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domingo, 13 de mayo de 2018

El juego cortesano (47)


Shennur se notaba viejo, pero sobre todo quedaba patente cada vez que se reunía el consejo imperial. Aún recordaba cuando Bharazar anunció a los cortesanos su idea de aumentar el número de asesores en su consejo privado. La mayoría de ellos pensaron que serían los agraciados en esos nuevos puestos. Pero el emperador tenía otras ideas. Al final solo Shennur se mantuvo en su lugar como canciller. Bharazar ascendió a su buen Jha’al quien se encargó de dirigir la guardia imperial, volviéndola a alzarla como la mejor unidad y piedra angular del ejército imperial. A su vez llamó de la frontera del imperio, de Ghinnol, a un joven oficial, un hombre que ya había servido con él, y que tras el fallecimiento del general Tharen de Vilt, a los pocos meses de su llegada, asumió el control del ejército regular y de mercenarios allí reunidos. Este joven, llamado Ibahl Uyhinno, se convirtió en el asesor militar del emperador, un soldado venido de la tropa y sin sangre noble.

Pero Ibahl no fue el único miembro del consejo que no tenía sangre aristócrata. Sus compañeros, Aznahl Iphoria, mercader, asesor comercial, Thaiahl Ahbbok, un erudito, asesor cultural, y Ohma de Irnha, asesor religioso. A su vez, hacía unos días había entrado un nuevo asesor, un hombre aclamado por la plebe, su delegado, alguien que debía velar porque los menos desfavorecidos también pudieran ser escuchados por el emperador. Este delegado de la plebe no había gustado nada a los nobles y al nuevo sumo sacerdote, pero la realidad es que el emperador estaba muy preocupado por la vida de sus súbditos, no sólo los ricos. Así que un viejo conocido, el último amante del emperador Shen’Ahl, Atthon retornó a palacio para sentarse junto a los nuevos asesores de Bharazar IX.

Y entre tanto joven, Shennur había comenzado a pensar en retirarse. Ya se lo había hecho saber al emperador, pero este le pidió que se quedará un poco más, por lo menos hasta que encontraran a otro hombre de la valía de Shennur. El canciller llevaba instruyendo a un joven, un miembro de los funcionarios imperiales, el hijo mayor del chambelán Bhalathan. Era despierto y aprendía rápido. Le acompañaba a todos los sitios, como una vez él mismo seguía los pasos de su tío Mhaless. Aunque él esperaba poder retirarse antes de morir, no como su tío.

-       Bhaltha, lleva los informes al despacho y después puedes retirarte a almorzar -le dijo Shennur a su ayudante-. Entonces seguiremos con el asunto de la reforma de los mineros.
-       Como ordenes, canciller -acató Bhaltha, tan servicial como era siempre.

La reunión del consejo había terminado y los asesores se marcharon hablando entre ellos. La juventud era algo añorado por Shennur, aunque sabía que eso ya no regresaría, pero aun así les miraba celoso. En la sala aún estaba Bharazar, mientras que Shennur esperaba en la puerta.

-       ¿Qué te ocurre, viejo amigo? Tienes una mirada envidiosa, te gustaría volver a ser joven -preguntó sonriente Bharazar, mientras se ponía de pie y se acercaba a Shennur, para darle unas palmadas en el hombro.
-       Solo veo hombres competentes llenos de energías, sueños e ilusiones -contestó Shennur, sonriente-. Yo en cambio me vuelvo más viejo por momentos, cada día que pasa soy menos útil para vuestra persona.
-       Tú siempre serás necesario, mi buen amigo -afirmó Bharazar, andando despacio, en dirección a la zona de las dependencias privadas del palacio.

A Bharazar le empezaba a brillar las primeras canas por su pelo. Ya no era tan joven como él quería creerse. Es verdad que era más que Shennur, pero aun así, al ser el emperador creía que esta situación le iba menguando más rápido.

Los dos hombres cruzaron bajo unas pesadas cortinas, que hacían de señal a los que por el palacio anduvieran que entraban en las estancias privadas, donde vivía la familia imperial. Allí, permanecía Xhini, la primera esposa y única, ya que Bharazar se había negado a tomar esposa alguna más. No así su hermano que se casará con Xhini primero y con Mhirin después, la cual murió dos meses tras el fallecimiento de su esposo, suicidándose por el dolor de su pérdida.

Xhini estaba sentada en un diván, medio acostada, con un bebé en su regazo, con la parte superior de su vestido retirada, para poder dar de mamar a la criatura. Shennur, al darse cuenta de la situación se puso a mirar al techo, pues no era posible observar la desnudez de la primera esposa. Sabía que Bharazar no diría nada, pero Shennur había sido enseñado en las tradiciones de la sociedad imperial, tal vez algo arcaica para las reformas actuales.

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