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miércoles, 12 de febrero de 2020

El dilema (11)

Tras comprobar que el fuego ardía con fuerza y añadir un par de trozos grandes de madera más, se quitó la capa y se sentó en el jergón junto a Lhianne, que le miraba con odio.

-       Me usaste -espetó Lhianne-. Te busqué durante varios días, pero cuando obtuviste lo que querías de mi señor, desapareciste. Solo fui una diversión para ti.
-       ¿Una diversión para mí? -inquirió Alvho burlón-. Yo pensaba que ambos nos divertíamos. Nunca te hice promesas de ningún tipo, no te dije que te fuera a comprar al tharn. Y tú seguías viniendo. Podías haber cortado todo contacto. Nunca te obligue a nada, Lhianne. Yo creo que tú también buscabas lo mismo que yo.
-       Yo… yo… murmuró Lhianne, como haciendo memoria.
-       O vamos, no seas así Lhianne -rogó Alvho haciéndose el inocente-. Buscabas el placer que te daba, aun miró tus ojos y lo estas deseando.
-       Yo no quiero nada tuyo -bramó Lhianne, pero con un tono que no parecía muy fuerte-. Te busqué y mi señor se dio cuenta de lo que había hecho. Me castigó, me golpeó y al final me vendió a un mercader itinerante. Estuve pasando de manos, marcada como una criada desleal hasta llegar aquí. Mi último dueño, un hombre extraño que decía ser un mercader, pero casi no llevaba mercancías, a excepción de mí y un par de cajas de pieles, desapareció hace meses y pase a servir a Shelvo, ya que ese mercader no le había pagado el hospedaje.
-       Shelvo parece un buen hombre -comentó Alvho, intentando sonar conciliador.
-       Lo es, y por ello no te voy a permitir que le hagas nada malo -aseguró cortante Lhianne-. Si es preciso te mataré.
-       No te preocupes por Shelvo, no estoy aquí por él -señaló Alvho, posando su mano en el hombro descubierto, pero Lhianne hizo un gesto para que no la tocara-. Nadie pagaría mucho para acabar con un tabernero pobre. No le interesa a nadie. Aunque no te voy a decir quien es mi presa, Lhianne.
-       No soy tonta, aunque lo pienses, has venido a por Ulmay, todos venís a por la misma persona -dijo fríamente Lhianne-. Pero Tharka te matará antes de que te acerques a su amigo. Es prácticamente un hermano. Será por siempre su protector. Los tharn de Thymok morirán antes que Ulmay. 
-    Eso suena a una rebelión -se burló Alvho, divertido, pues esta no era la Lhianne que conoció. Claramente la falta de fortuna la habían hecho madurar-. De todas formas, no sé quién es ese Ulmay del que hablas. Parece que crees que soy un asesino o algo parecido. Yo sólo recabó información, que es lo que hice con tu antiguo señor.

Las palabras de Alvho parecían tan verdaderas que Lhianne se quedó sorprendida. La verdad es que en el pasado, su tharn no fue asesinado. Podría ser que Alvho sólo estuviera recabando información. Tal vez Alvho hubiera venido para alguna lucha interna dentro de los nobles y mercaderes de Thymok, y no estuviera tras el maestro. Alvho al ver el desconcierto en Lhianne se creció.

-       La verdad es que siento que tu señor te hiciera responsable de su pérdida, pero no ir por ahí diciendo mentiras sobre mí. 
-    ¿Mentiras? Me acusas de mentir -espetó Lhianne, de nuevo enfadada-. Eres un miserable. Él estaba fuera de sí y me castigo con fiereza. Ahora no hay hombre que quiera estar conmigo. No eres quien para acusarme...

La voz de Lhianne se quebró y empezó a desanudarse los cordones que mantenían la blusa en su sitio. La penda pronto quedó flácida y ella sacó los brazos de las mangas. Alvho se quedó mirando sus dos pechos, blancos, con unos pezones duros. Pero Lhianne se volvió para enseñarle la espalda. Alvho esperaba ver las cicatrices de latigazos, pues era el castigo más habitual que los nobles perpetraban con sus criados pero lo que vio le dejó lleno de ira y asco. La piel de la espalda estaba arrugada, muerta, en tonos marrones o negruzcos. Ya habían sanado, pero había que tener mucha templanza para ver esas marcas. Solo había algo que podía provocar ese daño, una barra de hierro candente. Eran las marcas del fuego en la piel. El tharn se había vengado con extrema crueldad en la piel de Lhianne por lo que él le había hecho. Ahora entendía el rencor de Lhianne, pues ningún señor querría comprarla al ver esas marcas, que la representaban como una traidora, el fuego de la traición. No podría ser nunca más una criada respetable.

-       Esto es la marca de las mentiras, tus mentiras -dijo Lhianne entre lágrimas.

Alvho acercó la mano e intentó tocar las cicatrices, pero Lhianne se movió.

-       No eres quien para tocarme.

Aun así los dedos de Alvho se posaron sobre las cicatrices y las acariciaron. Todo el cuerpo de Lhianne se estremeció. Tras ello, Alvho se acercó y besó la espalda de Lhianne, sobre las cicatrices.  

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