La fiesta
llegó por la noche, pero llamarla así era muy optimista. Las noticias de los
hechos ocurridos en Ryam se habían pasado de boca a boca, recorriendo el
campamento de trabajadores y guardias. Todos los allí sentados, alrededor de
las mesas corridas y en el sitial, estaban tensos, se veían los nervios por lo
conocido, el temor ante el culto de Bheler y hasta una ligera antipatía hacia
Iomer, que estaba sentado junto a Ofhar. En cambio, todos le habían pasado su
simpatía y sus mejores deseos al joven Ophanli, que aunque no se encontraba en
el sitial, estaba rodeado por los miembros de su clan. La cerveza y el cerdo
guisado fueron extendiéndose por las mesas, lo que hizo que los invitados
fueran perdiendo su expresión mustia. Aun así, no había la algarabía que
debería existir. La llegada, aunque fuera temporal, del hijo de Ofhar, debería
haberse homenajeado con vigor.
Ofhar
mantenía una charla animada entre Iomer, pasándose después a su hijo, cuando
este dejaba de hablar con Mhista. Cuando Ofhar estaba entretenido con Ofthar,
Iomer hablaba con el ingeniero extranjero. El mercader conocía nociones del
idioma natal de este y se valía de ello para contentar al hombre. El ingeniero
había aprendido el idioma de sus captores, pero a las malas y por ello, cuando
estaba presente Iomer se ponía algo más contento.
Las cosas
fueron tomando mejor color, cuanto más cerveza se iba consumiendo, lo que hizo
que Ofhar comenzará a respirar más tranquilo.
-
Menos mal que existe la cerveza -le dijo en voz baja a su hijo-.
Si no esta cena iba a ser muy triste. Pronto empezaran a cantar sobre Ordhin y
las vírgenes del paraíso.
Ofthar
asintió. Sabía bien cómo funcionaban los festines en su tierra y lo rápido que
la cerveza hacía cambiar el corazón y la cordura de los hombres. Por ello,
Ofthar bebía con moderación, alternando con vasos de agua. Era muy fácil que
una celebración amistosa acabase en una tragedia manchada de sangre. Un hombre
libre joven demasiado alegre podía insultar a uno más curtido, que al estar
igual de pasado se revolvería peligrosamente. Si nadie les paraba, de la forma
más cuidadosa, la cuestión se podía enquistar y llevar a algo más grave. Ofthar
aún tenía en su memoria como había acabado una discusión en una fiesta dada por
su abuelo Ofha. Dos guerreros, que eran muy amigos, camaradas inseparables,
estando demasiado borrachos, se dijeron las palabras más feas, aludiendo a la cobardía
del otro. Ofha y Ofhar, estaban demasiado perjudicados como para poner orden y
la cosa acabó con un guerrero con una cuchara clavada en un ojo y otro agarrado
por varios, a la espera de un juicio y una ejecución. Ofha pasó de tener dos
guerreros a no tener ninguno. Desde ese día Ofthar aprendió que como señor del
clan que sería, si estaba en su mano, impediría que sus familiares se hicieran
daño por su falta de cordura.
Al
terminar la fiesta, como no podía ser de otra manera, cantando y pasadas muchas
horas de la noche, Ofthar ayudó a su padre a regresar a su estancia. Mientras
cargaba con su padre, pero con la dignidad que merecía, no podía llevarlo como
si fuera un saco, Ofhar le daba pequeños consejos sobre la corte del señor
Naynho.
-
Ten cuidado con Naynho… es viejo, pero no tiene ni un pelo de
tonto… -iba diciendo Ofhar con voz entrecortada-. Y es el último hijo vivo del
gran Naradhar… eso le hace ser bastante subido… aun así, su posición se vuelve
inestable… no ha tenido hijos varones… pocos saben quién le va a suceder… tiene
una hija...
Ofthar
iba asimilando los conocimientos dispersos de su padre, añadiendo a los que ya
había escuchado en el pasado y lo que había estudiado. Entendía de la necesidad
de Nardiok por conseguir una alianza duradera con el señorío de las llanuras,
un territorio agrícola fértil, con bosques y con las minas de Limeck. Además
separaba a su señorío del de las praderas, lo que le hacía más importante.
Tanto así, como el de los pastos, al este. Aunque Ofthar creía ver que la alianza
era un paso más para en un futuro anexionar las llanuras con los ríos. La unión
hacía la fuerza o eso pasaba cuando eran un único reino grande y fuerte. En
mala hora Naradhar no se decidió por un único descendiente.
Ofthar
dejó a su padre recostado en su lecho y se fue al catre que habían colocado en
la estancia auxiliar. Tenía ganas de dormir, para así poder levantarse al día
siguiente pronto, para poder marcharse lo antes posible. Según sus cálculos
habría unas diez jornadas hasta la ciudad de Limeck. Lo único bueno, es que
según pasase la frontera, no tenía que esperar agasajos por parte de aldeas o
granjas. Aun así, cabalgaría sorteándolas.
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