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miércoles, 26 de febrero de 2020

El mercenario (14)

Jörhk se dirigió directamente hacia la barra, donde Jane y Olghat estaban hablando. El tharkaniano saludó a Jörhk afectuosamente.

-       Otra vez por aquí sargento. Al final va a ser que le encanta mi comida -al ver el petate añadió-. ¿Se va a alguna parte, señor?
-       Tengo un trabajo, Olghat y tras meditarlo me ha dado un retortijón -indicó Jörhk, jocoso.
-       Vaya, uno de sus retortijones -murmuró Olghat, preocupado.
-       ¿Qué podemos hacer por ti, sargento? -preguntó Jane.
-       Te he traído las llaves de mi piso. Me gustaría que te hagas cargo de él y que saques algún dinero extra -dijo Jörhk-. Puede que vuelva dentro de un par de días, pero si no es así, úsalo como quieras.
-       ¿Se puede saber a dónde tienes que ir? -inquirió Jane, tomando la placa que abría la compuerta del piso de Jörhk.
-       Al barrio Berlín, una extracción -bajo la voz Jörhk para responder-. Me infiltraré durante la próxima madrugada.
-       Un lugar malo en un momento complicado, entiendo lo de tu retortijón -musitó Jane, tras cerciorarse que nadie les observaba-. La policía ha cerrado el barrio, ¿no? Tal vez Marcus pueda meterte de tapadillo.
-       No, la policía no es el problema, no pinta mucho allí -negó Jörhk-. La milicia les ha desplazado. Hay dos regimientos en el bloqueo. He hablado con Marcus, los suyos están enfadados. Pero el problema es el LSH. Esos extremistas lo controlan todo, dentro y fuera. Ellos son lo verdaderamente peligroso en todo esto. Tal como lo ha dejado caer Marcus, podría ser que el LSH esté limpiando de alienígenas la barriada y use a la milicia para alejar a la prensa. No tengo pruebas de ello, pero sí un mal presentimiento, uno horrible. Si las cosas van bien, me pagarán lo suficiente para vivir bien una buena temporada.
-       ¿Cuánto?- quiso saber Jane.
-       Un millón.
-       ¡Un millón! -repitió escandalizada Jane, pero sin elevar la voz demasiado-. ¿A quién coño debes sacar de allí?
-       A un ingeniero de las industrias Prowazkii, que se ha quedado aislado por el bloqueo y sus jefes temen por su vida -informó Jörhk-. Aunque creo que os he contado más de lo debido.
-       Puede ser, sargento -asintió Jane-. Espero que tengas cuidado, ese trabajo parece más duro de lo que es a simple vista. Y si la milicia está implicada como temes, todo se puede poner más difícil. Esos muertos de hambre son unos viciosos y unos malos soldados.
-       No te preocupes por ello, el problema es encontrar al ingeniero, los jefes solo saben que está en el barrio, pero no donde -indicó Jörhk-. Tendré que pasarme unos días por esa bomba de relojería. Aunque parece que todo el planeta lo es ya, con esos locos del LSH. Pero esperó tener la fortuna de no cruzarme demasiado con ellos.
-       Es mejor, alguno ha venido por aquí para quejarse de que empleamos a alienígenas entre las chicas -se burló Jane-. En cuanto ven al viejo Olghat se van para otro lado.
-       No sabía que habían empezado a venir a molestaros -indicó Jörhk apesadumbrado, pues aunque no lo dijera mucho les tenía cariño, eran sus últimos amigos-. Las cosas se están complicando con lo del LSH. Tal vez haga caso a Marcus y acepte un trabajo en una colonia exterior. Tal vez os podríais venir conmigo y poner una cantina seria en algún planeta fronterizo.
-       No te veo en las colonias, sargento -se mofó Jane, que al ver el rostro adusto de Jörhk añadió-. Pero si decides irte, avísanos y nos uniremos a ti.
-       Bueno, lo mejor es que me ponga en marcha -se despidió Jörhk-. Debo preparar las últimas cosas. Espero verme con vosotros lo antes posible. 
-    Adiós sargento -respondieron Jane y Olghat al unísono, saludando de forma castrense y golpeando el suelo con sus botas.

Jörhk hizo un gesto de disgusto y se alejó de la barra, dirigiéndose hacia la compuerta de salida. También se despidió del matón de la puerta, que esta vez estaba cacheando a un nuevo cliente. En la calle, no vio a casi nadie y tomó el camino de su garaje. Allí recuperó su vehículo, poniéndose en marcha, para regresar a su almacén.

Una vez que hubo aterrizado dentro de su almacén, junto al vehículo blindado, llevó su petate a la lanzadera. Recuperó el dinero y lo guardó en una sofisticada caja fuerte. Era lo que más le había costado colocar. Era una pieza de alto valor y se había gastado mucho en ella. Cuando la abrió descubrió que se había dejado allí algunos pagos. Serían de un par de trabajos que había llevado a cabo en las instalaciones mineras de Plutón y en la estación orbital Eximus Ponto, situada en el borde del sistema terrestre. Esa plataforma reunía lo peor de cada casa y en más de una ocasión había tenido que visitarla para encontrar a ciertos defraudadores que se habían largado sin pagar a sus mecenas. 

Tras guardar su dinero, se dedicó unas buenas horas en constatar que la lanzadera también estaba lista para salir al espacio. Tal vez él mismo tuviera que refugiarse en la Eximus Ponto. 

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