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domingo, 2 de febrero de 2020

El conde de Lhimoner (35)

La noche había sido dura para el prefecto, que había dormitado en el catre que tenía en el cuartel. Había enviado un mensajero a su esposa para anunciarla de su decisión, pues a ella no le gustaba que su marido pasara más tiempo del indispensable en el trabajo. Sabía que debido a la magnitud del caso, esta no le diría nada. Y la respuesta de Ghanali que regresó junto al mensajero, fue que se cuidara y que encontrase al asesino del maestro Farhyen. Su esposa esperaba que no se presionara demasiado, pues su salud podría empeorar si hacia eso.

Durante varias horas intentó mantenerse despierto, listo para encararse con Bhilsso según lo trajese Fhahl, pero la noche fue pasando y el sueño pudo con él. Al final, sin que él se diese cuenta, se le cerraron los párpados y se quedó dormido. Sus sueños no fueron agradables y las imágenes de desesperación se fueron sucediendo una tras otra, hasta que la luz de la mañana, que entraba por una ventana le despertó. Sus ojos tuvieron que abrirse y cerrarse varias veces hasta que se acostumbraron al día. Lo primero que vio es que se había quedado dormido sentado en el catre, en vez de estar tumbado. Notó cómo le dolía todo el cuerpo y le crujieron los huesos al desperezarse. Lo segundo fue la figura del capitán Ahlssei, sentado frente a él, con un papel en la mano y una cara seria.

-       ¿Qué diablos hace usted aquí, cap… -comenzó a decir Beldek, tras un sonoro bostezo.
-       Da gusto lo alegre que se levanta, prefecto -le cortó Ahlssei-. Pues estaba viendo la última obra de arte del joven Ulbahl. Se la he cogido prestada del informe que le ha dejado sobre la mesa del despacho el sargento Fhahl. Una verdadera pieza de coleccionista. Este joven tiene mucho talento y eso que no tenía mucho con lo que trabajar. Eso me recuerda que el canciller está interesado en conoc… 
-    ¡Por Rhetahl! -exclamó Beldek, poniéndose firme-. ¿Qué obra de arte y que ocho cuartos?

Beldek le arrebató el papel de las manos a Ahlssei. Ante él tenía el boceto de la cara de una persona. La verdad es que tenía muchos rasgos bien definidos por Ulbahl. Fuera quien fuera, se le podía reconocer con facilidad.

-       ¿Quién es este sujeto? -inquirió Beldek, que recordó algo-. ¿Y dónde está Fhahl?
-       Es el sacerdote que robó el tomo de las religiones antiguas que conoció el maestro Farhyen -informó Ahlssei, mirando al prefecto a los ojos-. Su buen amigo le dio una descripción al sargento, antes de su muerte. Si lo han asesinado para que no revelase nada, han fallado estrepitosamente, ¿no cree?
-       ¿Cómo es que el sargento no me ha informado sobre ello? -preguntó Beldek, volviendo a mirar el retrato del papel.
-       Ayer por la tarde no estaba para muchas explicaciones, prefecto -recordó Ahlssei con un poco de enojo mal disimulado-. Supongo que la pérdida de tan buen amigo, le nubló el juicio. Aunque no creía que usted llegase a cojear de ese pie.
-       Capitán, aunque no lo crea, yo también soy humano -comentó Beldek, mientras se rascaba la frente y recordaba lo que podía de la tarde anterior, pero solo le venían retazos, por lo que el capitán parecía tener razón, había perdido los papeles y su cuidados calma. Aunque seguía sintiendo un vacío doloroso en su pecho.
-       Fhahl habló con el maestro Farhyen antes de su asesinato, obteniendo la descripción que le indique al sargento que le pasara a Ulbahl, cuando regresase al cuartel -explicó Ahlssei-. Usted ya había dado sus órdenes y se había retirado a la fortaleza, por lo que veo a meditar sobre el caso y…
-       Vale, vale, capitán, usted gana -le cortó Beldek, poniéndose en pie con muecas de dolor por la tirantez de su cuerpo tras horas en una posición incómoda a todos los sentidos-. Ha venido bien que fuera asignado a este caso, no es un mero invitado. Siento la forma en la que le trate ayer. Creo que ha dicho que hay un informe sobre mi mesa. 
-    Disculpas aceptadas -murmuró Ahlssei, que añadió en voz más alta-. Me parece que es el dictamen del maestro Hervolk.

Los pasos de Beldek parecían los de alguien que llevaba mucho tiempo en cama o que había bebido demasiado. Pero no era así. Ahlssei se puso de pie, tomó la silla por el respaldo y siguió a Beldek hasta su despacho. El prefecto se dejó caer en su sillón, mientras tomaba la carpeta de cuero con los papeles. Ahlssei colocó la silla frente a la mesa del prefecto y se volvió a sentar. 

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