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miércoles, 6 de junio de 2018

Unión (23)


Ofthar estaba sobre su silla de montar, con una cara de pocos amigos. Ofhar, con una media sonrisa sujetaba la cabeza de su caballo de guerra.

-  Vamos, vamos, hijo, no te lo tomes así, tus amigos son jóvenes, como tú -dijo Ofhar, acariciando el pelaje de la parte baja de la cabeza del animal.
-  El sol está muy alto en el cielo ya, no llegaremos nunca a Limeck si nos demoramos tanto en el primer día -se quejó Ofthar, más para alardear de enfado que por que en verdad lo estuviera.
- Uhlok se encargará de que se presenten en nada -aseguró Ofhar-. ¿No estarías más cómodo aquí abajo?
- Estoy bien donde estoy -afirmó Ofthar, pero sin demasiada fuerza-. Uhlok tarda mucho.


Ofhar suspiró y siguió tocando el cuello del animal, mientras su jinete se ponía lo más firme que pudo. Ofthar se había levantado pronto y había enviado siervos a avisar a su escolta que se preparase. Desayunó y fue a por su montura. Se montó sobre su caballo en la plaza central. En ese momento llegaron unos somnolientos Ofhar y Uhlok, así como una serie de jefes de obra, que junto al ingeniero extranjero y Iomer se fueron hacia sus cometidos. Pero desde el primer minuto, se vio que ni Mhista ni ninguno de los otros iban a aparecer, ya fuera porque no habían recibido los mensajes o porque estaban demasiado repercutidos por la cena del día anterior. Uhlok, viendo cómo se iba torciendo la cosa y la cara enojada de Ofthar, se marchó en busca de los jóvenes.

Tardarían un buen rato más antes de aparecer los primeros, Otherk, Irnha y Ogbha, con caras serias. Los tres guiaban sus monturas, mientras venían casi corriendo. Les recibió Ofthar con una mirada fría, carente de humanidad. Optaron por decir unas palabras a modo de disculpa, montar y esperar. El resto fueron llegando a cuentagotas, todos silenciosos, colocándose en línea. El último en llegar, cabizbajo y con un ojo morado, fue Mhista, acompañado por Uhlok. Cuando los guerreros montaron, Ofthar se despidió de su padre y de Uhlok, tras lo que puso su montura al trote. Los compañeros le siguieron, en silencio y respeto. Durante muchos kilómetros no se les escuchó ni una palabra.

-  ¡Por Ordhin! -gritó Ofthar, harto de la situación-. Desde cuando os habéis convertido en mudos. Hasta los druidas más cultos en peregrinación son más ruidosos que vosotros. Dejad esta pantomima.

Los compañeros empezaron a respirar más tranquilos y poco a poco se pusieron a hablar. Mhista azuzó su montura para ponerse a la altura de Ofthar.

-  ¿Qué te ha pasado en el ojo? -le preguntó Ofthar, sin mirarle-. Otra vez te has metido en la cama de una casada.
-  No, por lo visto he vuelto a deshonrar a mis ancestros comportándome como un chiquillo endemoniado -respondió Mhista, modulando la voz al tono de su padre.
-  Uhlok sabe lo que se hace y por lo que veo aun le tienes el respeto suficiente para no golpearlo tras darte el mamporro -añadió Ofthar divertido.
-  Lo que pasa es que me ha pillado durmiendo, que sino otro gallo hubiera cantado -afirmó Mhista, complacido al ver que el supuesto enfado de Ofthar ya se había diluido-. ¿Y ahora a la corte de Naynho?
-  No exactamente, vamos a seguir la pista de los esclavos de Bheler -negó Ofthar-. Iomer nos ha dado el nombre de otro mercader, el que se los vendió sin revelar su oscura procedencia. Si voy a tener que presentar una queja o mejor dicho una advertencia al señor Naynho, quiero pruebas o algo parecido.
-   ¿Entonces?
-   Vamos a la ciudad minera de Limeck -informó Ofthar.
-   Espero que sea un lugar divertido -indicó Mhista.
-  ¡Oh, por favor! -musitó Ofthar-. Es que solo piensas en cerveza y mujeres.

Los dos jóvenes empezaron a reírse. Los otros se fijaron que su compañero ya volvía a estar contento y que se le había ido completamente el cabreo de la mañana. La mayoría como Otherk suspiraron de alivio, pues era un problema que viajaran con el líder enfadado, haría el viaje, ya de por sí cansado, intratable. El resto de la jornada, la hicieron a una velocidad lenta, para no cansar las monturas, siguiendo el camino, deteniéndose un par de veces para descansar y tomar algo de sus provisiones, que los siervos de Ofhar habían colocado en alforjas, lo suficiente para llegar a Limeck sin pasar por aldea alguna. Pronto todos supieron que su líder no tenía pensado hacer más paradas que las indispensables.

Por la tarde no pararon hasta que Ofthar encontró lo que buscaba, un altozano con un pequeño bosquecillo. Con una buena zona abierta para observar lo que les rodeaba y protegido de los elementos, para pasar una noche no demasiado calurosa. Los hombres prepararon una zona para las monturas y otra en la que hacer una pequeña hoguera y colocar sus mantas. Cenaron algo suave, pero suficiente y se echaron a dormir, no sin antes designar unas guardias de dos hombres. Estaban en su territorio, pero cada vez más cerca de la frontera, por lo que era un lugar propicio para grupos de bandidos.

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