La lectura del informe le fue difícil a Beldek. En él,
Hervolk hablaba como hacía siempre, sin nada de sentimiento o humanidad hacia
la víctima. La forma de escribir del maestro nunca le había gustado demasiado,
pero en este caso, cuando el muerto era un amigo, le estaba incluso hiriendo.
Pero no podía evitar la forma seca y profesional del anciano, siempre había
sido así.
Casi no había ninguna anomalía, a parte de la forma de
la muerte, por la rotura del cuello. También estaba la extraña marca en la
parte inferior de la nuca, en la base del cuello. El maestro Hervolk indicaba
que la fractura de cuello se encontraba justo bajo el punto donde había quedado
la marca. Sus conclusiones eran simples, el asesino había usado alguna arma que
le había ayudado a obtener la fuerza suficiente para romper el cuello del
muerto. Hervolk desconocía que tipo de arma era, pero estaba seguro que tenía
que tener una pieza de metal cilíndrica que era lo que había dejado la marca
sobre la piel. Si encontraban el arma podría cotejarla con la herida.
-
Curioso, ¿verdad capitán Ahlssei? -dijo Beldek dejando el informe
sobre la mesa-. Nuestro asesino nos obsequia con un nuevo interrogante. Uno más
que añadir a la larga lista.
-
Si el maestro Hervolk tiene razón, igual no se necesita ser
especialmente fuerte para poder romper un cuello, gracias al arma desconocida
-afirmó Ahlssei.
- Está
viendo la necesidad de encontrar ese artilugio, sería un valioso añadido a su
ya enorme arsenal de armas y elementos curiosos, capitán -se burló Beldek-. Un
gran añadido para la guardia imperial o los lobos.
Ahlssei se limitó a sonreír, sobre la especulativa
idea del prefecto. Iba a contestar alguna cosa, cuando alguien aporreó la
puerta del despacho de Beldek, quien permitió el paso con un sonoro “adelante”.
El sargento Shiahl entró en la habitación, con su habitual cara seria.
-
¿Alguna nueva noticia, sargento? -preguntó Beldek, nada más entró
el sargento.
-
Los disturbios se han intensificado según se ha extendido la
noticia de la muerte del maestro Farhyen -informó Shiahl, adusto-. El conde de
Zornahl sigue instigando a las masas. Por otro lado, no se ha podido detener al
sacerdote Bhilsso de Uahl. Fhahl y su escolta no lo ha encontrado en el gran templo.
El sumo sacerdote indicó que pondría una queja formal en palacio, pero no hemos
recibido ninguna misiva de allí. Otro sacerdote, ayudante del sumo sacerdote,
nos indicó que el tal Bhilsso había desaparecido y nadie, ni sus compañeros
sacerdotes sabe que es de su persona.
-
¿Fhahl ha registrado la celda de Bhilsso? -inquirió pensativo
Beldek.
-
Por la información que me ha pasado el sargento, señor, aunque el
sacerdote era ayudante del sumo sacerdote, no residía en las dependencias del
gran templo. Miraba en el monasterio de El Orante Rhetahl. El sargento Fhahl ha
enviado el informe con un enlace indicando que se movía hacia el monasterio y
que lo rodeaba hasta su llegada, señor.
- Hum, el
sargento Fhahl ha deducido bien mi futura determinación. Sargento Shiahl,
prepare mi caballo y el del capitán. Así como una escuadra y una carreta. Habrá
que visitar el monasterio, no hay que contrariar al sargento Fhahl.
El sargento asintió con la cabeza, mientras en el
rostro de Beldek se iluminó con una sonrisa plena. El sargento se contagió
ligeramente del retorno del buen humor de su jefe, haciendo una mueca de
alegría, ligera pero que Ahlssei detectó.
-
¿Ha estado alguna vez en el monasterio de El Orante Rhetahl,
capitán Ahlssei? -preguntó Beldek, poniéndose de pie, tomando su casaca y el
turbante. Arreglándose el resto de sus vestiduras.
-
No, prefecto -contestó Ahlssei.
- Le va a
gustar, capitán -se limitó a decir Beldek, sonriendo abiertamente.
Ahlssei como muchos otros ciudadanos de la capital
sabían que aparte del gran templo de Rhetahl del barrio alto, había más templos
menores dispersos por los barrios de la ciudad. A su vez, había un par de
monasterios, donde los sacerdotes mayores instruían a los novicios en el culto
y los ritos. Este monasterio se encontraba en el barrio de Ahlmanier, el barrio
medio.
Cuando Beldek estuvo lo suficientemente bien arreglado
se dispuso a salir de su despacho. Ahlssei le seguía los pasos, sin duda el
prefecto había recuperado su buen talante pues iba silbando alguna tonadilla
que al propio capitán le era totalmente desconocida. Tal vez el propio Beldek
también fuese compositor. No sería raro en un hombre de su posición. Ahlssei
codició por unos segundos la vida desahogada del prefecto, él en cambio siempre
tenía que estar limpiando la mugre que rodeaba al emperador y que normalmente
intentaba asumir un poder que no era para ellos.
El capitán salió de su ensoñación con un ligero rastro
de congoja pero al ver lo ajetreados que estaban los miembros de la milicia, se
sosegó. Los soldados de esa guardia iban para un lado y para otro, cargados de
informes u órdenes. El estado de agitación de la ciudad era lo que provocaba
está situación de desconcierto y caos en el gran cuartel. Pero aunque todos
tenían prisa, los soldados se retiraban del paso del prefecto. Le recordaba un
barco abriéndose paso en un mar de aguas tormentosas. Y él podía surcarlas tras
el prefecto.
Por fin la claridad del nuevo día les cegó al llegar
al portal del patio de armas. En la plaza empedrada esperaba la escolta a
caballo, la carreta, el sargento Shiahl y sus monturas. Todo estaba listo para
visitar el monasterio. Iban a montar cuando una voz llegó gritando el nombre
del prefecto. Beldek miró hacia donde le llamaban cuando había puesto un pie en
el estribo de su montura.
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