Rhime le
hizo un gesto a Ubbal, para que se quedase junto a la esquina de una de las
casuchas, mientras él observaba hacía el fondo de la calle. Los oficiales
estaban más atentos a los esclavos combatientes, que a su espalda. Cruzó a toda
prisa la calle y se colocó tras otro edificio. Entonces volvió a sacar la
cabeza, para contar el número de oficiales. Había cinco, cuatro más atrás y uno
adelantado, que lanzaba gritos de ánimo o tal vez maldiciones y amenazas contra
sus propios soldados. Él podía dar a los dos de atrás y al vociferante, pero
había perdido la visión de los otros dos, así que por gestos le indicó a Ubbal
quienes iban a ser sus presas y cuando debía atacar. Ubbal asintió con la
cabeza y se preparó para actuar, tomando una flecha de su carcaj. Rhime le hizo
un gesto a Ofthar, que reunió al resto de los compañeros y se colocaron cerca
de la posición de Ubbal, listos para salir corriendo hacia el combate.
La mano
de Rhime se dirigió hacia detrás, para que sus dedos rozasen las plumas de
ganso del asta de sus proyectiles, hasta que tomó una de ellas y la llevó hasta
la cuerda. Mientras lo hacía, Rhime se dedicó a mover sus músculos. Desde su
posición veía a Ubbal imitándole. Su respiración se fue ralentizando,
volviéndose más y más tranquila. Como si fueran una única persona, viéndose en
un espejo, Ubbal y Rhime se imitaban a la perfección, colocando la flecha en la
cuerda, tensándola, sacando el cuerpo, buscando a su objetivo y disparando. Los
proyectiles recorrieron la distancia que les separaba de sus presas a una
velocidad vertiginosa. Solo un ojo experimentado las hubiera visto, se hubiera
asombrado cuando ambas se cruzaron en el aire y en el silencio, se clavaron en
los dos oficiales más alejados el uno del otro, que se precipitaron en la más
absoluta quietud, uno bajo la mirada asombrada de su compañero, mientras que el
otro algo más retrasado, no perturbó al compañero cercano. Pero en ningún caso,
estos tuvieron la suerte de dar la alarma o percatarse del triste fin su
compañero, pues ambos sufrieron lo mismo.
Solo
cuando el cuarto oficial, con una flecha clavada en su cabeza, caía hacia el
suelo, Ofthar y sus compañeros salían a la carrera, respirando pesadamente,
sintiendo el peso de sus armaduras, el impedimento de sus espadas, hachas,
escudos. El oficial vociferante y los esclavos que tenían por delante, absortos
en sus tareas de muerte, no presenciaron el espectáculo de la carga de los
hombres de armas, que avanzaban a su espalda, listos para arrebatar
extremidades y vida, las suyas.
Una
flecha, letal e imparable, adelantó a los que corrían y levantó de su sitio al
último oficial, que solo notó como el frío metal se clavaba en su cuello,
sesgando su monótono grito. Cayó a los pies de Mhista, con las manos intentando
paralizar la pérdida de sangre, sin tiempo para detectar a quien le remató, de
un hachazo certero, que le abrió el cráneo como si fuera una manzana. Mhista
rugió, para que las últimas filas de enemigos no se dieran cuenta de lo que se
les echaba encima. Rhime y Ubbal dejaron las esquinas de las casuchas y
avanzaron tras sus compañeros, sin dejar sus arcos, listos para abatir a quien
se volviera un estorbo.
Paso a
paso, Ofthar y los suyos se acercaron a la última fila, que intentaba que las
que estaban por delante no cejasen en su empeño de asaltar el cuartel. Era tal
su miedo en los oficiales que tenían detrás y en su desesperación, que no se
percataron hasta que el acero de las armas de sus enemigos se adentró en sus
carnes. Sin casi armadura, solo vestidos con harapos, no tenían nada con lo que
defenderse y al momento cayeron entre gritos de agonía. La sorpresa fue
mayúscula. El desconcierto que la siguió fue total. Los miembros de los
costados, se volvieron justo para ver cómo los miembros del grupo de Ofthar,
dos en cada costado, arremetían contra ellos, haciendo más ancha la brecha.
Toda la
formación enemiga, golpeada por ese punto, se deshizo. La siguiente línea, tuvo
el tiempo justo para volverse y recibir el ataque de cara, con lo que más
moribundos acabaron en el suelo. Ofthar y Mhista, en el centro, como si fueran
la punta de un cincel ya golpeaban a la siguiente línea, que se volvía,
retrocediendo unos pasos y enfrentando a los recién llegados. Pero como
esclavos que habían sido, no conocían el arte de la guerra y los despacharon
con facilidad. Ofthar lanzaba maldiciones por la estupidez de los seguidores de
Bheler por gastar unas tropas tan deficientes, eran unos malnacidos y juró que
cazaría a su cabecilla y le haría pagar tanta desesperación y muerte.
Las filas
que había delante, aún demasiadas, empezaron a separarse, unas cuantas seguían
avanzando hacia el cuartel, a enfrentarse con los asediados, mientras que otras
se volvían e intentaban crear un muro de escudos para enfrentarlos. Aunque
había un problema mayúsculo en la formación que estaban intentando crear, no se
podía hacerlo sin escudos, de esa forma, se juntaban para morir.
- ¡Orot! -gritó Ofthar cuando vio a los enemigos avanzar todos
juntos, señalando la formación.
Orot
asintió, esperó a que Ofthar y Mhista le abrieran un pasillo y avanzó a la
carrera, tomando impulso y cortando horizontalmente el aire, segando enemigos,
que cayeron aullando de dolor y temor, la sangre salpicó a todos los que
estaban cerca de ellos. Tal como pensó en ese momento Ofthar, el enemigo, que
caía por doquier, se percató que ya tenía demasiado, que preferían seguir
viviendo, que cualquier cosa era mejor que enfrentarse a esos demonios. Todos
los esclavos de las líneas más cercanas, por delante, por los lados, empezaron
a moverse, huyendo de los que se abrían paso a sangre y acero.
Rhime y
Ubbal estaban atentos a la retaguardia, pero sobre todo a la aparición de algún
oficial, pues la huida de los esclavos, estaba destrozando la formación.
Muertos de miedo arrollaban a los que se encontraban a su lado, que aún seguían
con su misión de asaltar el cuartel. Pero estos no dudaban en atacar a sus
sorprendidos flancos, en su intento de escabullirse de allí. El primer oficial
vociferante que se acercó en busca de explicaciones, recibió un flechazo en un
ojo y cayó dando una voltereta en el aire, muerto. Un segundo llegó por el lado
contrario y lo acabó Ubbal, con un proyectil que se le alojó en el cuello, y
una muerte lenta ahogándose en su propia sangre, tumbado en el suelo.
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