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martes, 9 de febrero de 2021

El dilema (62)

En el campamento, los hombres de Alvho se marcharon a descansar, mientras que Aibber escoltó a la muchacha hasta la tienda que compartían Alvho y Aibber. Dentro el muchacho la hizo sentar en un taburete y se volvió a los pliegues, pero sin darle la espalda. Sabía que la muchacha intentaría algo. Tras un tiempo silencioso, en la que la muchacha, con unos ojos negros como oscura era la noche, no dejaba de mirar con odio a su captor, llegó Alvho. Este entró en la tienda y se dejó caer en un taburete junto a la muchacha, que le siguió con la mirada. 

-    Unos ojos que dan miedo, ¿eh? -dijo Alvho, devolviendo la mirada a la muchacha, que ante la sorpresa de Aibber, bajo un poco, como si no pudiera soportar los de Alvho. 

-    No ha dejado de mirarme así desde que hemos llegado -afirmó Aibber. 

-    Cierra los pliegos, no quiero entrometidos -ordenó Alvho. 

-    ¿Quieres que os deje solos? -preguntó Aibber, con un tono socarrón, pero Alvho notó un deje de codicia. 

-    No digas tonterías, es un maldita niña -se quejó Alvho, que miró a Aibber con mala cara-. Cuando terminemos con ella, puedes hacer lo que quieras con ella.

La respuesta pareció pillar a Aibber por sorpresa, ya que se puso ligeramente colorado. Alvho se rió para sus adentros. El muchacho, siempre serio y frío, parecía sentirse atraído por esa salvaje. Era de facciones agradables, pero Alvho estaba seguro que si por un despiste caía un arma en sus manos les destriparía como a unos cerdos. No, mejor dejar sus asuntos de hombre para cuando regresasen a la nueva ciudadela. Por ahora, era mejor pasar del asunto. 

-    Esta mujer sabe cosas, cosas que yo quiero conocer también -indicó Alvho, volviéndose a la muchacha-. ¿Me entiendes, verdad?

El silencio llenó la tienda. Aibber no comprendía porque Alvho le había preguntado eso a la muchacha. Era imposible que ella conociese su idioma. 

-    ¡Oh, vamos, niña! Sé que nos entiendes parcialmente o todo lo que hablamos -volvió a decir Alvho-. Mi amigo ahora esta poniendo caras raras, ¿verdad? Cree que me he vuelto loco, que estoy intentando hacer hablar a alguien que no conoce nuestro idioma. Pero tú si lo conoces. Cuando te hemos capturado no llevabas demasiada ropa encima. Así que me he podido deleitar con tus tatuajes. No eran como los del resto de las mujeres de los carruajes. Mientras enterrábamos a los hombres muertos, he dado con un hombre que tenía como los tuyos. Supongo que tu padre o tu hermano. Entonces he tenido una premonición, ¿sabes? He pensado, porque iban a viajar dos personas solas por estas llanuras, de por sí peligrosas para las tribus enteras. Aibber, ¿por qué crees tú? 

-    No estoy seguro, mi señor -contestó Aibber. 

-    Aibber es muy serio, muy formal, muy buen guerrero y mejor asesino -indicó Alvho-. Pero es de los que prefieren callarse sus ideas. Un muchacho precavido. Yo creo que erais mercaderes y los mercaderes saben idiomas. Así que puedes dejar de hacerte la idiota y empezar a responder mis preguntas. Me gustaría hablar por las buenas, pero si no me ayudas, no me dejarás otro remedio que tomar otro camino. Uno no tan amable. 

-    No hay nada que puedas hacer para meterme miedo, ellos son mucho peores que vosotros -espetó la muchacha en su idioma, aunque un poco más arcaico. 

-    ¡Has visto, milagro, sabe hablar! -ironizó Alvho-. ¡El gran Ordhin, todopoderoso le ha ayudado para entendernos! 

-    Si el druida Ulmay te escuchara, te acusaría de blasfemo, jefe -se burló Aibber. 

-    Bueno, es que ha sido un gran milagro -rebatió Alvho, que se volvió hacia la muchacha-. Primero lo primero, es de buenas personas presentarme. Yo soy el therk Alvho, pero puedes prescindir de mi rango, todos lo hacen. Se supone que soy el encargado de la inteligencia y la información en este grupo. Él es Aibber y es mi mano derecha. ¿Y tú te llamas? 

-    Ahlanka. 

-    Bien, Ahlanka, ¿me he equivocado en algo de mi deducción anterior? -inquirió Alvho. 

-    No, has dado en el clavo, con una excepción, el hombre de los tatuajes era mi marido -asintió Ahlanka. 

-    ¿No pareces muy triste por su pérdida? 

-    Me obligaron a casarme con él, como pago por una compra -señaló Ahlanka-. Era un viejo asqueroso y vicioso. No lloraré por su alma. Era uno de los vuestros, un hombre del otro lado del gran río. Lloradle vosotros si queréis.

Alvho miró a Ahlanka y le gustó la muchacha. Esperaba que la conversación siguiera por un derrotero satisfactorio para todos. Si la cosa iba bien, esperaba que se quisiese unir a su pequeño grupo de sombras. Sería una buena adquisición. Aunque para ello tendría que liberarla.

1 comentario:

  1. Buenos días, felicidades por tus nuevos seguidores, espero que esta comunidad vaya creciendo más y más, yo te seguiré recomendando para que sigas creciendo. ¡Mucho ánimo!

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