shennur era algo que tenía preocupado a Bharazar. Dos guardias estaban más lejos que la mujer y el estanque, pero la miraban a ella. Los otros dos estaban situados junto a la casa, a ambos lados de la puerta por la que había salido. Ninguno le miró para nada.
Bharazar se fue acercando hacia la mujer, pero ninguno de sus guardianes se inmuto, por lo que supuso que no había problema en hablar con ella. Sus botas emitían un gemido al pisar por la gravilla del camino. Un ruido suficiente para que la mujer se volviera cuando notó que alguien se aproximaba a ella por la espalda. Por un momento le miró a la cara a Bharazar, a pesar del velo, tras lo que bajó la vista al suelo.
-       Es un día muy bonito, muy soleado -dijo Bharazar.
-       Pues a mí me parece como cualquier otro día, buen señor -contestó la mujer, sin levantar la mirada, pero con una voz melodiosa, suave y hasta dulce.
-       Lo que pasa es que hacía ya mucho tiempo que no disfrutaba de los días en Fhelineck -aseguró Bharazar, quien esperaba volver a oír más la voz de la mujer.
-       Puede ser verdad, yo en cambio, al haber vivido toda mi vida en la ciudad, los días me parecen iguales, repetitivos, hasta han perdido el color y la luz, solo son los días en una gran prisión -la voz de la mujer no parecía haber cambiado, pero el tono era más triste, con una cierta crítica o enojo-. Ya me gustaría poder ser destinada a otro lugar, como un militar como vos, pero las cadenas y las obligaciones me atan aquí.
-       No os creáis, los militares vamos donde se nos ordena, no elegimos nuestros destinos -repuso Bharazar, intrigado por la existencia de la mujer- Soy el general Bharazar. ¿Con quién tengo el placer de pasar estos instantes?
-       Me llamo Xhini, mi general y soy… -las palabras de Xhini se fueron perdiendo en un lamento, hasta que tras un instante prosiguió- ..., no soy más que un fantasma, general, una estatua olvidada, un lamento en el corazón de otros, lo mejor es que me olvidéis.
Xhini se dio la vuelta poco a poco, pero Bharazar se movió más rápido y por un impulso que no supo de dónde venía le retiró el velo que cubría su cara. Reveló una faz joven, de una muchacha de unos veinticuatro años, de piel clara, ojos verdes, pelo castaño que caía formando ondas sobre las orejas. No podía decir que fuera una belleza, pero sus ojos tampoco decían lo contrario. Ahora estaban fijos en los de ella, que se ruborizó.
Lo que escondía el velo no parecía concordar con las palabras que habían salido de los labios carnosos, estrechos y rojos que ante él temblaban, dejando ver las puntas de unos dientes blancos como nieve. La muchacha le dio una bofetada a Bharazar que soltó el velo, que la volvió a cubrir.
-       Xhini, por favor ve a ayudar a la dama Jhamir -se pudo escuchar una voz a la espalda de Bharazar.
Xhini miró por encima del hombro de Bharazar, dio un paso atrás, hizo una reverencia  y salió corriendo en dirección a la vivienda. Bharazar se palpó con la mano la zona de la cara que la muchacha había abofeteado Xhini y suspiró. Luego se volvió para ver quién era el recién llegado. También se fijó que los guardias habían desaparecido de sus posiciones. Quién sería esa Xhini, para merecer tanta protección.
Un hombre moreno le observaba con unos ojos marrones, vestía una túnica verdosa sobre la que llevaba una casaca verde oscura y una tira de seda azul que cruzaba su pecho desde un hombro hasta la cadera contraria. Llevaba varios broches y anillos en las manos. Era alto, de un metro ochenta más o menos. Calzaba unas botas altas y aunque no parecía militar llevaba una espada estrecha colgando del cinturón. La empuñadura era muy característica pues poseía muchas filigranas con piedras engarzadas. El hombre se dio cuenta de que Bharazar observaba el arma con detenimiento. Propio de los militares, pensó en su mente y por ello la desenvainó. La hoja era ligera, estrecha, terminada en punta, diferente a la espada curva de Bharazar.
-       Veo que estáis interesado en mi estoque, majestad -dijo el hombre, acercándose con el arma en la mano-. Cuidado con el filo, que esta sí que corta, no como las que utilizan el resto de cortesanos. Esta arma es para pinchar, no para tajar como vuestra espada. Se podría decir que es un arma de un asesino, no la de un soldado.
Bharazar la tomó de las manos del hombre y comprobó que tenía razón, la parte más afilada estaba en la punta. No era un arma idónea para un soldado y menos para un catafracto, que atacaba desde arriba, soltando la espada con fuerza. 
-   Una arma curiosa, canciller -Bharazar le devolvió el arma al hombre que sonrió a Bharazar.

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