La muchacha puso una mano sobre el hombro de Alvho,
con una confianza extraña. Ninguna camarera de posada entraba así a un cliente
que no conocía. O era muy atrevida o pasaba algo más. Alvho se hizo el
despistado.
-
Maldito Alvho, ya no saludas a las viejas amigas -dijo la muchacha
cerca del oído de Alvho.
La voz le sonaba curiosamente conocida, pero no podía
ser nadie del Thymok de su juventud. Entonces quién era la muchacha. Dejó la
copa sobre la barra y se volvió hacia donde estaba la chica. Era una mujer de
unos veintiocho años, mayor para los menesteres de la noche. En las calles
gustaban más jóvenes. Tenía en pelo rojizo, con algunos mechones marrones. Los ojos
eran de un verde pálido. Los labios gruesos y carnosos. La piel blanquecina,
con pecas rojizas y marrones. Vestía con una blusa escotada y la llenaba con
creces. Incluso veía una peca en el pecho derecho.
Alvho la reconoció al instante y empezó a elucubrar
cómo podía estar allí, en Thymok, pues la había conocido en el señorío de los
hielos, haría un año o dos. Después había perdido su pista. Como muchas otras,
había sido su confidente en uno de sus trabajos.
-
Vaya, vaya, cómo pasa el tiempo, Lhianne -murmuró Alvho-. Veo que
los años no te afectan ni lo más mínimo.
-
Y tú tampoco olvidas como se halaga a una muchacha -bufó Lhianne-.
Me hiciste mucho daño, cabrón de mier…
- Espera,
espera, Lhianne -pidió Alvho, que estaba empezando a temer que la mujer
perdiera la compostura y montara un follón, revelando cosas que no se debían
oír en presencia de los que se encontraban en la taberna-. Tengo una habitación
en la posada. ¿Por qué no subimos y hablamos de los viejos tiempos?
La muchacha miró por un momento al salón, seguramente
que a Tharka, pensó Alvho, claramente la había enviado el hombretón para
obtener información o simplemente para cerciorarse de que ella no se había
equivocado en reconocerle. Tras ese lapsus, asintió con la cabeza y Alvho apuró
su cerveza. Tras lo cual ambos se marcharon hacia las escaleras por la que se
accedía a las habitaciones. Nadie les siguió, por lo que no era una trampa de
Tharka, solo quería información. O ya tenía lo que quería. Alvho supuso que en
algún momento recibiría la visita del hombretón. Debía estar preparado para
ello.
Mientras subía tras Lhianne, empezó a pensar en cuando
había conocido a la muchacha. Por aquel entonces ella era una sirviente normal
en la casa de un tharn del señor de los hielos. A él le habían contratado para
obtener una información clave. Se sospechaba que el tharn había estado haciendo
tratos muy económicos pero que estaban molestando a sus rivales políticos. Por
lo que se querían pruebas de ese juego sucio y de esa forma tal vez hacerle
perder status en la capital. Él estuvo durante días rondando la casa del tharn
hasta que dio con la persona que podía convertirse en su confidente, Lhianne.
Una criada que era demasiado habladora. Alvho usó sus encantos con ella y la
muchacha se rindió a él. No solo obtuvo de ella lo que sabía de su señor, sino
que consiguió que se metiera en su cama. Fueron unas semanas de placer
absoluto, hasta que una noche, le ayudó a entrar en la casa del tharn, aunque
ella no llegó ni a percatarse de ello, pues desconocía que le había copiado la
llave. Él obtuvo la información que buscaba y desapareció. El tharn cayó en
desgracia. Alvho como siempre se marchó a hacer otro trabajo y no regresó por
allí hasta medio año después. La criada había desaparecido, el tharn la había
vendido, posiblemente se habría enterado de sus confidencias o la había vendido
sin más. Además él tenía trabajo que hacer y no se puso a investigar demasiado.
Alvho adelantó a Lhianne en el pasillo del piso
superior y abrió la puerta de la habitación con la llave que le había dado
Shelvo cuando pagó por ella. La habitación era sencilla. Un jergón con varias
mantas junto a la pared. Un armario ligeramente astillado en la pared
contraria. En una esquina, sobre una mesilla, una jofaina y una jarra, con
agua, limpia. Una pequeña estufa y madera para consumir, así como un yesquero
para encender el fuego.
-
Ponte cómoda -dijo Alvho, tras dejarla pasar.
Lhianne asintió y se sentó en el jergón. Alvho, cerró
la puerta, echando la llave, que dejó en la cerradura. Dejó su laúd junto a la
pared, tomó un par de trozos de madera, así como unas ramitas más pequeñas y
las metió en la estufa. Con el yesquero prendió una llamita que pronto empezó a
consumir la madera. Tras ello, miró hacia el jergón, donde estaba sentada
Lhianne. Sus ojos se encontraron. La mirada de la mujer quemaba como la llama
de la estufa. Alvho sabía que iba a ser una larga noche.
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