Seguidores

miércoles, 5 de febrero de 2020

El dilema (10)

La muchacha puso una mano sobre el hombro de Alvho, con una confianza extraña. Ninguna camarera de posada entraba así a un cliente que no conocía. O era muy atrevida o pasaba algo más. Alvho se hizo el despistado.

-       Maldito Alvho, ya no saludas a las viejas amigas -dijo la muchacha cerca del oído de Alvho.

La voz le sonaba curiosamente conocida, pero no podía ser nadie del Thymok de su juventud. Entonces quién era la muchacha. Dejó la copa sobre la barra y se volvió hacia donde estaba la chica. Era una mujer de unos veintiocho años, mayor para los menesteres de la noche. En las calles gustaban más jóvenes. Tenía en pelo rojizo, con algunos mechones marrones. Los ojos eran de un verde pálido. Los labios gruesos y carnosos. La piel blanquecina, con pecas rojizas y marrones. Vestía con una blusa escotada y la llenaba con creces. Incluso veía una peca en el pecho derecho.

Alvho la reconoció al instante y empezó a elucubrar cómo podía estar allí, en Thymok, pues la había conocido en el señorío de los hielos, haría un año o dos. Después había perdido su pista. Como muchas otras, había sido su confidente en uno de sus trabajos.

-       Vaya, vaya, cómo pasa el tiempo, Lhianne -murmuró Alvho-. Veo que los años no te afectan ni lo más mínimo.
-       Y tú tampoco olvidas como se halaga a una muchacha -bufó Lhianne-. Me hiciste mucho daño, cabrón de mier… 
-   Espera, espera, Lhianne -pidió Alvho, que estaba empezando a temer que la mujer perdiera la compostura y montara un follón, revelando cosas que no se debían oír en presencia de los que se encontraban en la taberna-. Tengo una habitación en la posada. ¿Por qué no subimos y hablamos de los viejos tiempos?

La muchacha miró por un momento al salón, seguramente que a Tharka, pensó Alvho, claramente la había enviado el hombretón para obtener información o simplemente para cerciorarse de que ella no se había equivocado en reconocerle. Tras ese lapsus, asintió con la cabeza y Alvho apuró su cerveza. Tras lo cual ambos se marcharon hacia las escaleras por la que se accedía a las habitaciones. Nadie les siguió, por lo que no era una trampa de Tharka, solo quería información. O ya tenía lo que quería. Alvho supuso que en algún momento recibiría la visita del hombretón. Debía estar preparado para ello.

Mientras subía tras Lhianne, empezó a pensar en cuando había conocido a la muchacha. Por aquel entonces ella era una sirviente normal en la casa de un tharn del señor de los hielos. A él le habían contratado para obtener una información clave. Se sospechaba que el tharn había estado haciendo tratos muy económicos pero que estaban molestando a sus rivales políticos. Por lo que se querían pruebas de ese juego sucio y de esa forma tal vez hacerle perder status en la capital. Él estuvo durante días rondando la casa del tharn hasta que dio con la persona que podía convertirse en su confidente, Lhianne. Una criada que era demasiado habladora. Alvho usó sus encantos con ella y la muchacha se rindió a él. No solo obtuvo de ella lo que sabía de su señor, sino que consiguió que se metiera en su cama. Fueron unas semanas de placer absoluto, hasta que una noche, le ayudó a entrar en la casa del tharn, aunque ella no llegó ni a percatarse de ello, pues desconocía que le había copiado la llave. Él obtuvo la información que buscaba y desapareció. El tharn cayó en desgracia. Alvho como siempre se marchó a hacer otro trabajo y no regresó por allí hasta medio año después. La criada había desaparecido, el tharn la había vendido, posiblemente se habría enterado de sus confidencias o la había vendido sin más. Además él tenía trabajo que hacer y no se puso a investigar demasiado.

Alvho adelantó a Lhianne en el pasillo del piso superior y abrió la puerta de la habitación con la llave que le había dado Shelvo cuando pagó por ella. La habitación era sencilla. Un jergón con varias mantas junto a la pared. Un armario ligeramente astillado en la pared contraria. En una esquina, sobre una mesilla, una jofaina y una jarra, con agua, limpia. Una pequeña estufa y madera para consumir, así como un yesquero para encender el fuego. 

-       Ponte cómoda -dijo Alvho, tras dejarla pasar.

Lhianne asintió y se sentó en el jergón. Alvho, cerró la puerta, echando la llave, que dejó en la cerradura. Dejó su laúd junto a la pared, tomó un par de trozos de madera, así como unas ramitas más pequeñas y las metió en la estufa. Con el yesquero prendió una llamita que pronto empezó a consumir la madera. Tras ello, miró hacia el jergón, donde estaba sentada Lhianne. Sus ojos se encontraron. La mirada de la mujer quemaba como la llama de la estufa. Alvho sabía que iba a ser una larga noche. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario