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domingo, 9 de febrero de 2020

El conde de Lhimoner (36)

La lectura del informe le fue difícil a Beldek. En él, Hervolk hablaba como hacía siempre, sin nada de sentimiento o humanidad hacia la víctima. La forma de escribir del maestro nunca le había gustado demasiado, pero en este caso, cuando el muerto era un amigo, le estaba incluso hiriendo. Pero no podía evitar la forma seca y profesional del anciano, siempre había sido así.

Casi no había ninguna anomalía, a parte de la forma de la muerte, por la rotura del cuello. También estaba la extraña marca en la parte inferior de la nuca, en la base del cuello. El maestro Hervolk indicaba que la fractura de cuello se encontraba justo bajo el punto donde había quedado la marca. Sus conclusiones eran simples, el asesino había usado alguna arma que le había ayudado a obtener la fuerza suficiente para romper el cuello del muerto. Hervolk desconocía que tipo de arma era, pero estaba seguro que tenía que tener una pieza de metal cilíndrica que era lo que había dejado la marca sobre la piel. Si encontraban el arma podría cotejarla con la herida.

-       Curioso, ¿verdad capitán Ahlssei? -dijo Beldek dejando el informe sobre la mesa-. Nuestro asesino nos obsequia con un nuevo interrogante. Uno más que añadir a la larga lista.
-       Si el maestro Hervolk tiene razón, igual no se necesita ser especialmente fuerte para poder romper un cuello, gracias al arma desconocida -afirmó Ahlssei. 
-    Está viendo la necesidad de encontrar ese artilugio, sería un valioso añadido a su ya enorme arsenal de armas y elementos curiosos, capitán -se burló Beldek-. Un gran añadido para la guardia imperial o los lobos.

Ahlssei se limitó a sonreír, sobre la especulativa idea del prefecto. Iba a contestar alguna cosa, cuando alguien aporreó la puerta del despacho de Beldek, quien permitió el paso con un sonoro “adelante”. El sargento Shiahl entró en la habitación, con su habitual cara seria. 

-       ¿Alguna nueva noticia, sargento? -preguntó Beldek, nada más entró el sargento.
-       Los disturbios se han intensificado según se ha extendido la noticia de la muerte del maestro Farhyen -informó Shiahl, adusto-. El conde de Zornahl sigue instigando a las masas. Por otro lado, no se ha podido detener al sacerdote Bhilsso de Uahl. Fhahl y su escolta no lo ha encontrado en el gran templo. El sumo sacerdote indicó que pondría una queja formal en palacio, pero no hemos recibido ninguna misiva de allí. Otro sacerdote, ayudante del sumo sacerdote, nos indicó que el tal Bhilsso había desaparecido y nadie, ni sus compañeros sacerdotes sabe que es de su persona.
-       ¿Fhahl ha registrado la celda de Bhilsso? -inquirió pensativo Beldek.
-       Por la información que me ha pasado el sargento, señor, aunque el sacerdote era ayudante del sumo sacerdote, no residía en las dependencias del gran templo. Miraba en el monasterio de El Orante Rhetahl. El sargento Fhahl ha enviado el informe con un enlace indicando que se movía hacia el monasterio y que lo rodeaba hasta su llegada, señor. 
-    Hum, el sargento Fhahl ha deducido bien mi futura determinación. Sargento Shiahl, prepare mi caballo y el del capitán. Así como una escuadra y una carreta. Habrá que visitar el monasterio, no hay que contrariar al sargento Fhahl.

El sargento asintió con la cabeza, mientras en el rostro de Beldek se iluminó con una sonrisa plena. El sargento se contagió ligeramente del retorno del buen humor de su jefe, haciendo una mueca de alegría, ligera pero que Ahlssei detectó.

-       ¿Ha estado alguna vez en el monasterio de El Orante Rhetahl, capitán Ahlssei? -preguntó Beldek, poniéndose de pie, tomando su casaca y el turbante. Arreglándose el resto de sus vestiduras.
-       No, prefecto -contestó Ahlssei. 
-    Le va a gustar, capitán -se limitó a decir Beldek, sonriendo abiertamente.

Ahlssei como muchos otros ciudadanos de la capital sabían que aparte del gran templo de Rhetahl del barrio alto, había más templos menores dispersos por los barrios de la ciudad. A su vez, había un par de monasterios, donde los sacerdotes mayores instruían a los novicios en el culto y los ritos. Este monasterio se encontraba en el barrio de Ahlmanier, el barrio medio. 

Cuando Beldek estuvo lo suficientemente bien arreglado se dispuso a salir de su despacho. Ahlssei le seguía los pasos, sin duda el prefecto había recuperado su buen talante pues iba silbando alguna tonadilla que al propio capitán le era totalmente desconocida. Tal vez el propio Beldek también fuese compositor. No sería raro en un hombre de su posición. Ahlssei codició por unos segundos la vida desahogada del prefecto, él en cambio siempre tenía que estar limpiando la mugre que rodeaba al emperador y que normalmente intentaba asumir un poder que no era para ellos.

El capitán salió de su ensoñación con un ligero rastro de congoja pero al ver lo ajetreados que estaban los miembros de la milicia, se sosegó. Los soldados de esa guardia iban para un lado y para otro, cargados de informes u órdenes. El estado de agitación de la ciudad era lo que provocaba está situación de desconcierto y caos en el gran cuartel. Pero aunque todos tenían prisa, los soldados se retiraban del paso del prefecto. Le recordaba un barco abriéndose paso en un mar de aguas tormentosas. Y él podía surcarlas tras el prefecto.

Por fin la claridad del nuevo día les cegó al llegar al portal del patio de armas. En la plaza empedrada esperaba la escolta a caballo, la carreta, el sargento Shiahl y sus monturas. Todo estaba listo para visitar el monasterio. Iban a montar cuando una voz llegó gritando el nombre del prefecto. Beldek miró hacia donde le llamaban cuando había puesto un pie en el estribo de su montura. 

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