Ofthar
estaba sobre su silla de montar, con una cara de pocos amigos. Ofhar, con una
media sonrisa sujetaba la cabeza de su caballo de guerra.
- Vamos, vamos, hijo, no te lo tomes así, tus amigos son jóvenes,
como tú -dijo Ofhar, acariciando el pelaje de la parte baja de la cabeza del
animal.
- El sol está muy alto en el cielo ya, no llegaremos nunca a Limeck
si nos demoramos tanto en el primer día -se quejó Ofthar, más para alardear de
enfado que por que en verdad lo estuviera.
- Uhlok se encargará de que se presenten en nada -aseguró Ofhar-.
¿No estarías más cómodo aquí abajo?
- Estoy bien donde estoy -afirmó Ofthar, pero sin demasiada fuerza-.
Uhlok tarda mucho.
Ofhar
suspiró y siguió tocando el cuello del animal, mientras su jinete se ponía lo
más firme que pudo. Ofthar se había levantado pronto y había enviado siervos a
avisar a su escolta que se preparase. Desayunó y fue a por su montura. Se montó
sobre su caballo en la plaza central. En ese momento llegaron unos somnolientos
Ofhar y Uhlok, así como una serie de jefes de obra, que junto al ingeniero
extranjero y Iomer se fueron hacia sus cometidos. Pero desde el primer minuto,
se vio que ni Mhista ni ninguno de los otros iban a aparecer, ya fuera porque
no habían recibido los mensajes o porque estaban demasiado repercutidos por la
cena del día anterior. Uhlok, viendo cómo se iba torciendo la cosa y la cara
enojada de Ofthar, se marchó en busca de los jóvenes.
Tardarían
un buen rato más antes de aparecer los primeros, Otherk, Irnha y Ogbha, con
caras serias. Los tres guiaban sus monturas, mientras venían casi corriendo.
Les recibió Ofthar con una mirada fría, carente de humanidad. Optaron por decir
unas palabras a modo de disculpa, montar y esperar. El resto fueron llegando a
cuentagotas, todos silenciosos, colocándose en línea. El último en llegar,
cabizbajo y con un ojo morado, fue Mhista, acompañado por Uhlok. Cuando los
guerreros montaron, Ofthar se despidió de su padre y de Uhlok, tras lo que puso
su montura al trote. Los compañeros le siguieron, en silencio y respeto.
Durante muchos kilómetros no se les escuchó ni una palabra.
- ¡Por Ordhin! -gritó Ofthar, harto de la situación-. Desde cuando
os habéis convertido en mudos. Hasta los druidas más cultos en peregrinación
son más ruidosos que vosotros. Dejad esta pantomima.
Los
compañeros empezaron a respirar más tranquilos y poco a poco se pusieron a
hablar. Mhista azuzó su montura para ponerse a la altura de Ofthar.
- ¿Qué te ha pasado en el ojo? -le preguntó Ofthar, sin mirarle-.
Otra vez te has metido en la cama de una casada.
- No, por lo visto he vuelto a deshonrar a mis ancestros comportándome
como un chiquillo endemoniado -respondió Mhista, modulando la voz al tono de su
padre.
- Uhlok sabe lo que se hace y por lo que veo aun le tienes el
respeto suficiente para no golpearlo tras darte el mamporro -añadió Ofthar
divertido.
- Lo que pasa es que me ha pillado durmiendo, que sino otro gallo
hubiera cantado -afirmó Mhista, complacido al ver que el supuesto enfado de
Ofthar ya se había diluido-. ¿Y ahora a la corte de Naynho?
- No exactamente, vamos a seguir la pista de los esclavos de Bheler
-negó Ofthar-. Iomer nos ha dado el nombre de otro mercader, el que se los vendió
sin revelar su oscura procedencia. Si voy a tener que presentar una queja o
mejor dicho una advertencia al señor Naynho, quiero pruebas o algo parecido.
- ¿Entonces?
- Vamos a la ciudad minera de Limeck -informó Ofthar.
- Espero que sea un lugar divertido -indicó Mhista.
- ¡Oh, por favor! -musitó Ofthar-. Es que solo piensas en cerveza y
mujeres.
Los dos
jóvenes empezaron a reírse. Los otros se fijaron que su compañero ya volvía a
estar contento y que se le había ido completamente el cabreo de la mañana. La
mayoría como Otherk suspiraron de alivio, pues era un problema que viajaran con
el líder enfadado, haría el viaje, ya de por sí cansado, intratable. El resto
de la jornada, la hicieron a una velocidad lenta, para no cansar las monturas,
siguiendo el camino, deteniéndose un par de veces para descansar y tomar algo
de sus provisiones, que los siervos de Ofhar habían colocado en alforjas, lo
suficiente para llegar a Limeck sin pasar por aldea alguna. Pronto todos
supieron que su líder no tenía pensado hacer más paradas que las indispensables.
Por la
tarde no pararon hasta que Ofthar encontró lo que buscaba, un altozano con un
pequeño bosquecillo. Con una buena zona abierta para observar lo que les
rodeaba y protegido de los elementos, para pasar una noche no demasiado
calurosa. Los hombres prepararon una zona para las monturas y otra en la que
hacer una pequeña hoguera y colocar sus mantas. Cenaron algo suave, pero
suficiente y se echaron a dormir, no sin antes designar unas guardias de dos
hombres. Estaban en su territorio, pero cada vez más cerca de la frontera, por
lo que era un lugar propicio para grupos de bandidos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario