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miércoles, 13 de junio de 2018

Lágrimas de hollín (18)


Suponía que Fhin le presentaría al viejo, pero se equivocaba. Ambos, Fhin y el viejo, se dirigieron hacia la casa, sin prestarle atención, sin invitarle a entrar y sin hablarle. Bheldur les miró, pero no se acobardó, les siguió los pasos hacia el interior de la casa. El edificio era muy simple, casi no había decoración, pero parecía acogedor. En la primera planta había varias salas, así como una escalera que ascendía al siguiente piso y otra que descendía al sótano. Los dos a los que había seguido estaban sentados ante una mesa, donde había un cesto pequeño con rodajas de pan y varios cuencos de madera con lonchas de jamón y salmón ahumado. Había una jarra y varias copas de madera.

-   Mira muchacho se te ve a la legua que quieres comer, así que siéntate y sírvete -espetó Fibius, mirando a Bheldur con cara de pocos amigos-. Pero antes hay que agradecer a Bhall por permitirnos tener estos alimentos. Sabes la comida no es regalada, sino que trabajamos por ella. Pero tú no pareces de los trabajadores.
-   Mira, anciano, no te voy a permitir… -empezó a decir Bheldur pero se calló, cuando Fhin levantó una mano, pidiendo orden.


En silencio, Bheldur se acercó y se sentó en uno de los taburetes libres. Sabía que el anciano le escrutaba con los ojos, pero también se dio cuenta que la mirada del viejo pasaba de él a Fhin, como si no se creyera lo que veía, como si no quisiera darse cuenta de que él le había jurado lealtad a Fhin con todas las de la ley. Para él cualquier mandato de Fhin sería como una ley. Rezó con ellos, para satisfacción del viejo además de sorpresa, pues Bheldur conocía las respuestas a las oraciones tan bien o mejor que Fhin. Cuando terminó con el rezo, Fibius indicó que podían empezar a comer, pero que quería respuestas sobre su invitado.

-   Lo primero, muchacho, cómo te llamas. Pues no es bueno no conocer el nombre del que comparte tu comida -dijo Fibius, mientras servía vino en cada copa.
-   Antes me iba a presentar, pero no me has dejado hablar -se quejó Bheldur-. Me llamo Bheldur.
-   Bien, Bheldur, yo soy Fibius y esta es mi casa -indicó Fibius, que señaló a Fhin-. Este mozalbete es mi aprendiz y por ello vive conmigo. Digamos que le debía mucho a su padre y tras la muerte de este yo me he hecho con su cuidado, además de instruirle como herrero. Pero me temo que es un cabeza hueca que prefiere pasar el rato por el barrio. Y ahora se trae a un…, bueno un…, no sé qué coño eres, Bheldur.
-   Sacó dinero con mi buena mano -respondió Bheldur, al tiempo que dejaba las bolsas llenas que le quedaban sobre la mesa.
-  Vale, eres un ladrón, estupendo -espetó Fibius-. Y seguro que te estarán buscando.
-   Yo no tengo problemas con la guardia, viejo -dijo muy seguro Bheldur.
-   No me refería a la guardia -terció Fibius-. En este barrio hay cosas peores que la guardia. Si te pones a robar sin pagar tus honorarios a los que aquí mandan acabas mal, ¿verdad, Fhin? -Fhin se limitó a gruñir como asentimiento, lo que llenó de curiosidad a Bheldur-. ¿En qué zona de La Cresta te lo has encontrado?


Fhin siguió comiendo, como si no mostrara ningún interés a lo que decía Fibius. Bheldur vio su necesidad de ayudar a su nuevo amigo, aunque su decisión a la larga no sería la más acertada.

-   A mí ya no me sigue nadie, y nadie vendrá aquí a pedir explicaciones -dijo Bheldur ufano, lo que provocó que Fibius le mirase severamente.
-   ¿A qué te refieres con que “ya” no te sigue nadie? ¿Qué has hecho? -interrogó alarmado Fibius, que al notar un escalofrío en el cuerpo de Fhin, se temió lo peor-. ¿Qué habéis hecho, par de imbéciles?
-   ¡Lo que había que hacerse! -espetó Bheldur, que no le gustaban los insultos del anciano herrero.
-   ¡Dime ahora mismo qué es lo que se debía hacerse! -ordenó Fibius airado por el silencio de Fhin y la prepotencia de Bheldur.

Bheldur le contó todo lo del callejón. Empezó con su discusión con el jefe de los Serpientes, como Vheriuss le iba a enseñar algo, cuando hizo acto de presencia Fhin. No olvidó ni un solo detalle, incluso elevó las acciones de Fhin, para hacerlas más valerosas. Cuando terminó con la narración del callejón, Bheldur siguió con la huida por la estatua y su juramento. Fibius se iba poniendo más y más blanco con cada detalle o exageración que partía de los labios de Bheldur. Lo del juramento le dejó estupefacto y no habló hasta que Bheldur terminó.

-   ¿Por lo menos te cerciorarías de que los tres estaban muertos, no, Fhin? -preguntó Fibius.
-    Yo lo hice -afirmó Bheldur.
-   Bueno, pues serás un ladrón, pero por lo menos eres más listo que este cabeza hueca -espetó Fibius, señalando a Fhin-. No sabéis en el lío que os habéis metido. Pronto los Serpientes se enteraran que les han atacado, asesinando a su líder. Buscarán venganza, el barrio se sumergirá en sangre. Habrá guerra. ¡Por Bhall! Rezad por que no haya habido testigos. No podéis salir de aquí hasta que Gholma venga y tratemos sobre este asunto. Ninguno de los dos.

Bheldur empezó a darse cuenta de la situación, pero Fhin parecía impertérrito. Bheldur no sabía quién era ese Gholma, pero cuando Fibius lo había nombrado, se había percatado de un cambió en Fhin, había mostrado miedo, un ligero rasgo de debilidad que había escondido rápidamente.

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