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domingo, 23 de febrero de 2020

El conde de Lhimoner (38)

El sacerdote parecía a punto de perder el conocimiento ya que la cara se había congestionado, tomando una coloración rojiza y los ojos estaban abiertos como platos. Abría la boca y aspiraba con fuerza aire. Poco a poco, mientras hacía gestos con las manos para que todos esperaran a que hablase antes de que alguno de los guardias desenvainara o los siervos empezasen a golpear a los jinetes con las varas. El color rojo de la cara del sacerdote se fue disipando y este parecía que ya estaba recuperando su forma más habitual.

La cabeza del sacerdote era redonda, de rostro abultado, con unos mofletes gruesos, así como una nariz ancha y unos labios carnosos. Estando ahí parado, se pudo ver que el sacerdote tenía una panza bien redondeada, no era ni alto ni bajo. Los dedos de las manos eran gruesos, careciendo de joyas. Solo se podía ver el amuleto de Rhetahl, colgando del cuello, por encima de las túnicas superpuestas que vestía. Eran ropas de telas modestas y las mantenía en su sitio con un cinturón de cuero, grueso, que se ceñía bajo la tripa.

-       Por favor, señores oficiales -llamó la atención el sacerdote-. Haya paz en las inmediaciones sagradas del monasterio. Esto es un desafortunado error por parte de los siervos del general Ihsphar -el sacerdote volvió la mirada al siervo del asta de lanza, que seguía portando con un orgullo propio de un noble-. Thorgga estos hombres son miembros de la milicia de la ciudad. No creo que al general le haga mucha gracia que ataques a oficiales de la milicia, ¿verdad?

El siervo miró primero al sacerdote y luego a los soldados. Su rostro se contrajo, miró al suelo y dio un par de pasos hacia atrás.

-       Bien, bien, Thorgga -aplaudió el sacerdote, que volvió a mirar al prefecto-. El sargento Fhahl les espera dentro de los muros del monasterio. El abad del monasterio les recibirá inmediatamente. A primera hora han llegado órdenes del sumo sacerdote para que les ayudemos en todo lo posible, para que puedan resolver su investigación. Thorgga retira a tus hombres y permite el paso a la columna.

El siervo asintió con unos movimientos frenéticos de la cabeza y movió al resto de los siervos para dejar paso libre a los caballos y sus jinetes. El sacerdote empezó a andar y Beldek puso a su caballo al paso, para seguir al hombre que les guiaba al interior del recinto del monasterio. Cuando pasó junto a Thorgga, buscó su rostro, pero este permanecía mirando a sus pies. Se apuntó en su memoria hablar con el viejo general Ihsphar sobre su siervo Thorgga, para que le administrara el castigo debido por hablar de la forma que lo había hecho a un oficial de alto grado de la milicia. 

-       ¿Padre, y usted quién es? -quiso saber el prefecto, tras cruzar la verja abierta del monasterio.
-       Me llamo Ghahl, señor -respondió el sacerdote. Solo le había dicho el nombre, lo que quería decir que el sacerdote no era de familia noble o rica. Sus orígenes eran modestos, aunque eso le hacía mejor sacerdote que otros que habían nacido en familias de gran renombre, criados con muchos lujos y luego trataban a todos como a sus siervos.
-       Es un placer conocerlo, Ghahl -afirmó Beldek-. Puede dejar de llamarme señor, al fin y al cabo usted no pertenece al estamento militar. Puede dirigirse a mi por prefecto o conde, si quiere. Soy el conde de Lhi...
-       Sé quién es, conde de Lhimoner -le cortó Ghahl-. Es una suerte que usted esté encargado de esta investigación. Espero que pronto de con el criminal.
-       Puede que este criminal sea uno de sus colegas -aludió Beldek. 
-    Incluso en el seno de la iglesia de Rhetahl puede haber seres ladinos o nefastos -indicó Ghahl sin volverse-. Ya tendrán que defenderse de esos cargos ante Rhetahl. Aunque primero deben comparecer ante la ley de los hombres, pues son parte de estos antes de ser siervos de Rhetahl.

Las palabras del sacerdote no estaban faltas de razón y Beldek decidió rumiarlas. Lo que le indicaban principalmente es que no todos los sacerdotes eran como el sumo sacerdote, aunque eso ya lo sabía. Seguro que en el monasterio eran más abiertos que en el gran templo. 

Mientras trituraba las palabras de Ghahl, recorrieron el camino que les separaba de la fachada principal del monasterio, cruzando por un camino de gravilla, con árboles frondosos a cada lado, llenos de olorosas flores de diversos colores, rojos, amarillos y naranjas. Al fondo esperaban varios caballos y soldados de la milicia, con el sargento Fhahl al mando.  

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