Suponía
que Fhin le presentaría al viejo, pero se equivocaba. Ambos, Fhin y el viejo,
se dirigieron hacia la casa, sin prestarle atención, sin invitarle a entrar y
sin hablarle. Bheldur les miró, pero no se acobardó, les siguió los pasos hacia
el interior de la casa. El edificio era muy simple, casi no había decoración,
pero parecía acogedor. En la primera planta había varias salas, así como una
escalera que ascendía al siguiente piso y otra que descendía al sótano. Los dos
a los que había seguido estaban sentados ante una mesa, donde había un cesto
pequeño con rodajas de pan y varios cuencos de madera con lonchas de jamón y
salmón ahumado. Había una jarra y varias copas de madera.
- Mira muchacho se te ve a la legua que quieres comer, así que
siéntate y sírvete -espetó Fibius, mirando a Bheldur con cara de pocos amigos-.
Pero antes hay que agradecer a Bhall por permitirnos tener estos alimentos.
Sabes la comida no es regalada, sino que trabajamos por ella. Pero tú no
pareces de los trabajadores.
- Mira, anciano, no te voy a permitir… -empezó a decir Bheldur pero
se calló, cuando Fhin levantó una mano, pidiendo orden.
En
silencio, Bheldur se acercó y se sentó en uno de los taburetes libres. Sabía
que el anciano le escrutaba con los ojos, pero también se dio cuenta que la
mirada del viejo pasaba de él a Fhin, como si no se creyera lo que veía, como
si no quisiera darse cuenta de que él le había jurado lealtad a Fhin con todas
las de la ley. Para él cualquier mandato de Fhin sería como una ley. Rezó con
ellos, para satisfacción del viejo además de sorpresa, pues Bheldur conocía las
respuestas a las oraciones tan bien o mejor que Fhin. Cuando terminó con el
rezo, Fibius indicó que podían empezar a comer, pero que quería respuestas
sobre su invitado.
- Lo primero, muchacho, cómo te llamas. Pues no es bueno no conocer
el nombre del que comparte tu comida -dijo Fibius, mientras servía vino en cada
copa.
- Antes me iba a presentar, pero no me has dejado hablar -se quejó
Bheldur-. Me llamo Bheldur.
- Bien, Bheldur, yo soy Fibius y esta es mi casa -indicó Fibius, que
señaló a Fhin-. Este mozalbete es mi aprendiz y por ello vive conmigo. Digamos
que le debía mucho a su padre y tras la muerte de este yo me he hecho con su
cuidado, además de instruirle como herrero. Pero me temo que es un cabeza hueca
que prefiere pasar el rato por el barrio. Y ahora se trae a un…, bueno un…, no
sé qué coño eres, Bheldur.
- Sacó dinero con mi buena mano -respondió Bheldur, al tiempo que
dejaba las bolsas llenas que le quedaban sobre la mesa.
- Vale, eres un ladrón, estupendo -espetó Fibius-. Y seguro que te
estarán buscando.
- Yo no tengo problemas con la guardia, viejo -dijo muy seguro
Bheldur.
- No me refería a la guardia -terció Fibius-. En este barrio hay
cosas peores que la guardia. Si te pones a robar sin pagar tus honorarios a los
que aquí mandan acabas mal, ¿verdad, Fhin? -Fhin se limitó a gruñir como
asentimiento, lo que llenó de curiosidad a Bheldur-. ¿En qué zona de La Cresta
te lo has encontrado?
Fhin
siguió comiendo, como si no mostrara ningún interés a lo que decía Fibius.
Bheldur vio su necesidad de ayudar a su nuevo amigo, aunque su decisión a la
larga no sería la más acertada.
- A mí ya no me sigue nadie, y nadie vendrá aquí a pedir
explicaciones -dijo Bheldur ufano, lo que provocó que Fibius le mirase
severamente.
- ¿A qué te refieres con que “ya” no te sigue nadie? ¿Qué has hecho?
-interrogó alarmado Fibius, que al notar un escalofrío en el cuerpo de Fhin, se
temió lo peor-. ¿Qué habéis hecho, par de imbéciles?
- ¡Lo que había que hacerse! -espetó Bheldur, que no le gustaban los
insultos del anciano herrero.
- ¡Dime ahora mismo qué es lo que se debía hacerse! -ordenó Fibius
airado por el silencio de Fhin y la prepotencia de Bheldur.
Bheldur
le contó todo lo del callejón. Empezó con su discusión con el jefe de los
Serpientes, como Vheriuss le iba a enseñar algo, cuando hizo acto de presencia
Fhin. No olvidó ni un solo detalle, incluso elevó las acciones de Fhin, para
hacerlas más valerosas. Cuando terminó con la narración del callejón, Bheldur
siguió con la huida por la estatua y su juramento. Fibius se iba poniendo más y
más blanco con cada detalle o exageración que partía de los labios de Bheldur.
Lo del juramento le dejó estupefacto y no habló hasta que Bheldur terminó.
- ¿Por lo menos te cerciorarías de que los tres estaban muertos, no,
Fhin? -preguntó Fibius.
- Yo lo hice -afirmó Bheldur.
- Bueno, pues serás un ladrón, pero por lo menos eres más listo que
este cabeza hueca -espetó Fibius, señalando a Fhin-. No sabéis en el lío que os
habéis metido. Pronto los Serpientes se enteraran que les han atacado,
asesinando a su líder. Buscarán venganza, el barrio se sumergirá en sangre.
Habrá guerra. ¡Por Bhall! Rezad por que no haya habido testigos. No podéis
salir de aquí hasta que Gholma venga y tratemos sobre este asunto. Ninguno de
los dos.
Bheldur
empezó a darse cuenta de la situación, pero Fhin parecía impertérrito. Bheldur
no sabía quién era ese Gholma, pero cuando Fibius lo había nombrado, se había
percatado de un cambió en Fhin, había mostrado miedo, un ligero rasgo de
debilidad que había escondido rápidamente.
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