Ofthar y
Mhista se acercaron a la cima de la colina, intentando que sólo sobresalieran
sus cabezas. Desde allí pudieron ver que la masa de atacantes había entrado en
la ciudad y se extendían alrededor del cuartel y sus precarias defensas.
- Son una buena fuerza, tal vez un par de cientos -dijo Mhista.
- Diría trescientos y me quedaría corto, pero lo bueno es que son
esclavos, siervos sin nociones de la guerra, la mayoría -contó Ofthar-. Bueno,
excepto los que se han quedado ante la puerta de las minas. Parecen algo mejor,
tal vez sean los de Bheler.
- Podría ser -asintió Mhista, mientras veía el despliegue.
- Es nuestro momento, están demasiado atentos a los asediados
-indicó Ofthar, señalando la ciudad, pero sobretodo la puerta más cercana-.
Bajaremos y avanzaremos hacia ese hueco de allí, al costado del cuartel.
Esperaremos a que ataquen y los asaltaremos por detrás. Estarán tan absortos en
acabar con los asediados que ni se fijarán en su espalda. Nuestra meta es esa
carreta que hace de parapeto.
- ¿Y qué pasa con los de dentro? Nos podrían atacar si accedemos por
sorpresa -señaló Mhista.
- Ya nos encargaremos de dejar claro nuestra identidad y que vamos
en su ayuda allí, no te preocupes -quitó hierro Ofthar, muy seguro de ello, por
lo que se dio la vuelta-. ¡Nos vamos! Paso corto, hay que ahorrar energía, pues
habrá que mandar insurrectos con Ordhin.
Ofthar
fue el primero en cruzar la cima y empezar el descenso. Mhista y el resto le
siguieron al momento. Los doce guerreros descendieron por el camino, sin
encontrar nada de oposición. Como ya había supuesto Ofthar, el enemigo estaba
más atento a los asediados que a lo que pudiera venir por detrás. Nadie miraba
más allá de las empalizadas, nadie estaba atento. Claramente, según lo que
pensaba Ofthar, los líderes de los esclavos eran unos imbéciles. Las puertas de
entrada, abiertas, sin nadie guardándolas, lo que indicaba que los esclavos
creían tener todo el territorio para ellos solos. Sin piquetes que enfrentarse,
Ofthar y los suyos se internaron en Limeck. Decidieron recorrer las
callejuelas, en vez de las principales, para acercarse con cuidado.
No fue
una sorpresa encontrarse las casas vacías, o en casos con cadáveres dentro.
Ofthar supuso o que eran hombres libres que no tuvieron suerte o siervos que se
habían negado a unir a los rebeldes. Pero no encontró rastro alguno de mujeres
y niños, por lo que tuvo un mal presentimiento, recordando lo que había visto
en Ryam.
Cuanto
más cerca estaban del cuartel, los sonidos de la batalla se empezaron a
escuchar con más intensidad, los jadeos de quienes luchaban, los gemidos de los
que eran heridos, los improperios y maldiciones de los que no conseguían lo que
buscaban. Ofthar y sus compañeros avanzaban con más cuidado, parando en cada
esquina, buscando posibles observadores, pero para el asombro de todos, su
enemigo era muy inconsciente. Aunque podría ser porque no eran capaces de darse
cuenta que el enemigo no siempre iba a aparecer con un gran ejército. Un
general experimentado podría hacer llegar a sus soldados en pequeños grupos,
meterlos en la ciudad, una vez allí cargar contra los esclavos y estos ni se
hubieran enterado.
Pronto
dieron con las últimas filas de los esclavos, que como había presupuesto
Ofthar, estaban más atentos a seguir cargando hacia delante, que a lo que
pasaba a sus espaldas. Aun así había unos soldados mejor equipados en la
retaguardia. Debían ser los oficiales de Bheler, para instigar al resto de
insurrectos a atacar, o morían delante, ante los defensores del cuartel o ellos
les mandarían con Ordhin. Los esclavos sólo tenían una posibilidad, atacar o
morir, lo que era igual en ambos casos. Ofthar hizo unos gestos para que Rhime
y Ubbal se acercaran, con cuidado.
- Eliminad a los mejor armados, son los oficiales, luego avanzamos
el resto en cuña -indicó Ofthar-. Si la cosa sale como espero, provocaremos tal
lío, que los de las primeras filas no sabrán que hacer.
- Podría ser peligroso -se quejó Rhime, que tenía más veteranía y
había estado más tiempo sirviendo con Ofthar.
- Vosotros encargaros de los oficiales, Rhime -repitió Ofthar,
sonriente, mientras apuntaba en dirección a la carreta-. Además, el peligro es
lo más interesante de la vida.
La última
frase la dijo algo más alta, intentando que todos la escucharan. Provocó lo que
quería, que todos se sonrieran, perdieran el temor que todo guerrero tiene a la
batalla, pues hasta la más supuestamente sencilla, puede convertirse en la más
peligrosa, incluso mortal para cualquier guerrero.
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