En la caverna, el hombre se despertó. Había sentido el calor cerca, a su
costado derecho. Abrió los ojos lentamente y lo primero que vio fue un techo
rocoso. Se movió, con sus palmas tanteó el lecho, dándose cuenta que eran ramas
y hojas, algunas muy grandes. Poco a poco se fue dando cuenta de su situación.
Por alguna razón estaba dentro de una cueva, junto a una hoguera y no se
acordaba cómo había llegado allí. Su anterior recuerdo era el de cabalgar sobre
su caballo, que tenía una flecha clavada. Si las cosas hubieran ido de otro
modo, se la habría extraído y lo habría curado, pero no podía, no con los
hombres que le perseguían tan cerca. Había tenido mucha suerte de escapar de
las garras de Ihlmahl pero para ello había tenido que internarse en las
praderas salvajes, lo que era como un suicidio.
Se levantó ligeramente y la ropa se deslizó, dejando su pecho al aire.
Entonces se dio cuenta de que le habían desnudado. Retiró sus prendas y
constató que solo llevaba su taparrabos en su sitio. Rebuscó en sus
pensamientos y recuerdos, para saber lo que había ocurrido, pero estaba todo
sumido en oscuridad. Le venía una silueta a la cabeza, unos ojos negros,
bellos, pero no conseguía reconocer a su dueño. Pensó que había sido un sueño.
Reparó en que junto a su cuerpo, estaban sus pertenencias, perfectamente
ordenadas. Las recuperó y se las puso, así como su ropa. Se vistió y cuando
tenía todo en su sitio, se sentó sobre el lecho de ramas, junto al fuego. Si
alguien se había molestado en ayudarlo, lo menos que podía hacer era quedarse a
agradecérselo.
Mientras, se quedó allí sentado, calentándose con la hoguera, a la cual fue
nutriendo de madera, para evitar que se consumiera del todo. Pudo ver el claro,
la laguna y también cómo algunos animales se acercaban para beber. Muchos eran
herbívoros, que se aproximaban con mucha cautela, que incluso le miraban, pero
que no parecían asustarse por ello. Podría ser que los animales ya hubieran
visto a hombres antes, colocados en esas cavernas y no les temieran, pensó el
hombre. La verdad es que estuvo tentado de cazar alguno, pero cuando encontró
una buena cantidad de frutas desistió de bajar de la caverna elevada.
Seguía allí, sentado, observando a la naturaleza en su esplendor, cuando de
entre la maleza surgió una forma, una mujer, de piel oscura, que llevaba algo
sobre el hombro, algo peludo y que avanzaba a la carrera hacia su dirección.
Una mano agarraba lo que llevaba al hombro, la otra mantenía una lanza
apuntando hacia delante. La mujer vestía con muy poca ropa, o eso es lo que
pensó el hombre rubio al mirarla. Dejaba poco a la imaginación. Pero hubo algo
en el rostro de la mujer, que le preocupó. Respiraba precipitadamente, como si
algo la hubiera alterado, avanzaba rápido y cuando estaba casi a punto de
llegar a la pared vertical bajo el hombre, apareció algo entre la maleza. Los
ojos del hombre lo identificaron al momento, un leopardo. El animal gruñía y
enseñaba los dientes, al tiempo que seguía a la mujer, deseoso de cazarla.
Sabía que tenía que ayudarla y cuando la mujer empezó a escalar por la
pared de piedra, el hombre agarró una de sus manos y tiró de ella. Los dos
cayeron hacia atrás, sobre el lecho de ramas. Lo que llevaba la mujer salió
despedido hacia el interior de la caverna. Para sorpresa del hombre, la mujer
se puso en pie casi al momento, girándose, y blandiendo su lanza hacia el
exterior. El leopardo se acercó a la abertura, pero al ver la lanza y que había
demasiada altura, gruñó y se marchó. Primero se acercó a la laguna, bebió algo
de agua y luego tras unos saltos desapareció en la foresta. En todo momento
miró a la mujer con ojos de venganza, pero Kounia sabía que el leopardo se iría
de allí, pues habían tenido un lance, habían luchado por la presa y ella había
ganado. Gharakan la había beneficiado a ella y no al leopardo. En otra ocasión
podría ser al revés.
Se volvió y se quedó paralizada al ver los ojos verdes que estaban fijos en
los suyos. El hombre ya no estaba tumbado, como ella le había dejado, sino que
la había ayudado a subir a la caverna. Ahora la miraba fijamente. No sabía qué
hacer, así que desvió la mirada y buscó la presa que había sido la causante de
la disputa con el leopardo. Estaba tirada en la oscuridad del fondo de la
caverna. Kounia se adentró, sabiendo que el hombre rubio no dejaba de mirarla.
Tomó del suelo el mono que había cazado, cuando este llevado por la gula y el
cebo de frutas, había bajado a tierra y había sido lanceado por la mujer.
Regresó hasta la fogata y se sentó junto al fuego. Dejó la lanza junto a ella y
sacó su puñal. Empezó a desollar el mono. El hombre se acercó y se sentó junto
a ella, observando lo que hacía.
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