Maynn había permanecido en silencio mientras hablaban,
pero cuando se marchó Rhennast, se burló de su sino.
-
Vaya, no esperaba que tanto regalo que me has hecho estuviera
envenenado. Ahora la cota de malla oprime más que antes.
-
Bueno es la contrapartida de los dones, Maynn -aludió Ofthar
encogiéndose de hombros-. Prefiero mandarte a ti de vuelta con tu señor con mi
mensaje que enviar a uno de los míos a su posible muerte. Si Ordhin te sonríe
como hasta ahora, sobrevivirás. Si no es así, yo no seré responsable de ello,
será deseo del gran Ordhin el que vayas a su lado.
-
Sin duda tus palabras son simples y llenas de sentido -murmuró
Maynn.
- Bueno
siempre te quedan dos opciones, te quitas todo el equipo y regresas con tus
antiguos compañeros. Cuando te vendan se descubrirá tu secreto y morirás por
sacrílega -comentó Ofthar-. O puedes irte y no cumplir mi cometido, desaparecer
en las sombras, no llevar mi mensaje. Pero esto conlleva que incumples con tus
responsabilidades, ofendes a tu clan y no podrás regresar a casa con la cabeza
alta, pues o te darán por muerta o por cobarde. Siempre se puede elegir, en
cada momento.
Maynn iba a responder pero Rhennast regresó, con un
zurrón lleno. Ofthar tomó el estuche de madera y se lo tendió a Maynn que lo
miró con asco, pero tras unos segundos, lo tomó con cuidado, como si fuera a
pasarle algún mal. Entonces se acercó a Rhennast, metió en estuche en el
zurrón, que le arrebató al guardia y se lo colgó del hombro.
-
Rhennast, acompaña a Maynn hasta el caballo y luego hasta fuera
del campamento -ordenó Ofthar-. Ahora dejadme todos, debo meditar sobre
nuestros planes para mañana. Debo decidir cosas. Nos vemos por la noche.
- Ya has
oído, Maynn, sígueme -le dijo Rhennast dando un codazo al joven guerrero.
Rhennast fue el primero en salir de la tienda, seguido
por Maynn y tras ella, Mhista. Ofthar se dejó caer en una de las sillas,
cansado de tantos problemas, tomando la copa, dispuesto a llenarla de nuevo,
mirando los planos de la campaña. Mhista acercó su boca al oído de Maynn, justo
cuando estaba a punto de cruzar los pliegues de la tienda. Le murmuró algo que
nadie a excepción de Maynn fue capaz de escuchar, pero gracias al casco nadie
pudo ver su reacción.
Fuera de la tienda, un siervo mantenía sosegado un
caballo pequeño, agarrado por las riendas. La montura no parecía de gran porte,
ni espléndida. Había vivido demasiado y estaba en los huesos. Maynn no
comprendía que fuerzas le mantenían en pie. De uno de los costados colgaba un
escudo, redondo, de madera, con láminas de hierro reforzando el borde. No
estaba pintado ni lucía ningún símbolo. Era el escudo de algún hombre libre que
no pertenecía a clan o familia, como ella.
El siervo le lanzó las riendas, que Maynn tomó en el
aire. Colgó el zurrón de la silla y miró a su alrededor. Había un buen número
de guerreros que la miraban con cierta envidia. Sin duda, pensaban lo que
Rhennast le había avisado a Ofthar. Pero al ver que el líder de la guardia le
daba instrucciones al joven guerrero, estos prefirieron volver a sus quehaceres.
-
Sígueme, muchacho y no sueltes al jamelgo, porque si lo dejas
escapar no te vamos a dar otro -advirtió Rhennast, poniéndose a andar-. No te
quedes rezagado ni te pierdas.
- Sigo
tus pasos, anciano -espetó Maynn, con atrevimiento.
Rhennast observó a Maynn por unos segundos y lanzó una
carcajada, mientras pensaba en lo que había hecho a Ofthar elegir a tan curioso
mensajero. Maynn siguió al gran guerrero, tirando del caballo, que no parecía
muy deseoso de moverse.
Entre las tiendas, unos ojos observaban a Maynn con
poco disimulo y bastante enfado. Aunque poco le importaba quien era Maynn pues
su único interés en él era debido a la cota de malla que vestía con tanta
elegancia. Pues Velery seguía pensando que debía ser suya y no de ese guerrero
de corta edad, de hechuras enfermizas que caminaba tras los pasos del gran
escolta de Ofthar. No sólo había quedado como un cobarde ante los guerreros en
su encontronazo con Mhista, sino que el jovenzuelo de Ofthar le había hecho de
menos, no le reconocía su derecho como líder de su clan y como señor de los
prados. Pero aún quedaba mucha guerra y Ofthar tendría que retractarse por sus
engaños y palabras falsas. Y en algún momento, encontraría al guerrero por el
campamento y se haría con su premio, aunque el muchacho debiera morir. Con esas
ideas en su mente, perdió de vista a Rhennast y Maynn, lo que le provocó otro
enfado y se dirigió hacia donde creía que se habían ido los dos hombres, pero
ya había perdido su rastro, pues erróneamente creyó que ambos se introducían en
el campamento, cuando era al revés.
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