En esta
ocasión el consejo de la arboleda había reunido a todos sus miembros adultos,
no solo a los líderes de los grupos. Lybhinnia había llegado acompañada por
Gynthar. Muchos se acercaron a saludar al guerrero y al ver la cercanía con la
cazadora, todos les fueron dando la enhorabuena. Todos tuvieron un rato para
hablar, hasta que apareció Armhiin, vestido con sus túnicas más ceremoniosas.
Los presentes fueron ocupando sus sitios alrededor del trono de Armhiin, que se
mantuvo de pie ante él. Cuando todos los elfos le observaban en silencio
decidió empezar la reunión.
- Mis queridos amigos, compañeros de gestas pasadas, de penurias y
de una vida -comenzó a hablar Armhiin, con una solemnidad nunca antes vista en
él, lo que dejó sorprendido a varios de ellos-. Tras los últimos meses, los
cambios en las cosechas, en los resultados de las cacerías, en el comienzo de
las penurias que nos adolecen, el consejo principal ordenó al guardián de la
arboleda, Gynthar y a nuestra líder de cazadores que investigaran el porqué de
tantos cambios aciagos. Y las noticias que traen son devastadoras. Unas nuevas
de las que trataremos en este consejo, así como de cómo actuar ante ellas. Por
favor, Gynthar, cuéntanos todo lo que has visto en vuestra misión.
- Como pides, mhilderein -asintió Gynthar, poniéndose en pie, con la
ayuda de Lybhinnia.
Gynthar
fue rememorando uno a uno cada punto de su aventura, de su viaje con Lybhinnia,
cada cosa que habían visto y que les había afectado. Los elfos allí reunidos
iban asimilando las noticias de formas distintas, pero la mayoría parecían
demasiado afectados. El asunto de la manada de lobos, cazadores de elfos les
llegó más que nada a sus corazones. Cuando terminó con su historia, que fue el
mismo punto del ataque en sus carnes del lobo alfa, los que allí reunidos
estaban alarmados, hablando en susurros con los que tenían junto a ellos.
Armhiin pasó a hacer las mismas peticiones a Lybhinnia, que relató lo mismo que
Gynthar hasta el momento en que el guerrero fue herido. Tras lo que narró el
viaje a caballo hasta la arboleda. Los alarmados elfos escucharon embelesados
las palabras de Lybhinnia sobre el ebheron. Seguían hablando entre ellos, pero
cuando Armhiin sustituyó a la cazadora frente a sus hermanos, el silencio se
hizo total.
- Ya habéis escuchado los testimonios de los enviados por el consejo
principal, son noticias desoladoras y me temo que no van a hacer más que
empeorar -prosiguió Armhiin-. He tenido un sueño, he visto un mal asolador que
nos quiere envolver, el mismo mal que lleva la corrupción al bosque. Mucho me
temo que si seguimos aquí, en la arboleda, sucumbiremos a sus efectos. Creo que
nuestra única opción es abandonar la arboleda.
El
murmullo que siempre había en un consejo tan numeroso se convirtió en estruendo
cuando se escucharon las últimas palabras de Armhiin. El chamán sabía que tenía
que proporcionarles un momento para que asimilaran su propuesta, una que les
haría cambiar su forma de vida. Todos los presentes se miraban unos a otros,
intentando ver cuáles podían ser sus opiniones al respecto, pero era una virtud
o más bien una maldición que los elfos carecían de muecas y otros gestos para
que se les intuyera su pensamiento o sus sentimientos.
- Eso no puede ser, la arboleda ha sido siempre nuestro hogar,
nuestra forma de vida, no podemos abandonarla -Vyridher se había puesto de pie
y había hablado. Armhiin ya esperaba su negativa-. Los elfos vivimos en
arboledas, en los bosques, debemos quedarnos y sobrevivir, como hemos hecho
antes.
- ¿Y cómo vamos a sobrevivir, si no hay caza? Tomaremos solo hojas
de ortiga de tu huerto, ¿no? -se había levantado Philnna, una cazadora.
- No es mi problema que no seáis capaces de obtener piezas para
alimentar a la arboleda -espetó Vyridher, ofendido por la reacción de la
cazadora-. Aunque el problema es que vuestra líder no sabe lo que hace y os
lleva por rutas estériles.
Armhiin
que temía que empezasen las hostilidades entre el cuidador y los cazadores,
decidió intervenir.
- Vyridher, siento que no quieras abandonar Fhyin, pero los elfos no
nacimos para morar en bosques, sino que nos adaptamos a ellos cuando las ciudades
cayeron -dijo Armhiin-. Pero no estamos aquí para recordar tiempos pasados o
hacer lecciones de historia. Yo mismo vi un trozo de carne corrupta, que los
cazadores me trajeron para su estudio. Me indicaron que todo lo que cazaban
estaba igual, que no se podía emplear. Ahora sabemos que los animales que antes
nos trataban como iguales, se han vuelto salvajes. Recuerdo aún el tiempo en
que se podía bajar por el bosque y los lobos agachaban la cerviz ante nuestra
presencia...
- Yo no recuerdo nada de eso -cortó Vyridher, lo que llevó a un
murmullo de malestar de todos los presentes por la falta de educación del
cuidador hacia Armhiin.
- Puede ser, Vyridher, pues tú no sueles cruzar la empalizada de la
arboleda, pues los campos son tu deber -habló Armhiin, cuando consiguió que el
resto regresaran al silencio-. Pero otros sí lo hemos hecho. Y yo como chamán
sé de los cambios en el bosque, pues lo notó, al igual que notó que la
corrupción está entrando en la arboleda. No hay forma de cambiar lo que está
ocurriendo, y tampoco de revertirlo, o combatirlo, no podremos ser capaces,
pues no es obra nuestra. Los dioses ignoran mis llamadas, incluso Silvinix me rehúye.
Debemos marcharnos y no sé a dónde.
Vyridher
que había permanecido de pie, se dejó caer en su asiento, pues sabía que
Armhiin ya había convencido a todos los presentes de que lo mejor era abandonar
la arboleda, pero él no lo iba a permitir, pues esas tierras, los campos, los
grandes árboles habían sido su deber, su entretenimiento durante generaciones.
Sin la arboleda, él no era nada.
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