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miércoles, 5 de febrero de 2020

El mercenario (11)

Dentro del almacén, aterrizó junto a otro vehículo, algo más grande y con una forma más tosca. A su vez, frente a ambos había un tercero. Este era mucho más grande y voluminoso. Era una lanzadera espacial modificada. Podía alcanzar la velocidad de la luz y viajar entre mundos, él mismo había cambiado muchas de las piezas del motor, para conseguir la fuerza suficiente para los viajes y una escudo integral. Estaba armada con cuatro cañones pesados, con lo que se podía defender o atacar, aunque no haría mucho daño a las grandes naves de guerra, pero con cazas y corbetas la cosa era otra. La nave era un excedente de la última guerra, que habían encontrado en un campo de batalla y Jörhk se la había quedado. La forma era parecida a las lanzaderas imperiales y posiblemente había sido de ellos, aunque tenía rasgos de otras razas, lo que indicaba que había pasado por varias manos. Tenía espacio para dos pilotos y una escuadra de asalto.

Había tenido que gastarse buena parte de su premio por el fin de la guerra para que la clasificaran como apta para los viajes por el territorio de la Confederación, y más para hacerla invisible a la administración. Con el dinero que le quedó se hizo con el vehículo que había donde había aterrizado. Era un deslizador pesado, que había hecho blindar para realizar sus trabajos. No podía usar la lanzadera dentro del planeta, pero si un vehículo blindado.

Cuando apagó el motor de su nave, tomó la tablet y se bajó de este. Se dirigió hacia una compuerta, por la que se accedía a un pequeño despacho. Se dejó caer sobre un sillón y encendió la tablet. Lo primero que vio fue un rostro de un hombre. Parecía tener entre cincuenta o sesenta años, con el pelo grisáceo. La cara era redonda, con unas orejas pequeñas, unos ojos grandes y verdosos, una nariz grande y globosa, unos pómulos regordetes y casi no tenía mentón. Parecía el rostro de un hombre afable, casi adorable. A Jörhk le recordaba las imágenes que había visto de las representaciones de Papá Noel, en el museo de historia de la zona central.

Según la ficha el objetivo era el profesor Francis Trebellor, un ingeniero de renombre, aunque a Jörhk no le decía nada. Trabajaba para las industrias Prowazkii aunque no especificaban en qué puesto o departamento. Jörhk no esperaba que le hubieran indicado mucho sobre ello. Lo que sí indicaban es que tenía sesenta y tres años, y que estaba de permiso para visitar a un familiar que residía en el barrio Berlín. Ante los sucesos actuales, la empresa temía por la seguridad del ingeniero y por ello querían que se le sacase del barrio bloqueado lo antes posible.

Jörhk dejó la tablet sobre la mesa y suspiró. Tenía que llamar a alguien y no le apetecía demasiado la idea. Pero necesitaba recabar algo de información, antes de ir a ciegas hacía el barrio Berlín. Encendió la pantalla de su aparato de holo-llamadas y marcó el número. Al poco apareció una cara de un hombre, rubio, de unos treinta y seis, que le miraba con una cara de desconcierto y seriedad.

-       ¿Supongo que esta no es una llamada de cortesía, verdad sargento? -dijo el hombre cuyo rostro aparecía en la pantalla.
-       Nunca lo son Marcus -suspiró Jörhk, que no quería que el hombre le cortase y las cosas quedasen como estaban.
-       ¿Qué has hecho esta vez y cuanto me va a costar? -inquirió Marcus, levantando las cejas.
-       Aún no he hecho nada, aunque me han contratado para un trabajito y…
-       Y luego tendré que limpiar lo que destroces -espetó Marcus-. No sería hora de que sientes la cabeza, sargento. Podrías marcharte a las nuevas colonias del borde de la Confederación. Personas como tú podrían servir para mantener el orden de esos emplazamientos. Conozco a alguien que podría conseguirte un puesto de jefe de la milicia y…
-       Estoy bien como estoy, Marcus -aseguró Jörhk, que no le interesaba optar por un aburrido puesto en los sistemas fronterizos de la Confederación.
-       Si tú lo dices -comentó Marcus, que no parecía que se lo creyese-. ¿Qué es lo que necesitas de mí? 
-    Me gustaría saber cómo tenéis controlado el asunto del barrio Berlín -anunció Jörhk, por fin.

Marcus se le quedó mirando, con una cara seria, pero calculadora. Jörhk estaba seguro que su antiguo compañero de armas estaba a punto de colgar su llamada. Marcus era teniente en la policía del planeta. Por lo que sabía era uno de los pocos que no accedía a tomar los sobornos que los criminales y los políticos, que en casos eran las mismas personas, entregaban para silenciar asuntos o hacer que mirasen para otro lado. Marcus aún no se había convertido en un miembro de ese negocio instaurado por los prohombres de la nueva sociedad. Tampoco era un miembro del LSH, cuyos miembros comenzaban a ganar peso en el órgano policial. Marcus simplemente aguantaba en una inestable neutralidad. 

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