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domingo, 17 de junio de 2018

La odisea de la cazadora (31)


No le quedó otra cosa que hacer, por lo que Armhiin se dejó caer sobre el asiento, que le pareció lo suficientemente cómodo. Shiymia sonreía y le señaló la copa de vino. Armhiin tomó la suya y se la acercó a los labios. Para su sorpresa era lo que su maestra había dicho, un Lhiborne, un vino mítico que ya no eran capaces los elfos de encontrar, pues la región de Lhiborne se perdió a la vez que su gran capital por culpa de los enanos, pensó Armhiin con tristeza.

-   No fue por culpa de los enanos, mi amigo -dijo Shiymia, de improviso-. Fue nuestra arrogancia y nuestra supuesta superioridad la que nos hizo caer. No debemos culpar a otros de nuestros propios males. Degusta este vino, pues es la última vez que lo verás. O tal vez no.
-   No te entiendo, mhilderein, la región de Lhiborne se perdió hace mucho, los nuestros no recuerdan dónde está -indicó Arhmiin, sorprendido por la reacción de Shyimia, que parecía haber leído sus pensamientos. Más aún no le parecía que hubiera movido sus labios al hablar, y eso que la tenía delante-. Solo tú eras alguien que vivió en esos años convulsos. Pero ya no te encuentras entre nosotros, por lo que nuestra raza ha perdido su última conexión con los viejos y gloriosos tiempo.
-   ¿Tú crees? No sé a qué te refieres, mi discípulo -preguntó Shiymia, sin perder la sonrisa-. Te enfrentas a nuevos peligros, como yo, pero eso no dice que todo esté perdido. Este viejo artículo de tiempos añejos solo nos dice lo que una vez fuimos, pero no nos dice lo que podríamos llegar a ser, Armhiin. No debes olvidar que nuestra raza sigue siendo la mejor.


Armhiin dejó la copa de vino sobre la mesa, no había llegado ni a mojar sus labios en el vino.

-   ¿Por qué no lo pruebas, viejo amigo? -inquirió Shiymia, mirando fijamente a Armhiin, que a su vez la miraba a los ojos.
-   No veo en ti a mi maestra, mhilderein -indicó Arhmiin, al tiempo que volcaba la copa de vino sobre la mesa.


El supuesto vino empezó a burbujear sobre el cristal, hasta que se rompió en añicos. Shiymia no dejaba de sonreír, mientras observaba la destrucción provocada por el vino.

-    ¿Quién eres y por qué asumes el rostro de mi maestra? -quiso saber Armhiin.
-   Eres un viejo inteligente, Arhmiin -la voz que provenía de la chamán había cambiado completamente, ahora parecía la de un varón, grave y fuerte-. Casi hubieras sido mío, pero como tu maestra te has opuesto a mí. Yo soy lo que llevó a nuestra raza a un pasado glorioso. Estoy dentro de cada uno de vosotros, os hago lo que sois, elfos. Fuimos una raza muy superior, a los que se esconden en las cavernas, a los hijos de la oscuridad, a…
-   Y de esa forma lo perdimos todo -cortó Armhiin-. Nuestra soberbia, eso es lo que eres.
-   ¡Yo os di la inteligencia y la fuerza! -le pareció a Armhiin que gritaba lo que se disfrazaba con el cuerpo de Shyimia, o más bien se envolvía en un recuerdo que tenía él mismo de su antigua maestra-. Yo soy el que enseña, yo soy quien muestra, pero la carne es débil y por ello, vosotros fallasteis.
-   ¿Por qué te apareces en mis sueños? -quiso saber Armhiin, que no sabía cómo responder a lo que a todas luces era un presagio.
-   Pruebo tu valía, pero me has fallado, no veo tu derecho a liderar a nuestra raza hacia el futuro -indicó la voz, pero Armhiin notó que algo estaba mal, una incongruencia en su discurso, una falsedad, escondida en sus palabras-. Tus acciones llevarán a los nuestros a la muerte, pues no eres capaz de ver que lo que nos rodea nos devolverá nuestro predominio. Un chamán con la fuerza para doblegar el poder desatado, nos insuflará el valor para regir el destino con fuerza.
-   Ya he oído tus palabras antes, son como los lloros del necio, los sollozos de un niño -rebatió Armhiin-. No eres la soberbia de los elfos, eres peor. Eres la negrura que hay en los corazones. No buscas ayudar, sino saciar tu hambre. En Lhym cautivaste a su guardián. Le hablaste de un poder que ansiaba. Atacas los corazones de los débiles. Tu asedio sobre las fortalezas de Gynthar han fallado y buscas una nueva presa. Has sido creado por el odio y la desdicha. Reforzado por las almas corruptas de magos y hombres asesinados por su falsa diosa. Buscas destruir la vida. Pero nosotros no fuimos creados por la diosa de los humanos, por lo que no tienes fuerza sobre nosotros, a menos… -Armhiin se quedó pensativo por un momento-. A menos que nosotros te abramos nuestro corazón. En tu naturaleza, usas tu poder de convicción para tergiversar la verdad, para dar a aquellos que lo necesitan ese empujón de falsa humildad.


La voz que había tras Shiymia empezó a lanzar carcajadas, a la vez que la habitación se empezó a difuminar, hasta que todo se volvió negro. Nada había a su alrededor, incluso el recuerdo de Shyimia había desaparecido ante los ojos de Armhiin.

-   No cantes victoria tan pronto, elfo -dijo la voz cuando dejó de reírse-. Puede ser que tu mente sea un castillo difícil de penetrar pero otros son más simples. Solo hay que mostrarles lo que quieren ver para caer en la ensoñación. Este bosque es mío y todos vosotros lo seréis conmigo. Pues yo lo soy todo.
-   ¿Qué has hecho, ente oscuro? -quiso saber Armhiin.
-   Yo otorgo lo que me piden, no lo olvides, pero todo tiene su precio -indicó la voz-. Y yo siempre gano.
-   ¿Qué has hecho? -repitió otra vez Armhiin, desesperado, pero sabía que estaba solo.


Armhiin abrió los ojos y vio que por la ventana entraban los primeros rayos del sol. Su discusión había abarcado toda la noche o solo una parte de ella. Pero había sido muy aleccionadora. Ahora sabía lo que debía hacer, lo único que podía plantear en el consejo, lo único que salvaría a sus hermanos.

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