Tras comprobar que el fuego ardía con fuerza y añadir
un par de trozos grandes de madera más, se quitó la capa y se sentó en el
jergón junto a Lhianne, que le miraba con odio.
-
Me usaste -espetó Lhianne-. Te busqué durante varios días, pero
cuando obtuviste lo que querías de mi señor, desapareciste. Solo fui una
diversión para ti.
-
¿Una diversión para mí? -inquirió Alvho burlón-. Yo pensaba que
ambos nos divertíamos. Nunca te hice promesas de ningún tipo, no te dije que te
fuera a comprar al tharn. Y tú seguías viniendo. Podías haber cortado todo
contacto. Nunca te obligue a nada, Lhianne. Yo creo que tú también buscabas lo
mismo que yo.
-
Yo… yo… murmuró Lhianne, como haciendo memoria.
-
O vamos, no seas así Lhianne -rogó Alvho haciéndose el inocente-.
Buscabas el placer que te daba, aun miró tus ojos y lo estas deseando.
-
Yo no quiero nada tuyo -bramó Lhianne, pero con un tono que no
parecía muy fuerte-. Te busqué y mi señor se dio cuenta de lo que había hecho.
Me castigó, me golpeó y al final me vendió a un mercader itinerante. Estuve
pasando de manos, marcada como una criada desleal hasta llegar aquí. Mi último
dueño, un hombre extraño que decía ser un mercader, pero casi no llevaba
mercancías, a excepción de mí y un par de cajas de pieles, desapareció hace
meses y pase a servir a Shelvo, ya que ese mercader no le había pagado el
hospedaje.
-
Shelvo parece un buen hombre -comentó Alvho, intentando sonar
conciliador.
-
Lo es, y por ello no te voy a permitir que le hagas nada malo
-aseguró cortante Lhianne-. Si es preciso te mataré.
-
No te preocupes por Shelvo, no estoy aquí por él -señaló Alvho,
posando su mano en el hombro descubierto, pero Lhianne hizo un gesto para que
no la tocara-. Nadie pagaría mucho para acabar con un tabernero pobre. No le
interesa a nadie. Aunque no te voy a decir quien es mi presa, Lhianne.
-
No soy tonta, aunque lo pienses, has venido a por Ulmay, todos
venís a por la misma persona -dijo fríamente Lhianne-. Pero Tharka te matará
antes de que te acerques a su amigo. Es prácticamente un hermano. Será por
siempre su protector. Los tharn de Thymok morirán antes que Ulmay.
- Eso
suena a una rebelión -se burló Alvho, divertido, pues esta no era la Lhianne
que conoció. Claramente la falta de fortuna la habían hecho madurar-. De todas
formas, no sé quién es ese Ulmay del que hablas. Parece que crees que soy un
asesino o algo parecido. Yo sólo recabó información, que es lo que hice con tu
antiguo señor.
Las palabras de Alvho parecían tan verdaderas que
Lhianne se quedó sorprendida. La verdad es que en el pasado, su tharn no fue
asesinado. Podría ser que Alvho sólo estuviera recabando información. Tal vez
Alvho hubiera venido para alguna lucha interna dentro de los nobles y
mercaderes de Thymok, y no estuviera tras el maestro. Alvho al ver el
desconcierto en Lhianne se creció.
-
La verdad es que siento que tu señor te hiciera responsable de su
pérdida, pero no ir por ahí diciendo mentiras sobre mí.
- ¿Mentiras?
Me acusas de mentir -espetó Lhianne, de nuevo enfadada-. Eres un miserable. Él
estaba fuera de sí y me castigo con fiereza. Ahora no hay hombre que quiera
estar conmigo. No eres quien para acusarme...
La voz de Lhianne se quebró y empezó a desanudarse los
cordones que mantenían la blusa en su sitio. La penda pronto quedó flácida y
ella sacó los brazos de las mangas. Alvho se quedó mirando sus dos pechos,
blancos, con unos pezones duros. Pero Lhianne se volvió para enseñarle la
espalda. Alvho esperaba ver las cicatrices de latigazos, pues era el castigo
más habitual que los nobles perpetraban con sus criados pero lo que vio le dejó
lleno de ira y asco. La piel de la espalda estaba arrugada, muerta, en tonos
marrones o negruzcos. Ya habían sanado, pero había que tener mucha templanza
para ver esas marcas. Solo había algo que podía provocar ese daño, una barra de
hierro candente. Eran las marcas del fuego en la piel. El tharn se había
vengado con extrema crueldad en la piel de Lhianne por lo que él le había
hecho. Ahora entendía el rencor de Lhianne, pues ningún señor querría comprarla
al ver esas marcas, que la representaban como una traidora, el fuego de la
traición. No podría ser nunca más una criada respetable.
-
Esto es la marca de las mentiras, tus mentiras -dijo Lhianne entre
lágrimas.
Alvho acercó la mano e intentó tocar las cicatrices,
pero Lhianne se movió.
-
No eres quien para tocarme.
Aun así los dedos de Alvho se posaron sobre las
cicatrices y las acariciaron. Todo el cuerpo de Lhianne se estremeció. Tras
ello, Alvho se acercó y besó la espalda de Lhianne, sobre las cicatrices.
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