Las
jornadas de viaje se fueron sucediendo una tras otra, sin variar demasiado. Las
aldeas y granjas que iban dejando atrás en su camino eran siempre iguales,
estuvieran en un lado o en el otro de la frontera. Pero a todas las fueron
dejando de lado. Pronto los picos lejanos de las primeras montañas del oeste se
empezaron a ver en el horizonte. Su destino ya estaba cada vez más próximo. Con
la cercanía de las montañas, el clima se fue haciendo poco a poco más fresco y
las noches más duras, pero eso no los amilanó. Ofthar no cejaba en su empeño y
los guerreros le seguían como una piña. Él no se quejaba, por lo que ellos
tampoco, por mucho frío o humedad sintieran.
Al final,
una mañana, algo cambió. Fue un olor, un pequeño tufo, o más bien algo atraído
con la suave brisa que se levantaba por la mañana y parecía venir de las
montañas, pues era fresca. Era el olor de la guerra, o más bien del fuego.
Pronto dieron con su origen, los restos de una granja, había sido consumida por
las llamas, no quedaba entero ninguno de sus edificios, pero no veían ni
animales ni personas muertas. Podría haber sido un hecho fortuito, pero Ofthar
tenía un mal presentimiento y por ello, decidió avanzar con cuidado y con las
armas preparadas. Su prudencia fue un gran acierto cuando llegaron a lo alto de
una colina y vieron lo que había al otro lado.
Ante ellos
se abría un gran valle, con pastos y bosques pequeños al principio. Las
montañas estaban al fondo del valle, junto a bosques frondosos. En medio una
ciudad, si es que le podía llamar así. Tenía una empalizada de madera que nacía
en una base de tierra con alguna piedra entrelazada. Había tres puertas, con
torres de madera interiores. Tras la defensa había una multitud de casas
circulares, sueltas o adosadas unas a otras. Se podía ver una plaza circular,
rodeada de unas casonas y almacenes, con lo que quedaba de unos puestos de
mercaderes, ahora recogidos. En otro punto había lo que parecía un cuartel,
junto a una casona de dos plantas, varias casas grandes y establos. Claramente,
este segundo núcleo sería la zona del señor de la ciudad, un therk del señor
Naynho o tal vez un tharn. Y hasta ese punto habría sido lo habitual, pero las
cosas habían cambiado.
Alguna de
las torres junto a la muralla se habían hundido, las puertas estaban abiertas,
sin barricadas ni guardia. Los puestos del mercado parecían más destrozados que
recogidos, hasta se podían ver cadáveres por la plaza. Las casas alrededor del
centro gubernamental habían sido derruidas, para crear una especie de defensa.
Allí que se veían hombres, guerreros preparados para defenderse. Habían cruzado
carros en las calles. El cuartel hacía de bastión y torre de arqueros. Ofthar
pronto vio la marabunta de hombres que llegaban por el camino contrario a donde
estaban, el camino que según su mente sería el que llevaba a las minas. Parece
que Limeck estaba bajo asedio. Sus temores se hacían realidad.
- ¡Descabalgad! -ordenó Ofthar, que quería que no fueran tan
visibles-. ¡Los caballos hacia atrás!
Saltó de
su caballo. Rápidamente buscó un papel en su alforja y un lápiz. Se apoyó en la
silla, mientras garabateaba algo en él.
- ¡Tomad todas las armas que podéis llevar! -ordenó Ofthar, al
tiempo que doblaba el papel-. Otherk, te llevarás todos los caballos hasta
Laskhal. Y entregarás este mensaje, más el lacrado del señor Nardiok que hay en
mi alforja. Indicarás que yo te envió y lo que has visto, Limeck bajo asedio de
una revuelta de esclavos.
- ¿Cómo sabes que son esclavos? -quiso saber Mhista.
- Solo pueden ser eso, y estoy casi seguro que son los del culto a
Bheler -añadió Ofthar, muy seguro de su razonamiento-. Lo ocurrido en Ryam,
ahora Limeck, solo pueden ser ellos. El contacto de Iomer estaba intentando
librarse de los cabecillas, pero no creo que haya sido muy rápido. Otherk,
busca al señor Naynho e infórmale. La misiva del señor Nardiok será tu carta de
presentación.
- ¿Y los caballos? -preguntó Otherk-. Vosotros podéis necesitarlos…
- Lucharemos a pie, no los necesitamos, y no quiero perderlos, ya
sea a manos de los esclavos o porque entren en el menú -indicó Ofthar.
- Si es para hacer de mensajero, igual es mejor que vaya otro -dijo
Otherk, dubitativo-. Yo te sería mejor aquí,...
- Es verdad que eres el más veterano de todos, pero por eso mismo
quiero que vayas a por Naynho -explicó Ofthar, mientras desenvainaba su
espada-. Darás mayor peso a la petición de ayuda. Naynho verá a un soldado
experimentado frente a él, que le hablará sobre un peligro muy importante. El
resto de nuestros compañeros podrían no ser o lo suficientemente respetuosos
ante el señor Naynho o no los considere muy experimentados. De todas formas en
el mejor de los casos, Naynho ya habrá sido alertado, tal vez te lo encuentres
por el camino.
- Y si no es así, lo traeré conmigo a mi vuelta -aseguró Otherk,
convencido de su valía.
- Pero no tardes mucho o te dejamos sin nada que matar -añadió
Mhista, dándole un manotazo en el hombro.
- Mientras veas la enseña del señorío de los ríos en el tejado de
ese cuartel, indicará que seguimos defendiendo Limeck -dijo Ofthar-. ¡Qué
Ordhin guíe tus pasos, amigo mío!
- ¡Y a ti! -respondió Otherk, posando su mano derecha en el hombro
izquierdo de Ofthar, que le imitó-. ¡Y a todos vosotros, mis compañeros de
armas!
Otherk
montó en su caballo y fue recibiendo las riendas de los caballos de sus amigos.
Las fue uniendo de dos en dos, y las parejas por cuerdas, hasta atar la última
soga a su silla. Los compañeros iban golpeando las piernas de Otherk,
deseándole buena suerte. Otherk azuzó su caballo y se marchó al trote,
llevándose con él las monturas. Ofthar hizo una seña hacia el otro lado de la
colina, los compañeros fueron desenvainando sus armas, tensando los arcos y
preparándose para la guerra.
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