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domingo, 3 de junio de 2018

La odisea de la cazadora (29)


Armhiin había ido a ver como se encontraba Gynthar, como había hecho todos los días desde que lo trajeran de vuelta Lybhinnia y el ebheron. Pero cuando llegó a la puerta de la cabaña de Gynthar, escuchó los ruidos de aquellos que están consagrados al amor correspondido. Se sonrió y se dio la vuelta. Regresó a la zona común, donde los tres jóvenes esperaban a sus maestros. Armhiin había aceptado a los tres supervivientes en la arboleda, tal y como lo había pedido Lybhinnia. Según esta, el espíritu de Shiymia le había pedido que cuidara de ellos. Ni él podía rechazar la última petición de su antigua maestra.

Armhiin, que no tenía hijos actualmente, los había alojado con él. En un primer lugar para comprobar que no estaban afectados por la maldición, pero al poco tiempo vio que la antigua chamán les había protegido de ello. Romhto trabajaría con Dhearryn, que lo instruiría en el combate y completaría su dominio de la herrería. Lhybber estaba con los cazadores de la arboleda, pues Lybhinnia había estado excluida de sus labores por orden de Armhiin, por lo menos hasta que Gynthar se recuperase. Había hablado con ellos y le le habían asegurado que el joven tenía buenas nociones del arte de la arquería y que podrían convertirle en uno de ellos. Aunque su líder tendría la última palabra. Ilyhma había quedado al cargo de las mujeres de la arboleda. Ulyhnia quería probarla antes de tomarla como aprendiz, no negaba que había tenido mano con Gynthar, pero no sabía cuánto había de Lybhinnia en las curas o de la joven.

Como no tenía mucho que hacer, Armhiin se dedicó a pasear por las plataformas y voladizos de la arboleda. Echaba vistazos al bosque colindante, cada día más menguante. Tenían mucho que discutir, lo que Lybhinnia y el ebheron le habían comunicado era verdaderamente acuciante. Solo veía un camino, pero debía exponerlo en una reunión del consejo. No sabía si sus compañeros querrían seguirle, pues era cambiar su forma de vida. Hizo tiempo deambulando, pero tenía que ir a ver a Gynthar, pues debía saber por su boca si lo que Lybhinnia le había contado era la verdad. Cuando supuso que les había dado el tiempo suficiente para que los dos elfos se hubieran puesto al día de sus sentimientos regresó a la cabaña del guerrero.

Llamó a la puerta y esperó hasta que le dio Gynthar permiso para pasar. El guerrero seguía tumbado en la cama, pero Lybhinnia no estaba. Gynthar estaba sonriente.

-       Veo que te has recuperado, viejo amigo -saludó Armhiin, con una sonrisa burlona.
-       Lybhinnia ha aceptado mi petición para ser mi compañera -informó Gynthar, feliz-. Pero sé que no has venido por eso, mhilderein.
-       Quiero que me cuentes todo lo que os pasó durante vuestra misión -pidió Armhiin, acercándose a Gynthar y sentándose en el taburete en que Lybhinnia pasó sus guardias durante los días anteriores.

Gynthar acató la petición y empezó a contar su historia. No omitió nada y respondió a las preguntas que le fue haciendo Armhiin, pues sabía que el chamán necesitaba cada pequeña pieza de lo ocurrido para hacerse una idea clara de la situación en la que se encontraban. Primero comenzó con el viaje hasta la otra arboleda, la desaparición del bosque, los lobos asesinos y su cacería, sus luchas a muerte. Le siguió lo que descubrieron en la arboleda, la terrible matanza, la locura del guardián, el descubrimiento de la caverna subterránea, el cuerpo de la chamán, los jóvenes, todo lo que había pasado allí. Por último, se centró en la fase final de su viaje, el descubrimiento de la gran grieta, los caballos, el lobo, el ataque y su herida.

-       Fue una suerte que los caballos os ayudarán -dijo Arhmiin cuando terminó Gynthar-. Ver un ebheron hoy en día es un privilegio, Gynthar. Lo más seguro es que no veas otro en toda tu vida. Yo no creo que tenga la suerte. Me gustaría que me hablaras de tus últimos sueños, amigo.
-       ¿Mis sueños? -repitió Gynthar extrañado.
-       Sí, amigo, desde que te hirió el lobo, cuáles han sido tus pensamientos, qué has visto en tu cabeza -afirmó Armhiin-. Los elfos somos capaces de vislumbrar el futuro, nuestro futuro cuando estamos al borde de la muerte. Aunque normalmente nadie es capaz de regresar de esas sombras.
-       No me acuerdo mucho de ello, Arhmiin, pero si que te puedo decir que estaba en una ciudad, de piedra y mármol, muy antigua, con baluartes y defensas -intentó explicar Gynthar-. Parecía antigua, como si hubiera visto tiempos mejores y ahora se estuviera poco a poco desmenuzando. La ciudad en ruinas la veía desde un castillo o una antigua fortaleza, donde me defendía de los embates de unos seres oscuros, unos seres que no paraban de llegar -Gynthar se quedó un momento en silencio y añadió una cosa más-. Pero no podría haber aguantado sin la ayuda de Lybhinnia o más bien su presencia. Era como mi tesoro en la sombra, como algo que escondía o protegía en la torre más alta de la ciudadela. No sé cómo expresarme.

Arhmiin asintió con la cabeza y le sonrió, pues sabía que si el sentimiento de amor por Lybhinnia no estuviera presente, Gynthar no podría haber conseguido encontrar el camino de vuelta a la vida. No habría podido defenderse de los enemigos que le rodeaban, que le acechaban.

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